Luis Linares Zapata
Las tentaciones y los inicios

Con los retoques y alumbramientos del panorama electoral con rumbo al 2000 que se vienen dando en este 1999, un complejo fenómeno político empieza a mostrar sus distintas facetas en espera de que se le dé, y reconozca en toda su profundidad y significado, el diseño con el que los mexicanos lo han impregnado. Un tipo inicial de análisis se viene ensayando y atiende a las figuras que se han lanzado a la contienda para, acto seguido, empezarlas a espulgar por arriba y por abajo.

Es preciso encontrar el basamento que explique, con aceptable credibilidad, el aparente anticipo de la carrera por la Presidencia. Para tal fin se sabe que México ha sufrido transformaciones efectivas que posibilitan movimientos inusuales de los agentes sociales y eso, a final de cuentas, provoca su reflejo y ecos en la dimensión electoral. No ha sido el ``prematuro'' pronunciamiento de Vicente Fox lo que obliga a una apertura respectiva de los demás aspirantes. En todo caso ha sido su enchufe con una expectativa social que le ha tomado, de manera natural y atenta, aun sus desplantes rupestres y envalentonados. Su anticipo más bien obedece a una determinada lectura que este panista hizo del ambiente que prevalecía y le dio una salida según sus alcances y medios disponibles. El contacto que ha ido estableciendo con el electorado se ve reflejado en numerosos indicios, pero su significado final no está marcado y menos determinado.

La cúpula panista cedió a sus tentaciones excluyentes y contuvo sus cerrados reflejos familiares al admitir, en su seno, a un personaje no del todo grato para muchos de ellos. En consecuencia, se vieron obligados a modificar sus ralas asambleas como recurso legitimador para salir a al campo obligado de las consultas a la base, donde Fox tiene amplias ventajas. Eso les acercará mejores recursos para situarse en concordancia con la tendencia mayoritaria en formación.

Tampoco el horizonte electoral se establece debido a la senectud de las reglas no escritas que algunos priístas han roto, en particular por Manuel Bartlett, para mover el agua a mayor velocidad. Este contendiente simplemente se ha ido adecuando a los grandes vacíos que el liderazgo presidencial va dejando. Ha tenido el instinto para usar en su favor el descrédito sufrido por una tecnocracia incrustada en la cúspide del poder establecido porque no ha rellenado promesas ni dado pruebas, en indicadores de bienestar, a todos aquellos que, con esperanza infundada, confiaron en sus conocimientos y destrezas. Su olfato de trasteado zorro le fue indicando el nicho que estaba disponible para sus añejas ambiciones y preparación refinada. Pero, de nueva cuenta, sus adelantos no rebasan esas variables iniciales. Lo que resta dependerá de ese, aun informe, tránsito que está experimentando una sociedad inquieta y que impondrá multiformes respuestas. Planteamientos que ni siquiera se han bosquejado más allá de los deseos por un México ideal y simplón apelando a los lugares comunes de justicia y crecimiento o a la difusión de vacuos eslogan mercadológicos.

Ni el mismo Porfirio ha introducido algo a lo que su inteligencia y perspicacia nos tiene acostumbrados. Sus aleteos no testimonian una competencia en igualdad de condiciones dentro de su partido. Los condicionamientos de los perredistas tras de la ya frotada figura de Cárdenas, harán, casi con seguridad, superfluos sus ademanes y gestos a menos que le atine a un tocamiento vital con la corriente que va meneando a la nación en estos nublados días. La reacción en cadena que ha desatado al interior del PRD al lanzarse al ruedo es por demás virulenta. Ni el PRI cedió a sus impulsos monolíticos frente a sus ``rebeldes'' como los que viene mostrando la burocracia perredista que ha echado mano, con toda la energía concentrada del corporativismo, a la vieja usanza del montón apabullante y vertical. El desplegado de los diputados exhibido ayer retrae, con desafortunado sopetón, a tiempos idos para bien de la República y permite apreciar el real talante de esa agrupación política. Tal parece que Cárdenas obtendrá, pase lo que pase, su cuarta candidatura a la mejor posición en juego en solo ocho años.

Cuauhtémoc es una figura pública atípica. Los tiempos para mostrar las bondades de su ejercicio ejecutivo no son elásticos ni parecen adecuarse con los de los demás aspirantes. No puede dejar a medio camino su jefatura de gobierno a riesgo de alienar hasta a los simpatizantes de su persona y representación, nada se diga de los no comprometidos ciudadanos que forman mayoría. Si se ve ``obligado'' a responder a los urgentes llamados de sus fervorosos simpatizantes antes de dar testimonio fehaciente de su desempeño, él y su partido sufrirán las consecuencias.