Mañana arribará a México el papa Juan Pablo II. De más está decir que en muchos sentidos el país al que llega no es el mismo. Obviamente, no lo es. No es un juicio de valor sino una simple constatación. La política es muy distinta a la de hace veinte años; la sociedad también. Bernardo Barranco ya nos ha ilustrado sobre los sucesivos cambios que tuvieron lugar en la institución eclesiástica mexicana durante ese lapso. Así pues, cuando Juan Pablo II pise tierras mexicanas las cosas serán muy diferentes.
Hace veinte años el viaje papal, el primero de su pontificado a estas tierras, tenía el aura de un desafío en busca del México ``siempre fiel''; el de ahora es la confirmación del poder universal de la Iglesia que, una vez puesta la casa en orden, quiere consolidar su presencia en el mundo que habla en español y sigue siendo la gran reserva de la catolicidad. México, por desgracia, seguirá ofreciendo su trágico rostro de miseria y desigualdad.
La jerarquía católica aprovechó hace dos décadas a las mil maravillas la visita papal para darle una nueva dimensión a las pretensiones ya seculares de rectificar el sentido de la historia moderna de México. Hoy la jerarquía pretende aprovechar el viaje para convertirse en el fiel de la balanza con vistas al siglo XXI. No se requiere de mucha perspicacia para comprobar cómo es que ésta pretende acomodarse en la nueva situación política, transformándose cada vez más en sujeto activo, reconocido y legítimo de la transición hacia el Estado democrático; actitud que se refuerza debido a la paulatina extinción del viejo jacobinismo liberal y la emergencia de otras actitudes religiosas, en especial los evangélicos, que disputan su hegemonía espiritual allí donde, por definición, el catolicismo era más fuerte: entre los pobres de las ciudades y las comunidades rurales indígenas. La nueva evangelización propuesta por el Papa responde a esta secularización inevitable de la sociedad.
No extraña que en ese camino el clero vuelva a plantear el viejo tema de la libertad religiosa como un derecho natural, enderezando sus baterías contra el laicismo en la enseñanza que es, junto con el acceso a los medios masivos de comunicación, la materia pendiente del episcopado mexicano. La visita del pontífice reforzará la visión católica de la familia como piedra angular de la sociedad y sus valores. Asuntos como el del aborto y otras cuestiones de orden ético seguramente tendrán una reactivación inmediata, que únicamente puede favorecer al pensamiento conservador mexicano y a sus expresiones políticas en la derecha que aspira al poder modernizando el discurso, pero no así los viejos argumentos.
Sin embargo, hay cambios que no pueden eludirse. Dos décadas atrás, el Papa era un campeón de la victoria sobre el comunismo.
Hoy es un crítico de las debilidades del capitalismo cuyo tardío descubrimiento hace las delicias modernizadoras de nuestra élite dominante.
La afirmación de la doctrina social cristiana, como alternativa al ``neoliberalismo'', que está en la base del pensamiento actual del Papa contradice, o al menos debiera, los sentimientos más íntimos de los círculos del poder que hoy quiere beneficiarse de la luz papal. ¿Cómo reaccionarán los grandes empresarios que han hecho de este viaje un boyante negocio si el Papa insiste en criticar, justamente, esa realidad que enajena la libertad humana? Es probable que nadie se sienta aludido. Mañana el papa Juan Pablo II. Ya veremos.