La Jornada Semanal, 17 de enero de 1999
Las varias, casi encantadoras, intrusiones de Hojas de hierba en el Informe Starr marcan la segunda vez que el libro de Whitman ha figurado en un escándalo de Washington, lo cual es mucho para un libro de poesía. Se debe pensar que Kenneth Starr, habiendo gastado sus 40 millones en investigaciones, señalaría a aquella vez sólo por citar un precedente y conferir majestad a su empresa. Pero sobre el asunto de Hojas de hierba y los escándalos federales precedentes, el Informe Starr no dice una sola palabra. El Informe simplemente registra que el presidente Clinton, en un gesto romántico, dio un ejemplar del libro a Monica Lewinsky, y que Lewinsky quedó entusiastamente agradecida -detalles criminales, a juicio de Starr, que ayudan a demostrar por qué el presidente debe ser removido de su cargo.
El antecedente data de 1865. Walt Whitman, el poeta en persona, se encontraba en Washington, trabajando como pasante en la Oficina de Asuntos Indígenas, en el Departamento del Interior. El secretario del Interior era un viejo amigo de Lincoln llamado James Harlan, quien fue a pasearse por la oficina y se detuvo en el escritorio de Whitman, donde descubrió un ejemplar de Hojas de hierba. El libro había sido publicado en 1855, pero Whitman estaba siempre revisándolo para futuras ediciones, agregando poemas nuevos y cambiando otros; y el ejemplar sobre el escritorio estaba lleno de notas manuscritas del poeta. El secretario Harlan debió de haber hojeado el libro, o quizá ya conocía Hojas de hierba por su reputación, aunque esto es poco probable. En cada circunstancia, el secretario sabía exactamente qué pensar. Era un metodista aplicado. Había sido el presidente del Iowa Wesleyan College. Y reconoció en seguida, como se lo dijo a alguien, que luego lo reportó, que Whitman ``estaba equivocado, era un practicante del amor libre, merecedor de castigo, etcétera''. Por consiguiente, Whitman fue despedido. La firmeza con la que el secretario del Interior manejó la inmoralidad y la fuerza decisiva con la cual el sinvergüenza fue echado de su oficina debe regocijar a muchos de los partidarios de la acusación pública de hoy día.
El despido no fue un desastre en el caso de Whitman. El poeta encontró otro empleo en la oficina del procurador general, y el escándalo sólo sirvió para promover el libro. Un periodista llamado William O'Connor publicó un feroz panfleto en defensa de Whitman titulado ``El buen poeta gris'', (The Good Gray Poet) y la doble y dura ``G'' del excelente título de O'Connor instantáneamente entró en el vocabulario popular, y nunca lo abandonó totalmente. O'Connor defendió a Whitman por estar ``en franca oposición a la gran farsa sexual por la cual estamos gobernados y arruinados''. Si Whitman en los años subsecuentes se convirtió, según la opinión general, en el poeta nacional norteamericano, amado por millones, fue en parte por los inspirados escritos que lo promovían, como el de O'Connor. Entretanto Whitman estuvo, como nadie, completamente herido y desmoralizado por lo que ocurrió.
¿Qué fue tan ofensivo en Hojas de hierba? Whitman era un seguidor de Emerson, y su poesía expresó la idea de Emerson acerca del hombre y del universo. Era la idea de que existe algo más grande que el hombre, y que podemos tener vislumbres de esa cosa enorme en el curso de cada día de la vida, si sólo mantenemos nuestras reacciones frescas y no tratamos de congelar nuestra sabiduría dentro de doctrinas e iglesias. Emerson pensaba en estos vislumbres dentro del universo como proezas de la mirada. Se imaginaba a sí mismo como un globo ocular gigante. Whitman, en contraste, quería no sólo ver sino sentir. El quería acariciar el universo como un trabajador acaricia sus herramientas, o un amante a su amada. Whitman se veía a sí mismo como un trabajador-amante. En sus poemas hay un estremecimiento sexual que nunca se siente en Emerson. El apogeo de Hojas de hierba es una estrofa mística en ``Canto a mí mismo'', donde el poeta, extáticamente en contacto con Dios o con lo trascendental o como sea que se le quiera llamar, parece recibir lo que ahora se llama, incluso en periódicos familiares, ``sexo oral'':
Tengo presente la ocasión en que nos
acostamos. Era una transparente mañana estival.
Cómo apoyaste tu cabeza sobre mis caderas; cómo dulcemente te volviste
hacia mí...
Es maravilloso que Kenneth Starr haya decidido no incluir citas del libro. Algunos pasajes selectos de Hojas de hierba dispuestos en un inocente espíritu de precisión legal, habrían demolido la dignidad del presidente, incluso más, y hubieran hecho ver muy mal también a Whitman; con un poco de suerte se hubiera prohibido su poesía en las bibliotecas públicas. Las citas podrían haber sido ampliamente justificadas por las necesidades de la ley, la minuciosidad, la honestidad y la moralidad, como sólo se podría esperar de la oficina del consejo independiente. Pero el Informe Starr, con todas sus cualidades literarias, no cita poesía.
H.L. Mencken comentó una vez a propósito del despido de Whitman de la Oficina de Asuntos Indígenas, y lo hizo de manera muy graciosa. Mencken escribió: ``Vayamos una vez al año hacia nuestros acostumbrados templos de adoración y ahí demos gracias a Dios de que un día en 1865 haya reunido al más grande poeta producido por Estados Unidos con el más maldito asno del mundo.'' Sin embargo, una vez que hayamos reído, debemos mostrar un poco de compasión por el secretario Harlan, y por los malditos asnos de todas partes. ¿Cómo un político ordinario, educado en las estrechas convenciones de la cultura estadunidense, iba a enfrentarse con algo tan inquietante como el sexo?
Los grandes novelistas y poetas franceses del siglo XVIII escribieron hermosa y ampliamente acerca del sexo en todos los tonos posibles: cínica, lírica, clínica, orgullosa, descarada, humorísticamente. Pero sus contrapartes norteamericanos apenas escribieron acerca del sexo, excepto en la forma más convencional. Whitman se hallaba casi solo entre los autores clásicos norteamericanos que escribían abiertamente sobre el tema -incluso escribió de modo peculiar, a tal grado que no se puede decir quién está teniendo sexo en sus poemas, o incluso si los amantes son hombres o mujeres. El sexo para Whitman era cósmico, y sólo cósmico. Aún así escribió acerca de esto con brío. Hay que recordar lo raro que era esta suerte de apertura, sólo así se puede ver ahora lo asombrado que podía estar un político ordinario de Washington al enfrentarse a Hojas de hierba, o a cualquier otro tipo de complicación sexual.
Whitman no se rió del secretario Harlan, tampoco mostró ninguna compasión. Nadie como Whitman ha amado tanto a Estados Unidos y a la democracia. Pero detestaba a los políticos de Estados Unidos, a sus periodistas también, con una intensidad que bien podía volverse bastante salvaje. Pensaba que algo andaba mal con esas personas, incluso sexualmente. Lanzó insultos sexuales contra ellos. En su manifiesto ``The Eighteenth Presidency!'', Whitman denunció a los políticos como una dolorosa infestación de padrotes, ``hombres reptantes como serpientes'', seres malignos salidos del ``hospital venéreo'', y toda suerte de cosas pavorosas. Con la mirada puesta en gente de ese tipo, Whitman solía temer que Estados Unidos se transformara en un enorme cuerpo sin alma. Por supuesto, deseaba progreso en el futuro. Confiadamente lo predijo. Pero ahora el futuro de Whitman está sobre nosotros, y deberíamos preguntarnos cuánto progreso hemos alcanzado realmente. En 1865, Estados Unidos era un país en el que Walt Whitman pudo ser despedido por haber escrito Hojas de hierba, y ahora Estados Unidos es un país en el que el Congreso publica el Informe Starr en Internet. Hoy el cuerpo de Estados Unidos es más grande aún que en la época de Whitman, y su alma es lo que siempre fue.