Existe en muchos dramaturgos actuales, tanto mexicanos como de otras lenguas -sobre todo los de habla inglesa- una tendencia a plantear cosas profundas por las personas serias bajo el criterio de que son ligth. Ya Sabina Berman hace una apasionada defensa de la risa en su espléndido Moliére y tanto los ingenios jóvenes como los consagrados rescatan comedia y farsa con la intención de sus orígenes, esto es, de crítica social y de costumbres, muy lejos de la concepción anodina del chiste por el chiste y el gag sin sentido. Pero, validos de esta corriente, algunos dramaturgos escriben comedietas mal pergeñadas en las que se pretende un subtexto pleno de intencionalidades distintas.
Un caso de este tipo de dar gato por liebre puede ser Con el nudo en la garganta, la contrahecha dramatúrgicamente comedia de Steven Berkoff, en la que se supone se develan los temores más íntimos de una clase media que muy bien puede ser la nuestra. Con el recurso de los apartes, tan poco dosificados que llegan a caer en la monotonía, los personajes expresan tanto lo que dicen en su situación cotidiana como lo que hubieran querido decir, con lo que sus más íntimos temores, desde los muy pequeños -no hacer bien la cena en el caso de Anna, no recordar un chiste o no saber de qué hablar en el caso de Danny y Rolly- hasta los muy serios de perder el trabajo o explorar la propia sexualidad. Por desgracia, la posible ambigüedad que el tema, en principio interesante, podría dar al texto resulta invalidado porque lo que podríamos llamar la ``realidad real'' no existe en tanto los personajes, que desde un principio son vistos más como caracteres, no tienen una progresión dramática que los pueda hacer verosímiles.
Podría haberse dado en alguna situación, como aquélla en la que se ve al prepotente marido Danny convertido en un gimiente y derrotado ser ante otra prepotencia mayor, la del comerciante Jorge, al que le ha de vender sus telas para poder subsistir, lo que por un momento nos abre la esperanza de que se discurra por los vericuetos del poder. Falsa esperanza. El autor está más interesado en plantear supuestas ``audacias'' para ser muy ``moderno'' que en elaborar una sólida comedia. Ya antes nos había presentado a ese más bien superfluo personaje de la suegra con sus problemas digestivos y sus flatulencias, que dan pie a un par de muy celebrados gags.
Pero está el desenvolvimiento de los otros personajes. Aun aceptando la teoría de que detrás de los heterosexuales hay un homosexual encerrado en el clóset, como resulta ser el caso de Danny, que se niega a aceptar su condición (la reiterada palabra puto hace reír a un público homófobo), no se entiende que el oscuro objeto de su deseo sea ese compañero de trabajo al que encuentra tan tonto y aburrido. Está esa escena de cama en que cada uno de los cónyuges imagina hacer el amor con otro, Danny con Rolly y Ana con el viril hombre de la basura, y que aparece como un rompimiento con lo que antes fueran. La segunda parte del acto único nos presenta otros personajes sin que haya indicio de la razón de los cambios abruptos. Danny ya no trabaja en una oficina, sino que es un agente de ventas con un cliente único, Jorge, de quien nunca se ha hablado pero que tiene importante papel en el desenlace. La suegra ya no aparece y Anna ha cambiado la úlcera que la hacía padecer tanto en la primera parte por una masectomía que antes ignorábamos.
Lía Jelín, la directora argentina que tiene en su haber otros éxitos comerciales, entona su escenificación como farsa, con lo que obtiene momentos muy eficaces, aunque a la larga resulten reiterativos. Todo aquí rezuma una gran eficacia comercial, desde la hábil publicidad que llena las localidades, sin que en el reparto no haya grandes nombres reconocibles para el gran público, sino actores que se desempeñan con muy buen ritmo aunque con notable carencia de matices, hasta la escenografía de Laura Rode que logra con gran economía de medios dar diferentes ambientes. Se echa de menos, es cierto, el verdadero teatro, pero lo más preocupante del hecho es que montajes como éste puedan dar armas a los que califican de banal las obras de humor verdadero.