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De Machado Serrat para Sombras de la China
Adalberto Moreno Castillo Ť Dice la voz popular que la historia la escriben los vencedores; pero lo cierto es que con gente como Joan Manuel Serrat se da el caso de que habiendo nacido en cuna perdedora, desde la óptica elitista, ha forjado una historia personal, si no triunfalista, sí cercana como pocas vidas, al altar de los elegidos.
Sus travesías de niño en Poble Sec (Pueblo Seco) sobre la calle Poeta Cabaynes, en un barrio populoso de Barcelona, bien podían haberse convertido en fuentes infinitas de rencor o, de plano, en razones de desvío, trapacería, vida perdida y más. Pero Serrat tradujo en auténticas hazañas de sobrevivencia, de memoria y reflexión, el hambre, la zozobra, la persecución política y toda la cauda de aberraciones que trae consigo una autarquía y dictadura sangrienta. En su devenir demuestra, por el contrario, que la historia de los pobres la pueden en realidad escribir los propios pobres; en este caso, la buena cuna de Joan Manuel es existencial, tiene carne, hueso y espíritu, en su padre Josep, viejo obrero anarquista, y su madre Angeles, nativa de Belchite, donde ocurrió una de las más cruentas batallas de la Guerra Civil española. Ellos habrían de marcar, por su origen, tradición y carácter, al futuro cantautor: "Tenía una casa sombría, que mi madre vistió de ternura" (...) "Era un bello jinete sobre mi patinete, burlando cada esquina como una golondrina, sin nada que olvidar porque ayer aprendí a volar, perdiendo el tiempo, de cara al mar...".
Pero, Ƒdónde está el quid, si es que lo hay, para explicar la sólida evolución de este hombre que el próximo 27 de septiembre cumplirá los 56 años? La primera pista obvia podría ser que Juanito, luego de haber cursado sus estudios en los Escolapios y en el Instituto de Enseñanza Media Mila i Fontanals, y luego de cursar en la Universidad Laboral de Tarragona el Bachillerato, cubre los estudios de Peritaje Agrícola con un premio nacional y recibe entonces su primera guitarra de su padre Josep.
Sus dotes de cronista sentimental lo llevan a formar un grupo con compañeros del servicio militar y a buscar una oportunidad en el medio artístico, siendo sus propios compañeros de música quienes le animan a forjar su carrera de solista, oportunidad que habría de brindarle un conocido animador radiofónico, Salvador Escamilla.
Hasta aquí, como se ve, no hay historia de negro, ni de paria u olvidado; sólo la de un catalán que bien podría llamarse privilegiado relativo, dadas las restricciones de un país sitiado. Por ello, para el gusto del que esto escribe, la clave de su aceptación y, más aún, de poder ser considerado como icono de las últimas décadas de la canción popular, está en su voz de becerro exaltado y calmo a la vez, y en su identidad y lealtad precisas respecto de su propia lengua, el catalán, y también respecto del lenguaje de la ciudad mayor y su patria del conflicto. De ahí que no hay que creer en quienes emocionados y casi al borde de la confesión de secta, afectados por "los buenos sentimientos y las causas justas", simplifican y hablan de Serrat como uno de los suyos; "nuestro Serrat", dicen, como luego sin reparo repiten "nuestra Eugenia", "nuestro Pablo", nuestro pueblo... y tarararará.
En el arco que va de su primer disco con los temas Una guitarra, Ella me deixa, la Mort de l'avi y El mocador, Serrat habrá de enfrentar dilemas de un hombre que puede ya decidir su destino laboral como perito en Jaca Huesca, o seguir insistiendo en la canción. Nada todavía encontramos del Serrat que "todos queremos". Paradójicamente, es el éxito el que define en lo básico el curso que habría de seguir, pues Ara tinc vint anys (1966) lo llevará a continuar ante el micrófono, las cuerdas, las palabras, las rimas y las sentadas. Ante las palmas también, por supuesto. Paraules d' amor y Canco de matinada, en 1967, confirman su buena estrella, aunque hay que decir que ya despuntan en Serrat los primeros signos de desasosiego de los que hablaba Pessoa, en la extraordinaria canción La tieta.
La clave empieza en 1968 hará su aparición definitiva, en el Festival de Eurovisión. Ahí, con su rechazo a cantar en otro idioma que no sea el materno, el joven cantautor cobra aplomo y sabe que su aceptación o su rechazo no pueden depender de su voz, de su armonía, ni siquiera de sus ideas políticas, sino de la simple y sencilla razón que le da o le quita su libertad de cantar en su propia lengua: el catalán.
No es la ideología rígida, ni la aspiración por un régimen alternativo, ni las estrofas de la Internacional, el origen de su rebeldía, sino la necesidad de aire, lo que hace un disidente a Serrat. De ahí vendrían, en un contrapunto paradójico, largos periodos de veto y persecución, acompasados con el crecimiento de su popularidad y su prestigio. Así sí, hablamos ya de un Serrat que visualiza la necesidad de expresarse de otra manera; de estar en el canto en forma distinta que antes y asumir en consecuencia una notable transformación de sus cantares.
Lo primero es que aprovecha el veto de la televisión e incursiona en el cine al lado de Antoni Ribas y Rovira Beleta. Se cocina en ese clima el extraordinario álbum dedicado a Antonio Machado (1969). Esta será su divisa para llegar a Latinoamérica en 1970, donde el joven cantautor "bebióse sorbo a sorbo su pasado". Cantares, La saeta, habrían de sonar en serio en las bocas melifluas de quienes en ese entonces cursábamos el segundo o tercer año de secundaria hacia arriba. Luego vendrían Mediterráneo, donde habría de dejar en claro que en adelante la voz de becerro incursionaría en tonalidades y timbres más sentidos, en líricas de riesgo. Inclinadas deliberadamente a asuntos de búsquedaq radical, pero sobre alfombra humanista, los temas de la mujer, la tierra, la casa, los padres, el amor filial, la cola del vecino, serán asunto propio, siempre con la idea del mundo inmediato, el universo de las libertades sin pancartas, más bien intimistas. Su corazón y su mente alclados en ese rumbro, cimentados en la experiencia con Machado, lo llevarán de la mano a Miguel Hernández, punto y puente definitivos, donde la política hace esquina con el canto en forma definitiva, pero ajena al dogma y siempre oscilando el columpio de los catalanes entre un irremediable romántico y un ser que ya sabe que con ciertas gentes tiene "algo personal".
Exiliado durante años en París, pero mojándose los pies en el Mediterráneo, con el veto vigente de todas las formas del sindicato, asociación de artistas y demás instancias espurias en su país, Serrat sigue madurando su curso, acompaña a toda una generación hispana en la que confluyen demandas libertarias, en todos los planos, con un impacto sorprendente en la conciencia de la clase media, que en las fiestas familiares canta Cantares; con poca presencia en la clase obrera que no tiene oídos para Las nanas de la cebolla ni Para la libertad y, también hay que aceptarlo, Serrat recibe una creciente complicidad de los sectores altos, urgidos de otra manera de alivianarse y soltarse el chongo, ponerse medias y bailar como la gente común y corriente (La fiesta). Piel de manzana, Cançons d'amor, Res no es mesqui, son discos de fulgurar su matrimonio con Candela Tiffón, para seguir con Tal com raja y En tránsito, cuyo sello serratiano inocultable llevará el canto becerro a excelentes registros en Temps era temps o las Malas compañías. Su inmersión latinoamericana habrá de llevarlo a rencuentros con argentinos, chilenos y demás pueblos que en ese tiempo salían o buscaban salir de dictaduras y regímenes de excepción; Cada loco con su tema, Fa vintanys que tinc vintanys, son álbumes que prefigurarán el clímax de idilio con nuestro subcontinente, que sobrevendrá al editarse El sur también existe, disco que para el gusto de quien esto escribe, sin ser malo, es menor y tiene muchas más virtudes sentimentales y políticas, dadas sus intenciones benneditianas y de fraternidad.
Un Serrat siempre más atractivo, integral, lúdico, aparecerá en discos de encuentro y búsqueda, como Sinceramente teu, donde recurre creativamente a María Betania, Gal Costa, Caetano Veloso, Toquinho y Raimundo Fagner. Así, en Bienaventurados Juanito es mordaz, de fábula, irónico; luego vendrá Material sensible, Barcelona Olímpica... llega Utopía, que muestran a un Serrat que voltea el pan y parece dar por concluida la fiesta con las buenas conciencias que, acomodadas ya en la libertad y el clima de la democracia, no mueve un solo ápice de sus trucos, mañas y patrañas. Nadie es perfecto, de 1993, prepara el terreno de una decisión muy simbólica del Serrat maduro, pues en los próximos dos años habrá de concluir y presentar un nuevo proyecto en el que se decide por un disco en el que incluye 34 temas en catalán: D'un temps, d'un país. Con este disco, a mi gusto, Serrat, deja en claro que el rollo de su lengua sigue siendo un rollo de "a veras" y no de mentiras; que su otra lengua, el español, no le quita el sueño, pero tampoco lo duerme, mucho menos lo lleva al olvido y que siempre habrá de oscilar en ese péndulo foucaultiano.
Ahora en 1999, recibimos con un aplauso, aquí sí sin titubeos, al maduro cantautor, Juanito, con su extraordinario disco Sombras de la China. Por cierto, vale la pena revisar dos crónicas buenas, con algo de miel sobre hojuelas, pero buenas, en esta misma mezquita editorial de La Jornada: Espectacular, la de Pablo Espinosa, y de Ernesto Flores. El currito el palmo sigue dando palmas.