José Cueli
El Papa estará en el espacio

Circulará por el espacio de las calles de la ciudad de México, el papa Juan Pablo II, perdido en el laberinto de la pobreza que de tantos marginales se llena. De cada puerta y de cada bache surgirá un marginado. El gris fantasma del hambre, el recuerdo de un pasado azteca muerto, encubiertos por el clero y una clase media alta que se lo apropió y le impedirá escuchar el ruido y ver que bajo la pesadumbre de la propia miseria siguen llegando campesinos a la ciudad de México al irrumpir en las Nezas y sus anexas, silenciosamente y sumergirse entre las callejuelas destartaladas en lucha con el hambre y el frío de la temporada. Caravanas que abandonan sus tierras y comienzan el doliente éxodo de cada día y del seno de Neza a Chimalhuacán escuchan la algazara de los gallos que cantan y los comunican con el campo dejado atrás.

Penitentes y reos de la miseria, pasados los primeros días caminan con el rostro hacia el suelo en perpetua interrogación. Algunas veces se paran, extienden los brazos y piden misericordia al cielo. Y ven pasar otros campesinos que han madrugado más que ellos y que vienen desde Dios sabe dónde. Pero siguen rumbo a las anexas de la ciudad. ¡Que cada uno se atenga como Dios le dé a entender!

Reos van de su propia miseria que es su gran delito y viven bajo el dominio de los que se repartieron su riqueza, por fuero legal (?) en una lucha que día a día se hace más grande entre ricos y pobres. ¿Qué valen las rebeldías de los hombres de campo hoy en la ciudad? Sobre todas las palabras del odio, sobre todas las amarguras irredentas, se yergue como un airón trágico el fantasma terrible del hambre que es el eterno dolor. Marginados y al margen, en los márgenes de todo, viven condenados a la contemplación de la riqueza de los otros y el tormento de la propia miseria que en estos días de crisis se magnifica y emparenta con la muerte.

El terrible tormento depresivo de buscar y buscar casa, comida y sustento, día con día, a lo largo de las carreteras y anexas. Allá van expulsados del campo, hundiendo en el polvo sus pies desnudos, siempre baja la cabeza en aquella requisitoria terrible que confía en encontrar ``quién sabe qué'' sepultado entre el polvo muerto, como si de la tierra esperasen su bienestar y no les fuera lícito mirar al infinito.

En las caravanas abundan las mujeres, niñas que nunca fueron bellas y que jamás despertaron ni despiertan apetitos ni pasiones, porque su juventud y belleza se agotaron con el hambre. Sólo ocasionales encuentros, generados de más y más miserables, como forma de asegurarse de ``algo'' que no se sabe qué es. Mujeres secas, de vientres hundidos y pechos flácidos, ojos sin luz, dientes crudos y labios sedientos eternamente atenazados por el frío.

Estas caravanas que siguen llegando en número indeterminado del campo hacia Neza y sus anexas (Chimalhuacán, Nueva Chimalhuacán, Chalco, Santa Marta, Los Reyes, Ecatepec, etcétera) y se suman por millones, no les llegará el vaticano consuelo del hombre blanco que, sentado en su coche de cristal, relampagueará sus luces y será contemplado por algunos atónitos marginales que no comprenderán el moderno retorno a lo religioso, las complicadas filosofías de la fe y la razón del Papa; las críticas desde ``el mal radical'' de Freud, Nietszche, Marx, y otros; el laberinto católico de enlazar creencias y moral. Sólo aguardan, anclados en la espera desde siempre.