El México de hoy es otro ya. No es el que Juan Pablo II visitó antes. El México de hoy tiene un nuevo santuario ineludible. El rostro de este México es más indio que antes. Sobre su suelo, ensangrentado ahora, brilla el inocultable resplandor de Acteal.
Buenas palabras dijo a los pueblos indios el pastor Juan Pablo en otros viajes. ¿Qué palabra les traerá ahora? Alguna habrá de decir a los bienaventurados que sufren persecución y muerte por causa de la justicia. Ahí están las Abejas que dejaron su muerte en Acteal y cosecharon su vida en Acteal. Nos dejaron como herencia sus pacifistas caminos y el pesado deber de hacer la paz.
Los 45 asesinados no buscaron la muerte, se les acorraló mientras oraban y ayunaban, suplicando la paz. Enfrentaron su muerte perdonando, como Jesús de Nazaret. Y así, la rebeldía india ante las muchas muertes de su vida maduró su mejor fruto, el más sano, el más limpio, el indudable, el del martirio. Así, esa tierra se volvió un santuario, de esos verdaderos que pueden prescindir de piedras y de bronces, porque se dan así, con humildad, en espíritu y en verdad.
Acteal es ya para siempre un signo de encarnación, de Dios entre los hombres, de Jesús pobre, de sed de paz y justicia, de vida para la fraternidad. Es también ya proclamación de muerte y de resurrección, de pascua. Muerte injusta, inmerecida, sí, como la del justo Jesús y compartida ya con él. Vida nueva y perenne, como respuesta del padre de Jesús, como hace dos milenios. Por eso, a un año de la horrenda matanza, los 45 asesinados siguen ofreciéndonos vida, si la aceptamos. Por eso, Acteal es ya un santuario, uno de esos sitios donde de pronto sucede el milagro, donde se confunden la vida y la muerte, el cielo y la tierra, el espíritu y la materia, para derramar luz, sentido y esperanza.
Jesús de Nazaret nos dijo que en los pobres se quedaba para todos nosotros, para revelarnos desde ahí su rostro y sus designios, para convertir desde ahí nuestros corazones, para entregarnos desde ahí su Espíritu, y lo sigue cumpliendo. Ahí están Las Abejas.
El México que hoy le da una nueva bienvenida a Juan Pablo II es ya otro México, con su qué de peor y su qué de mejor. Tiene un nuevo santuario germinándose. Tiene mayores pobrezas y dolores y muertes. Tiene nuevos ``¡Ya basta!'' y nuevas dignidades floreciendo su sangre. Un México más deshecho y pervertido, pero también más hondo, más profundo. Vuelve el pastor, y con él, sus palabras. Alguna tendrá para los indios nuevamente. Que hable libre el Espíritu por su voz. Que no logremos ocultarle las verdades de muerte ni le inventemos honestidades falsas. Que no triunfen los intentos de presentarle un México ficticio y feliz.
Dice don Pedro Casaldáliga en su verso feliz: ``Si faltan los pastores, Belén es una farsa''. Hoy lo podemos decir también de nuestra historia: ``Si quitamos Acteal, México es una farsa''. Se irán los asesinos, pasarán los gobernantes con sus sueños de un México sin México, se olvidarán sus nombres y se recordarán ya sólo sus perversidades. El México verdadero, el de Acteal, el del santuario, el de la dignidad y los mártires, quedará.
La América grande, a la que viene Juan Pablo II, puede verse también reflejada en Acteal. Los santuarios no tienen fronteras. El mensaje papal deberá ser también palabra sin fronteras para todos los pueblos. No es de esperarse que se detenga minuciosamente en cosas mexicanas. Sí son de esperarse palabras que iluminen las pavorosas realidades de los últimos tiempos. Llega a hablar el pastor en el nuevo santuario.