La Jornada Semanal, 17 de enero de 1999



Mark Dery

utopías posmodernas

Autopsias televisivas

La oreja cortada del Blue Velvet de David Lynch, las orejas de la colección Arizmendi, vómitos, ascos, fluidos malignos, inyecciones letales, museos de horrores... todo lo que niega ``la carne sólida'' y entroniza las enfermizas viscosidades... por estos caminos circula el ensayo de Mark Dery que analiza las peculiaridades del programa televisivo, The Operation.

Al final del cuento de Edgar Allan Poe, ``La verdad sobre el caso del señor Valdemar'', el cuerpo del protagonista se disuelve en ``una masa casi líquida de repugnante, de abominable putrefacción''. En realidad, todos los cuerpos son masas casi líquidas de sangre, bilis y tejido blando, como sin duda sabrá cualquiera que haya visto The Operation. Este programa estadunidense de culto (que se transmite por cable los sábados por la noche en The Learning Channel) ofrece documentales más o menos resumidos de operaciones reales -desde cirugía cerebral hasta correcciones de juanetes, cardiotomías y trasplantes de cabello-, salpimentados con entrevistas hechas a los pacientes antes y después de cada intervención. Un episodio reciente documentaba lo que podría llamarse una cirugía-en-tu-cara, con gran cantidad de acercamientos, no aptos para remilgosos, a músculos cercenados chapaleando en serosidades amarillas, sanguinolentas tiras de piel arrancadas de los párpados y pequeños bultos de grasa desprendidos de las bolsas debajo de cada ojo. Esta grasa, señala el cirujano con toda naturalidad en una parte del episodio, ``está a punto de salir del ojo por sí misma, sin que ninguno de nosotros tenga que forzarla''. Es la peor pesadilla de Naomi Wolf filmada por Cronenberg. En un momento dado, el cirujano mete sus dedos enguantados bajo el rostro de la mujer anestesiada y lo restira. A Baudrillard le encantaría: tras toda una vida en contacto con los horrores proféticos de artistas de efectos especiales como Tom Savini (La noche de los muertos vivientes), de alguna manera la pálida y flexible piel de la paciente parece menos real que el látex pintado; su rostro con ojos vidriosos y el maxilar inferior suelto es menos convincente que los cadáveres simulados de las películas de horror. En estos tiempos al cuerpo le toca ser símbolo de una ``abominable putrefacción'' ante los ojos de una Sociedad de la Información marcada por la exaltación de la mente y el desprecio a la materia, en especial hacia esa decadente y pedestre reliquia de la evolución darwiniana a la que los entendidos burlonamente se refieren como ``carne''. En la Norteamérica finisecular la división cartesiana mente-cuerpo se ha acrecentado hasta convertirse en un abismo neo-gnóstico. Los teóricos de la inteligencia artificial como Hans Moravec sueñan con digitalizar la conciencia humanaÊy almacenarla en un disco, puesto que la carne es, como ustedes saben, ``muy sucia''. Algunos de los personajes de la novela de Sherry Turkle, Life on the Screen, insisten en que su persona en la pantalla de la computadora no es menos real que ``aquella otra que posee el cuerpo''. Y los seguidores de Heaven's Gate cometen suicidio masivo en la creencia de que se desprenderán de sus ``vehículos'' corporales para alcanzar un nivel más allá de lo humano.

The Operation es parte de una contracorriente cultural que marcha por debajo de la tendencia principal de la sociedad. Conforme cambiamos de una base de manufacturación a una economía de información, y de sensaciones corpóreas a simulaciones electrónicas, la lógica cultural de la incorporeidad es contradicha por el Retorno de lo Reprimido. Las imágenes de cuerpos monstruosos o mórbidos hechizan nuestra vida onírica colectiva en series con un gran público televidente como Emergency Room y Chicago Hope; en el subgénero de horror viral tipificado por The Hot Zone, con sus descripciones lovecraftianas de la fusión del cadáver en un charco de sangre; en los diseños de Alexander McQueen basados en osarios, y cuyas creaciones para Givenchy incorporaron huesos y dientes humanos, y en el gusto por lo visceral, en boga en nuestro mundo del arte, que va desde las vacas en salmuera de Damien Hirst al arte de la morgue de Anthony Noel-Kelly, el escultor británico que se convirtió en una especie de profanador de tumbas, arrestado hace poco por hacer vaciados en yeso de partes corporales humanas.

The Operation es una iniciación casera en los húmedos y oscuros misterios de ese cuerpo que cada uno de nosotros habita pero sobre el que sólo muy pocos tienen mucha información. En tal sentido, es también una cruel deconstrucción de nuestras más preciadas asunciones acerca de nosotros mismos, y resulta inquietante en un nivel mucho más profundo que el asombro y la repugnancia experimentados por los no iniciados, que quedan raspados después de ver el programa.

J.G. Ballard sufrió una revelación semejante cuando estudiaba medicina. ``Ejercitarme en anatomía me hizo abrir los ojos'', recordaba en una entrevista concedida a Penthouse en 1970. ``Uno había construido toda su vida basado en una ilusión sobre la entereza del propio cuerpo, esta `carne sólida'... Entonces, el ver un cadáver en una mesa de disección y... encontrar al final del curso que no quedaba nada salvo un montón de cartílagos y un puñado de huesos... fue una tremenda experiencia sobre la falta de entereza de la carne.''

Las gesticulaciones de asco y el ``me vomito'' que inevitablemente saludan cada encuentro con lo verdaderamente abyecto, grotesco o macabro (opuesto a su versión tabloide) hablan de un vacío cultural, de una madurez emocional nacida de costumbres puritanas, nociones burguesas del buen gusto y de nuestra innata renuencia a mirar más allá de la principal tendencia norteamericana de ofertas a prueba y premios gratuitos, la oreja cortada en el prado suburbano. Y la oreja cortada (tomada de Blue Velvet, la película de David Lynch) es una metáfora adecuada porque esta penetrante remilgosidad hacia la carne -y hacia lo que sucede en nuestras entrañas, o en la sala de operaciones, o en la capilla funeraria, o en el matadero, o en la cámara de ejecución- evidencia, una vez más, una humillante incapacidad para enfrentar el hecho ineludible de que debajo del duro y seco exoesqueleto de nuestra tecnología no somos sino biología blanda y húmeda, ``una masa casi líquida'' de tejidos blandos y fluidos corporales que se burlan de las fantasías escapistas de la época en que vivimos respecto al envejecimiento, la muerte y la decadencia, no obstante las plegarias de los expertos en inteligencia artificial y de los cirujanos plásticos.

Aspiración, por favor.

Versión de Rafael Vargas