La Jornada Semanal, 17 de enero de 1999



(h)ojeadas

La muerte como vivencia personal

antonio contreras

Tomás Eloy Martínez,
Lugar común la muerte,Editorial Planeta,
México, 1998.

Josefina Vicens gustaba de realizar sus ejercicios matutinos en el panteón francés de La Piedad, para después pasear entre las tumbas, leer los epitafios e imaginarse la vida de los que yacían allí. Solía pasarse horas interrogándose sobre los misterios de la vida y la muerte, pero sobre todo tratando de satisfacer su curiosidad por los muertos de ese cementerio. ``¿Habrá tenido novio esta jovencita?, ¿y este niño, acaso lo atropellaron? Este señor murió muy grande, seguramente fue una buena persona.''

En la escritora mexicana la muerte fue primero una preocupación existencial y luego un afán literario, que no concretó. Tomás Eloy Martínez, periodista y novelista argentino, comparte la vocación de Vicens, sólo que con dos diferencias: a él le interesa la muerte de personalidades y sí escribió. Lugar común la muerte, su más reciente libro, reúne 15 textos escritos entre 1965 y 1996, en los que la muerte es el eje temático. La muerte como vivencia personal, si vale la expresión, no como asunto literario. Biografías y semblanzas de varios de los personajes de este libro se han escrito por montones, pero exclusivamente sobre la muerte de estos mismos, muy poco.

Dice Ernesto Sábato que los argentinos son de contornos indecisos, complejos, variables, caóticos, y agrega que la tarea más trascendente de los escritores gauchos consiste en la descripción de esa alma atormentada por el caos, de esa anhelosa búsqueda de un orden y un porqué. Los narradores argentinos, resume Sábato, tienen predisposición hacia una literatura problemática y, en última instancia, metafísica. Y si bien Lugar común la muerte no es un libro sobre narrativa argentina, y ni siquiera todos los personajes son argentinos, viene a cuento la cita porque los personajes que en él transitan tienen esa característica: son seres cuya vida era un tormento, expresada tanto en su literatura como en su muerte.

Macedonio Fernández, Felisberto Hernández, José Bianco, Manuel Puig, por mencionar los más conocidos, son rememorados por Eloy Martínez en los últimos momentos de sus vidas. Si acaso se aborda la obra y biografía de los personajes, es para entender esos instantes previos al fin. El general Perón, nos narra el autor, tuvo un sueño premonitorio: ``Miré hacia arriba y vi que un hombre muy triste flotaba en el aire. ¿Quién es?, pregunté asustado. ¿Nadie puede ayudarlo a bajar? Alguien respondió: Es el pobre Perón y no vale la pena bajarlo porque está muerto...'' De esta materia está compuesto el libro.

Escritos para vivir ``un día o una semana, y perecer por olvido'', los relatos de Lugar común... conjugan periodismo y literatura. Periodismo porque el autor entrevista, indaga, visita el lugar de los hechos, recuerda conversaciones personales, así hayan transcurridos años de los sucesos que relata. Son textos que sin el ingrediente literario hubieran resultado efectivamente efímeros.

La frontera entre periodismo y literatura no siempre es fácilmente discernible, circunstancia que aprovecha muy bien Eloy Martínez para darle valor agregado a los textos que podrían quedar en meras notas periodísticas. No es lo mismo decir ``el escritor uruguayo Felisberto Hernández falleció el 13 de enero de 1964, víctima de leucemia, a la edad de 61 años'', que ``A las seis de la mañana, el 13, los secretos ciclones que tanto había temido Felisberto soplaron sobre su corazón y lo detuvieron. Los músculos se inflamaron más y más hasta que el muerto quedó en el interior de la hinchazón, como la crisálida de un gusano de seda.''

Es decir, el autor hace suya la premisa borgiana que reza: ``Mi relato será fiel a la realidad o, en todo caso, a mi recuerdo personal de la realidad, lo cual es lo mismo.'' Se entiende así que Eloy Martínez asuma el papel de sus personajes y relate cómo sintieron éstos su muerte, lo cual puede no ser cierto, pero para el efecto literario no importa. Un ejemplo:

Cuatro días tardaron ambos en morir (José Antonio Ramos Sucre y el insomnio que lo desgastó), pero cuando las salvajes mordeduras de la intoxicación le daban alguna tregua, el cónsul reconocía con felicidad, en las profundidades de su cuerpo, el mar despejado de la primera infancia, la iglesia blanca de Santa Lucía, la llegada de los lanchones cargados de sal al viejo muelle de Cumaná, el olor de las flores, el color de los muros, las rondas que había ensayado con timidez en la escuela de don Jacinto Alarcón. El sucio cadáver del insomnio se alejaba entre los frascos de alcohol y las jeringas de las transfusiones, mientras él, José Antonio Ramos Sucre, entraba en un cielo olvidado, donde las cosas no tenían nombre y los ríos iban a ninguna parte.

Un mérito adicional de las semblanzas de hombres de letras es la invitación a múltiples lecturas. Lugar común la muerte convoca a la relectura o descubrimiento de autores más famosos que leídos, excepción hecha de Manuel Puig, mundialmente conocido sobre todo por las adaptaciones teatrales y cinematográfica de El beso de la mujer araña, y del poeta francés Saint-John Perse, Premio Nobel de Literatura en 1960. Felisberto Hernández cobró cierta notoriedad en México, cuando en 1983 la editorial Siglo XXI publicó sus Obras completas (3 volúmenes). José Bianco y Macedonio Fernández ciertamente son más conocidos por lo que se dice de ellos que por su literatura (Textos de ambos pueden ser leídos en la ya clásica Antología de la literatura fantástica, preparada por Borges, Bioy Casares y Silvina Ocampo).

El lector inquieto encontrará en las páginas de Lugar común... títulos de obras y consideraciones literarias sobre sus personajes, que no pueden menos que anotarse para su posterior lectura. Señalar, por ejemplo, que en el cuento ``La mano junto al muro'', de Guillermo Meneses, nadie ha podido descubrir una sílaba fuera de su quicio, es un claro exhorto a su búsqueda y lectura.

Otros de los autores cuya muerte recrea Eloy Martínez son de plano desconocidos, por lo menos para el reseñista, como los venezolanos Vicente Gerbasi y Guillermo Meneses, o el austriaco Martin Buber. El resto de los personajes que pueblan Lugar común... son el ex dictador argentino Juan Manuel de Rosas; el cónsul venezolano José Antonio Ramos Sucre, y el escritor argentino Ezequiel Martínez Estrada.

``Destrucciones'' es el segundo capítulo del libro. Son tres textos que reclaman una lectura política y ética: la bomba atómica sobre Hiroshima y Nagasaki; el asesinato de indígenas cuivas en la frontera de Colombia y Venezuela, y la demolición del barrio La Pastora, en Caracas.

``Los sobrevivientes de la bomba atómica'' es un collage de testimonios recabados 20 años después del genocidio. Aquí, Eloy Martínez no sólo consigna el horror de aquella barbarie, sino se indigna por el olvido y perdón de las víctimas. No es que exija la revancha. Pretende preservar la memoria para que hechos como éstos no se repitan.

Los sobrevivientes que vieron cómo ``el sol se hizo pedazos'' apenas quieren recordar y muchos de ellos han perdonado a sus verdugos, lo que es entendible por el sufrimiento que implica la remembranza, pero causa estupor y enojo que en la historia oficial de Japón se minimice el holocausto. En las escuelas, nos informa Eloy Martínez, los chicos sólo conocen confusamente esa historia; para ellos, el 6 de agosto de 1945 es apenas una lección de cien palabras en el libro de lectura:

A las ocho y cuarto de la mañana, un bombardero B-29 de los Estados Unidos -el Enola Gay-, arrojó una bomba atómica en el centro de nuestra ciudad. Estalló en el aire, a 570 metros sobre el hospital Shima. En los primeros nueve segundos, cien mil personas murieron y otras cien mil quedaron heridas.

Con una población actual de entre 750 y 800 personas, la mitad en Colombia y la otra en Venezuela, la etnia cuiva padeció en 1967 una artera matanza a manos de caciques locales. Eloy Martínez reconstruye este suceso de una manera impecable en ``Viaje de muerte a La Rubiera'' y, al igual que en el texto anterior, evidencia su indignación, otra vez por la desmemoria. El poblado se llama hoy San Esteban, cuando en el año de la tragedia se llamaba El Manguito. A fines de 1968, un sacerdote de la región le cambió el nombre ``para aventar de la memoria comunitaria el recuerdo de la hecatombe''



t e a t r o


El sueño de los emigrantes

Irene Artigas Albarelli

Alejandro Baricco,
Novecientos,Traducción José Manuel López
y Marinella Pigozzi,
Amaranto Editores,
Madrid, 1996.

¿Cómo describir la música que no es música? ¿Basta decir que es límpida, inexplicable? ¿Basta escribir que quien la toca no tiene nombre, o los posee todos: el de quien lo cría y no es su padre; el del lugar en el cual lo encontraron que, aunque flota sobre el agua, no es un moisés; el del año en que lo encontraron -el primero de ``este nuevo siglo de mierda'', que en realidad tampoco era el primero-; el de un número que, una vez asignado al músico, se volvió nombre? ¿Puede decirse que es una música sin freno que nace al conducir un piano y bailar con el océano? ¿O decir que es una música que ``forma amistades... Del alma. Para siempre''; que te enseña los olores y los atardeceres de lugares en los que nunca has estado y que hace que elegantes senadores americanos soporten el hedor de la sección de tercera clase de un buque lleno de emigrantes?

La lectura del bellísimo texto de Alessandro Baricco, Novecientos, da como resultado preguntas como las anteriores. El autor ``describe'' una música sólo comparable a la ilusión de aquél que, a principios del siglo que ahora se extingue, venía a hacer las Américas: a ser el primero del barco en divisar Nueva York y al nombrarla, al decir ¡América! sentir que de verdad había tenido algo que ver con la existencia del lugar. Su personaje principal, Danny T.D. Lemon Mil Novecientos habita, más que viajar, el Virginian junto con ``Paul Siezinskj, timonel, ex-sacerdote polaco, receptivo, quiropráctico, y por desgracia ciego... Bill Joung, radiotelegrafista, gran jugador de ajedrez, zurdo, tartamudo... el médico a bordo, doctor Klausermanspitzwegensdorfentag [...] Monsier Pardin, chef de un barco sin cocina.'' Los nombres y las características de estos personajes parecen también ser intentos por describir a quien, como la música que Novecientos toca, existe más allá de los propios nombres. Algo que nos hace evidente la dificultad de referirse a las cosas y que nos recuerda que estamos definidos por lo que no vemos, por lo que no entendemos ni podemos concebir.

El sueño de los emigrantes de principios de siglo explotó dinamitado, como el Virginian en Plymouth, por los eventos que ocurrieron poco después y porque, aunque algunas personas (como el pianista Jelly Roll Morton) son capaces de hacer malabarismos, acrobacias, magia que vuelve loca a la gente, muy pocos pueden, como Novecientos, hacer que las cuerdas de un piano enciendan un cigarrillo o entender la importancia de ochenta y ocho teclas.

La nota introductoria de Baricco advierte que el texto publicado está entre lo que sería una verdadera puesta en escena y un cuento para leer en voz alta. Insiste en que no tiene un nombre para referirse a algo así. Se conforma con pensar que es una hermosa historia para contar y que, como bien dice Novecientos, la única salida es ``vivir de fantasías y de recuerdos que, a pesar de ser un truco de pobres, funciona siempre''.



NOVELA


Outsiders real visceralistas

Leo Eduardo Mendoza

Roberto Bolaño,
Los detectives salvajes,Editorial Anagrama,
Colección Narrativas Hispánicas 256,
Barcelona, 1998.

Los detectives salvajes, del escritor chileno, avecindado en Madrid, Roberto Bolaño es una novela a la cual, bajtianamente, podemos calificar de polifónica aun cuando otros lectores descubrirán que estamos ante una narración en clave: muchas de las voces que en ella escuchamos son fácilmente reconocibles y poseen nombre y apellido. Comenzando por los mismos protagonistas, esos dos poetas solitarios, seguidores de la corriente real visceralista, cuyos modelos podrían ser, para Arturo Belamo, el mismo Bolaño y Bruno Montané y para Ulises Lima, el malogrado Mario Santiago Papasquiaro.

Homenaje y profanación para los años mozos del autor -quien vivió en México allá por los setenta-, Los detectives salvajes convierte en mito la vida de los herederos de las vanguardias latinoamericanas, llámense éstos horaszeristas peruanos o infrarrealistas mexicanos. Precisamente esa irrupción poética, aplastada prontamente tanto por la nomenklatura cultural como por los propios rebeldes, es la clave de esta novela que va mucho más allá del retrato generacional: sus héroes, Belamo y Lima, se han ganado, por derecho propio, un lugar representativo dentro del desencantado fin de siglo. No es casual que su creador los condene, en el último de sus casos, a la desaparición: uno, el chileno, en Liberia, el otro, en Nicaragua o bien en el ostracismo que sucede a la caída. De ahí que a lo largo de los veinte años que transcurren entre su fuga al desierto de Sonora y el olvido, son otras las voces encargadas de contarnos el periplo de estos dos profetas real visceralistas cuyo modelo nos es otro que Cesárea Tinajero, mítica poetisa contemporánea de los estridentistas y creadora de una corriente poética que, medio siglo más tarde, será reinventada por Belamo y Lima.

Entre 1976 y 1996, diversas voces darán cuenta al lector de los avatares vividos por estos dos poetas: desde quienes se consideraban miembros del movimiento hasta aquellos que, pasadas dos décadas, se han convertido en los únicos especialistas mexicanos del real visceralismo. En la novela encontramos tanto el retrato de Pieldivina -quien, como personaje de la novela es condenado a muerte por el autor- así como las voces de Verónica Volkow -a quien los real visceralistas se acercan llevados por su pasión trostkista- así como asistimos sosprendidos a un insólito encuentro entre Octavio Paz y Ulises Lima en un Parque Hundido convertido en guarida de criminales.

Pero esos son sólo algunos de los muchos personajes a los que Bolaño convocó para contar la historia de los real visceralistas. Curiosamente todo comienza y termina con el diario de García Madero -joven poeta, sabio en figuras retóricas que acompaña y se pierde en el desierto de Sonora al lado de una joven prostituta, Lupe-, aun cuando en las declaraciones del proceso abierto por Bolaño encontramos tanto a una fisiculturista catalana, como a un crítico duelista, un editor mexicano, varios miembros de la cúpula cultural de nuestro país y de España, estudiantes mexicanos en Israel, una estudiosa inglesa de la literatura latinoamericana, un abogado gallego y poeta mediocre, un fotógrafo argentino y un etcétera realmente sorprendente. Todas estas declaraciones, hechas en diversos países y bajo diversas circunstancias, trazan el mapa de los viajes de Belamo y Lima, detectives salvajes y ángeles perturbadores y terribles como los de Rilke: no es casual que su encuentro con Cesárea Tinajero lleve a ésta a la muerte.

Pero en el fondo de todo, y la narración de Bolaño lo acentúa, subyace una imagen perturbadora y nada domesticada de la poesía. Si algunos de los personajes que pueblan la novela son reconocibles -hay imágenes paródicas tanto del escritor consagrado como del escritor funcionario, tanto de México como de España- la verdad es que más allá de este guiño, Belamo y Lima, como su mismo héroe literario, Rimbaud -quien, para ambos poetas, habría vivido una serie de peripecias, traumáticas por cierto, que lo conectaban con México-, representan esa explosión rebelde que vive y muere de acuerdo a sus normas. Como tantas otras vanguardias, las criaturas de Bolaño creen que la poesía es una forma de vida y por ello se reconocen como outsiders, extranjeros en cualquier parte, víctimas del desasosiego, solitarios. Belamo y Lima están condenados a perturbar a quienes cruzan por su camino, debatiéndose entre dos ángeles retratados ya por Pasolini, aquel de Teorema que no ha venido a imponer la paz sino la espada, y el de la secuencia de la flor de papel cuya inocencia invita a su propia destrucción.

Bolaño ha convertido en ficción un pedazo, muy breve y aun poco significativo, de la historia de la poesía en México, en un brillante ejercicio novelístico merced a mixtificación y a la mitificación de sus personajes y de aquellos que fueron -y aún son- víctimas, testigos o creyentes en esta rebeldía. Por cierto, Los detectives salvajes obtuvo en 1998 el Premio Herralde de Novela.



AFORISMOS


Instantáneas de luz

Armando Alanís

Luis Ignacio Helguera,
êgneos,
Colección Minimalia,
Ediciones del Ermitaño,
México, 1998.

Escritor de pocas palabras -aunque no de pocos libros-, Luis Ignacio Helguera es uno de los más fieles cultivadores de la prosa breve en nuestro país. En êgneos nos ofrece un surtido rico de aforismos, minificciones, estampas, sueños y agudezas. Textos certeros como dardos que dan en el blanco. Ideas largas contenidas en cápsulas. Estrellas fugaces destinadas a durar en la memoria del lector.

Con una visión original de las cosas, uno de cuyos ingredientes inseparables es el humor, lo mismo captura una mera ocurrencia en torno a las aparentes arbitrariedades del idioma: ``Obscuro es más obscuro que oscuro'', que reflexiona sobre la vanidad humana, esa flaqueza universal que nos induce a darnos demasiada importancia como si de veras la tuviéramos: ``Hay a quien le horroriza mirarse al espejo y no por falta de vanidad, sino por exceso: le aterra que la imagen que tiene de sí mismo sea tergiversada.''

El aforismo, género lacónico y sentencioso, le sirve al autor para hacernos pensar en la fatalidad de tener que elegir, lo mismo si se trata de un juego que de la vida: ``El ajedrez nos recuerda que el mundo es un conjunto de posibilidades casi infinitas y que hay que decidirse por una.'' Elegir es rechazar, y más vale que no nos tardemos demasiado; podríamos perder por falta de tiempo, como suele ocurrirle a algunos ajedrecistas poco precavidos.

Los textos más extensos -el adjetivo es inadecuado-, son a veces cuentos reducidos al mínimo: ``Fue un biógrafo excelente. Se le fue la vida en escribir las de otros. Tarde reparó en que había olvidado vivir la suya.''

Asiduo a la literatura fragmentaria, al cuento corto, a la imagen encarcelada en unas cuantas palabras -no me resisto a citar a sus famosos predecesores: Torri, Arreola, Elizondo-, Helguera es, sin embargo, un autor prolífico. Tres de sus libros más recientes, publicados en 1997, son : Atril del melómano (CNCA), Murciélago al mediodía (Vuelta) y El cara de niño y otros cuentos (Ediciones Sin Nombre).

Los aperitivos verbales que componen êgneos nos hablan de mediodías perpetuos, lluvias de ayer y pesadillas recurrentes; de enamorados que buscan a la misma mujer en todas las mujeres; de los caprichos de la memoria, las voces del alma, los vicios de la virtud y las complejidades de la verdad; de la extrañeza de no saber qué andamos haciendo en este mundo...

Helguera no pretende, por supuesto, resolver de manera definitiva los grandes asuntos, pero considera pertinente formularlos una y otra vez. Las suyas, más que respuestas, son preguntas. O son respuestas, pero que empujan a los lectores a plantearse nuevas preguntas. Se coloca en el equipo de los que dudan, de los que se interrogan a sí mismos e interrogan a los demás, en un esfuerzo por atisbar la verdad que se esconde al otro lado del espejo. Sus miniaturas son vislumbres, instantáneas de luz en medio de nuestra tortuosa aventura a través del túnel.



ENSAYO


la música en la novela
latinoamericana


Roberto Carlos Montero Rojas

Vicente Francisco Torres,
La novela bolero latinoamericana,UNAM, México, 1998.

Lo doctor no quita lo rumbero, es la certeza que queda después de leer los trece capítulos que integran el libro de Vicente Francisco Torres, La novela bolero latinoamericana.

Este libro es un repaso de la narrativa americana, en especial la del Caribe y la premisa básica de la obra la da el mismo autor: ``...nos hemos visto en la necesidad de formular nuestros propios textos canónicos, alegres, festivos, desenfadados, desprejuiciados e independientes del eurocentrismo cultural''.

La creación literaria americana, cualquiera que sea el género que se piense, está muy alejada de los cánones impuestos en Europa. América es la tierra de la novedad, de lo fresco. Lo anquilosado no tiene cabida en nuestro continente, aquí siempre está presente lo mágico, lo maravilloso, lo inesperado.

América, en su afanosa búsqueda de la identidad propia, es sinónimo de reflexión, innovación y ruptura. A diferencia del Viejo Mundo, nuestro continente ha tenido que pelear con las armas de la inteligencia por tener un lugar en el mundo cultural.

En el caso de la novelística americana, es menester citar el estudio de Javier García Méndez, Por una escucha bajtiniana de la novela latinoamericana, en el que afirma que ``lo esencial de la transformación de la novela latinoamericana reside en una sustitución de lo gráfico por lo sonoro''. La novela americana es para oírse.

Si Europa es la seriedad hecha continente, América es alegría, carnaval permanente, música y precisamente la música -y los cantores- ha sido la materia prima de la llamada novela bolero que, en palabras de Francisco Torres, ``se trata de un puñado de novelas marcadas en su ritmo, en su argumento o en su tema por la música, las canciones, la vida de los músicos y los ídolos populares [...] La canción popular es una religión; el altar es el aparato de sonido y los sacerdotes los ídolos que tienen todo aquello de lo que carece la mayoría''.

Así, en este libro desfilan los ídolos populares de la música americana, desde Daniel Santos y Benny Moré, hasta Celia Cruz y Pérez Prado, pasando por Alfredo Sadel, Felipe Pirela, Melón, Agustín Lara y, por supuesto, Pedro Infante, Jorge Negrete y Javier Solís. Todos ellos han sido materia novelable (Vengo a decir adiós a los muchachos, Bolero, Reina Rumba, etcétera), y también los ritmos musicales, títulos de canciones o frases de ellas dan nombre a otras tantas novelas: La guaracha del Macho Camacho, Pero sigo siendo el rey, Parece que fue ayer, Los Reyes del mambo tocan canciones de amor.

Además de un repaso histórico de nuestro continente sumamente ameno, los pioneros de este tipo de narrativa son analizados por Torres: Guillermo Cabrera Infante y Alejo Carpentier. Así como ellos, también son incluidas desde esta perspectiva ciertas obras de Borges (``Hombre de la esquina rosada'' con sus resonancias del tango del arrabal), Julio Cortázar, Manuel Puig, Mayra Montero, Ana Lydia Vega, Luis Rafael Sánchez, Eduardo Liendo, Edgardo Rodríguez Juliá, Denzil Romero, Andrés Caicedo y un extenso etcétera.

Por último baste decir que este libro pretende ser un acercamiento a la literatura de América Latina para conocernos en nuestras diferencias y similitudes, con un lenguaje sencillo y lúdico (``culófilos boricuas'', ``el tapón del botellón'' llama a la conclusión, etcétera) sin alardes de erudición pero perfectamente bien estructurado y documentado y, como dice el autor, a otra cosa mariposa, que a chapear nos manda el mayoral.



Fichero

Ensayo (historico)

En el nombre del Destino Manifiesto. Guía de ministros y embajadores de Estados Unidos en México 1825-1993, Ana Rosa Suárez Argüello (coord.), Instituto Mora/Secretaría de Relaciones Exteriores, México, 1998, 370 pp.

Treinta Latinoamericanos en el recuerdo, Jorge Turner, La Jornada Ediciones/Facultad de Ciencias Políticas y Sociales/UNAM, México, 1998, 195 pp.

Ensayo (literario)

El nacionalismo en la novela mexicana del siglo XIX, Leonardo Guillermo Gutiérrez, col. Hojas Literarias, núm. 6, Secretaría de Cultura/Gobierno de Jalisco, México 1998, 69 pp.

Ensayo (politico)

Pragmatismo y principios. La relación conflictiva entre México y Estados Unidos, 1810-1942, Ana Rosa Suárez Argüello (coord.), Instituto Mora, México, 1998, 456 pp.

Entrevista

Una vida para la paz, cinco conversaciones con Shimon Peres, Robert Littell, trad. Erna von der Walde, Grupo Editorial Norma, Santafé de Bogotá, Colombia, México, 1998, 214 pp.

Narrativa

Atrapada en sus recuerdos, Marisol Villaseñor, col. Más allá núm. 24, Ediciones Castillo, Monterrey, Nuevo León, México, 1998, 110 pp.

Cuentos para no dormir esta noche (Antología íntima), Agustín Monsreal, Hojas Literarias, serie cuento núm. 27, Secretaría de Cultura/Gobierno de Jalisco, México, 1998, 53 pp.

El hada Carabina, Daniel Pennac, trad. de Gustavo González Zafra, col. El Dorado, Grupo Editorial Norma, Santafé de Bogotá, Colombia (segunda edición), 1998, 353 pp.

El té de las tres viejas, Friedrich Glauser, trad de Stefan SchlŠfli, Amaranto, Amaranto Editores S.L., Madrid, España, 1998, 261 pp.

Los detectives salvajes, Roberto Bolaño (Premio Herralde de Novela), col. Narrativas hispánicas, Anagrama, Barcelona, España, 1998, 609 pp.

Los trabajos perdidos, Cristina Pacheco, col. El día siguiente, Ed. Océano, México, 1998, 283 pp.

José Joaquín Fernández de Lizardi, col. Los imprescindibles, selec. y pról. María Rosa Palazón Mayoral, Ediciones Cal y Arena, México, 1998, 803 pp.

Poesia

Del mínimo infinito(poemas 1977-1998), Víctor Toledo, col. Atarazanas, Instituto Veracruzano de Cultura, Veracruz, México, 1998, 170 pp.

El ángel ebrio, Baudelio Lara, col. Letras mexicanas, FCE/Universidad de Guadalajara, 1998, 75 pp.

La iniciación de Gustavo Gómez Lavín, Antonio Santisteban, Práctica Mortal/CNCA, México, 1998, 69 pp.

Négridas, Roberto López Moreno, col. Cuadernos del Baluarte, Instituto Veracruzano de Cultura, Veracruz, México, 1998. 78 pp.

Origen de la niebla, Miguel çngel Muñoz, Editorial Praxis, México, 1998, 52 pp.

Poemas amorosos. Antología, Vicente Aleixandre, Biblioteca Clásica y Contemporánea, Ed. Losada, México, 1998, 126 pp.

Poesía Moderna, Vicente Quirarte, Material de lectura núm. 198, UNAM, México, 1998, 34 pp.

Revistas

Casa del Tiempo, Volumen XIV, dic. 98-enero 99, textos de: Labastida, Flores, Peralta, Ruvalcaba, Piña Williams, Quintanilla, UAM, México, 1998. 120 pp.

Demos. Carta demográfica sobre México, 1998, Revista anual, UNAM/FOPANU/INEGI/Instituto de Investigaciones Sociales de la UNAM, México, 1998. 43 pp.

Letras libres, Revista mensual, núm.1, textos de: Domínguez, Hiriart, Krauze, Monsiváis, Pacheco, Rojas, Sheridan, Vargas Llosa, Villoro, Viqueira, Zaid, entre otros. Ed. Letras Libres, México, 1999, 103 pp.

Revista de diálogo cultural entre las Fronteras de México, año 3, volumen 3, número 11, textos de: Enrique Rosado, Fernando Muñoz Castillo, David R. Maciel, Orlando Ortiz, Hugo Salcedo, entre otros, Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, México, 1998, 88 pp.

CG-T