La Jornada Semanal, 17 de enero de 1999
En su memoria hay cosas que están tan a la mano como un vaso
y que
jamás ni en la memoria encontrarán;
hay otras, en cambio, que son
en su recuerdo tierra firme:
viajes, fechas, nombres
propios;
hierbas en donde pastan sus momentos felices.
¿Se
hundirán con ellos, definitivamente,
y no dejarán, como dejó la
Atlántida,
flotando a la deriva la espuma de su nombre?
Cambian
de posición con enormes dolores en la cama,
si van a moverse se
tropiezan,
las tardes se les alargan, los recuerdos también,
y a
veces se les pierde el nombre de algún nieto.
Viven las horas con
nosotros y las horas para ellos son otras;
miran televisión, no se
concentran,
leen los mismos libros de siempre,
cada vez más
lejanos no obstante.
Gira la tierra
pero cada vez tiene menos
giros para ellos;
les duele su soledad mientras los jóvenes
viven
su vida de deseos que se encienden y se apagan
como las
marquesinas de los cines
y cambian tan a menudo como las carteleras
de las grandes ciudades...
No les interesan los viejos, los viejos
comunes y corrientes,
esos que toman su sol provinciano en el
parque,
si tienen la fortuna todavía;
a ellos tampoco les
interesan los jóvenes;
les interesa su propia juventud en el fondo
del tiempo,
cada vez más inasible y quebradiza
como las cucharas
que no les obedecen
y los vasos que se les caen de las manos
o,
tal vez, tan fresca y tan ardiente
como la de esos muchachos que
ahora cruzan besándose:
¿Quién sabe de la memoria sino ellos?