La tradición política del partido casi único estipulaba la versatilidad de los funcionarios: podían ocupar cualquier cargo. Pero estipulaba que eran políticos y se rodeaban de los técnicos necesarios. Jamás se hubiesen atrevido a presentarse como expertos en ninguna de dichas áreas. Al llegar la tecnocracia al poder las cosas han cambiado. Zedillo se cree el mejor economista del mundo y de ahí para abajo predomina entre su equipo la misma prepotencia. José Gómez de León no parecía tener dicha actitud hasta hace poco. Sin embargo, en el ejercicio diario los poderosos reciben tantos halagos y tan pocas críticas que, a la yucateca, se les va cultivando hasta que terminan convencidos (si son tecnócratas) que lo saben todo, que son perfectos. Me pregunto si esto le estará pasando a Gómez de León, puesto que cada vez sus declaraciones a la prensa muestran más desprecio por los demás.
En un extraño afán, que no le compete, se pone a defender la aberrante idea de que la población en pobreza extrema, que sitúa en 26 millones de personas, no ha crecido en números absolutos desde hace 25 años en el país. Según reseña El Financiero (11/01/99), Gómez de León después de sostener lo anterior ``descalificó a investigadores como Julio Boltvinik porque, dijo, sus mediciones sobre la pobreza son economicistas y lineales (se basan en la posibilidad de la gente para tener acceso, por medio de su ingreso, a una canasta básica determinada) y no contribuyen al estudio serio de este fenómeno''.
Naturalmente, le resulta necesario descalificar todas las investigaciones que muestren que la pobreza extrema sí ha aumentado en el país. En particular le debe meter mucho ruido que yo haya mostrado que durante el gobierno de Zedillo, de 1994 a 1996, aumentó la pobreza extrema en 15 millones (véase en este mismo espacio mi artículo del 16/10/98). La negación de Gómez de León al consenso de los estudiosos sobre el aumento de la pobreza en México, al menos en los años ochenta (incluido el Banco Mundial y la Cepal) resulta surrealista. Sabe que no puede defenderse negando la caída de los ingresos y por ello descalifica la variable ingresos en la que, por cierto, se basa centralmente el procedimiento estadístico que usa el Progresa (que él dirige) para medir la pobreza. Por ello termina balbuceando y mostrando que su postura no es resultado de cálculos cuidadosos, sino de una vaga y confusa idea: ``La idea de que la pobreza se encuentra estancada en términos absolutos se basa en que de 1970 a la fecha se observa una reducción significativa del analfabetismo, de la mortalidad infantil, del número de casas con hacinamiento, además de que hay un crecimiento en los servicios escolares y de salud''. Con una ``idea'' quiere contribuir al estudio serio de la pobreza. Y porque tiene una idea, descalifica las investigaciones cuidadosas de otros.
La paradoja de los movimientos inversos entre la pobreza por ingresos y algunas carencias en necesidades básicas específicas (cuya satisfacción no depende centralmente del ingreso privado), la he documentado desde hace más de 10 años para América Latina y México. En mi libro Pobreza y Necesidades Básicas (Caracas, 1990, p.50), ilustraba esa paradoja con el caso de la polémica desatada en Chile la víspera del plebiscito: ``Mientras la dictadura sostuvo, basándose en datos de Necesidades Básicas Insatisfechas (del tipo de los citados por Gómez de León), que había abatido sustancialmente la pobreza a partir del golpe de Estado, la oposición, basándose en el método de línea de pobreza (es decir, en los ingresos de la población) mostraba que ésta había aumentado sustancialmente''. Después añadía: ``Estas diferencias (entre lo que arrojan los diversos métodos) pueden ser particularmente agudas en épocas de crisis en las que se deterioran rápidamente los sueldos y salarios, mientras que el gasto público continúa realizando obras de infraestructura social y otorgando créditos para vivienda o, al menos, la población puede conservar las viviendas previamente adquiridas y las escuelas existentes continúan funcionando''. Justamente por estas evidencias desarrollé el Método de Medición Integrada de la Pobreza (MMIP) que toma en cuenta simultáneamente, para cada hogar, ambas dimensiones y que Gómez de León conoce muy bien, puesto que el libro que él y Cecilia Rabell han coordinado y que publicará el Fondo de Cultura Económica con el título de Cien Años de Cambio Demográfico en México, incluye un artículo mío que aplica este método para medir y analizar la pobreza en México en 1992. Por tanto, quien no ayuda a la discusión seria del tema de la pobreza en México es Gómez de León quien a toda costa quiere defender lo indefendible y, a sabiendas que miente, me acusa de economicista y lineal.
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