Desde el siglo XIX las relaciones entre México y la Santa Sede han sido complicadas, cargadas de desencuentros y salpicadas de reproches. A pesar que las relaciones estuvieron rotas formalmente desde el siglo pasado hasta 1992, los intercambios históricamente han sido intensos. La Santa Sede es uno de los estados más pequeños de la comunidad internacional, pero al mismo tiempo uno de los más poderosos en términos de influencia cultural y política; equiparable, según expertos, al poder internacional de Estados Unidos y al de la antigua Unión Soviética. Ante la cuarta visita del papa Juan Pablo II y de una nutrida comitiva de la curia, es importante repensar el papel, los intereses geopolíticos y espirituales del Vaticano, para poder calibrar el peso de las palabras, los gastos y los silencios del pontífice con mayor influencia en los escenarios internacionales que jamás la Iglesia ha tenido en su historia contemporánea.
Remontémonos a los setenta del siglo XIX y nos encontraremos una Iglesia católica con un poder muy disminuido ante el naciente Estado nacional italiano. Con una pérdida de más de 18 mil kilómetros cuadrados de territorio, situado en el centro de la actual Italia y que albergaba una población de 3 millones de habitantes que constituían en ese momento los Estados Pontificios. De este conflicto histórico, llamado la Cuestión Romana de 1869, a la Iglesia triunfal del papa Juan Pablo II se manifiesta una notoria y hasta espectacular recuperación de presencia como actor internacional y con una clara recuperación de espacios geopolíticos propios.
Adaptación, recuperación y nuevo protagonismo de Roma
La Iglesia católica ha aprendido a convivir con las diversas configuraciones históricas, sobre todo aquellas que han venido adquiriendo el poder laico; a veces compitiendo con éste y en otras ocasiones compartiendo esferas con espacios reducidos o en posición de desven- taja; el hecho es que la Iglesia ha tenido una enorme habilidad para adaptarse sin perder su identidad y su continuidad propia. En el mundo moderno, la Iglesia ha enfrentado a sus dos grandes contrincantes: el socialismo y el liberalismo. Sin embargo, la Santa Sede ha sabido actuar con una seguridad medible sólo en el largo plazo; no sólo ha venido ganando posiciones, sino que ha acrecentado su poder afirmándose desde su propia especificación religiosa. En este proceso de expansión a escala internacional ha quedado claro que la dimensión religiosa y espiritual, fundamentada por el catolicismo, jamás se ha desligado de lo social ni de lo político.
Desde la Cuestión Romana han pasado 130 años, un parpadeo para la historia humana, nueve papas han sucedido en el trono a Pedro, la Iglesia ha cruzado dos grandes revoluciones: la industrial y la rusa; dos guerras mundiales; la polarización este-oeste (guerra fría); las tensiones norte-sur en torno al desarrollo y la actual globalización de los mercados, sin pasar por alto, por supuesto, el derrumbe del socialismo y el ascenso de la secularización cultural más acentuada en los países industrializados. Estas grandes transformaciones han sido las grandes coordenadas y escenarios de esta difícil adaptación de una Iglesia católica que por momentos se siente la triunfal poseedora de recetas de salvación ante la decadencia de la cultura occidental. En otros, esta misma Iglesia se siente a la deriva enmedio de una tempestad.
A partir del abandono de la estrategia defensiva en el siglo XIX, la Santa Sede con progresiva influencia se ha venido posicionando en la escena internacional desde principios del siglo XX. Pero es con la fórmula de Juan Pablo II, carisma y capacidad de convocatoria masiva a través de sus continuos viajes, que la Iglesia y el catolicismo han alcanzado una estatura poco sospechada hace tan sólo unos cuantos años. Paradójicamente su presencia y visibilidad política es mayor ahora, mientras que la representatividad entre las poblaciones ha venido disminuyendo no sólo en Europa sino también en América, el continente que ahora tiene más católicos.