A pesar de la era de incertidumbre e ignorancia en la que estamos viviendo, parece quedar muy claro que muchos de los consensos internacionales que en materia financiera y monetaria rigieron el destino del mundo desde el fin de la Segunda Guerra Mundial han dejado de funcionar.
Esta es una conclusión no sólo de los economistas más radicales, sino incluso de los círculos financieros de los países centrales, del presidente Clinton y de grandes especuladores como Soros. Ante ello, el nuevo consenso se orienta a crear instituciones internacionales con mayor poder de control sobre los flujos internacionales de capitales y mecanismos compensatorios. En el foro internacional, Globalización y problemas del desarrollo de La Habana, se han puesto de manifiesto los crecientes problemas mundiales de las últimas décadas que han coincidido con la fase de liberalización comercial y financiera.
En una entrevista reciente (World Economic Affairs, Vol. 2. No. 3, invierno 1998) Milton Friedman arremete nuevamente con sus viejas ideas de los cuarenta y cincuenta contra las conclusiones anteriores. Atribuye la ola de crisis finan- cieras de la presente década (que iniciaron en Inglaterra, Italia y Francia en 1992-1993 y, sobre todo, la de México y ahora la de Asia), a la confluencia de lo que él llama una combinación desastrosa de política económica: tipos de cambio fijos, la existencia de un banco central y una política monetaria independiente. Pero esa condición de política se añadió a otro hecho igualmente negativo: el nuevo papel que desempeñan las instituciones financieras internacionales, principalmente el Fondo Monetario Internacional.
Según Friedman, el FMI debió dejar de existir por completo una vez que terminó el sistema de tipos de cambio fijos en 1973, simplemente porque para esa función había sido creado en 1944-1945. Por tanto, el hecho de mantenerlo y cambiarle de funciones (agencia consultora, banco mundial y prestamista de última instancia), fue conformando una situación de extrema gravedad que llevó inevitablemente a las crisis referidas. Friedman afirma que esas funciones -además de ser erróneas porque por definición no las puede cumplir satisfactoriamente- generaron una especie de incentivo incorrecto en todos los países para perder las precauciones monetarias necesarias e incurrir en déficits altos y perturbaciones en relaciones monetarias básicas, debido a que sabían que habría siempre el rescate último del FMI. Acepta, sin embargo, que la eliminación del FMI no habría cancelado del todo la ocurrencia de crisis financieras periódicas, pero de ningún modo habrían sido de las magnitudes observadas.
En síntesis, este polémico economista estadunidense, argumenta que la forma de reactivar el sistema económico mundial se debe basar en las siguientes líneas generales de política, muchas de las cuales fueron planteadas originalmente por él mismo en sus escritos de hace cuatro o cinco décadas:
Sistemas de tipos de cambio flotantes, o de lo contrario, establecer zonas de integración monetarias, en donde se eliminen los bancos centrales y se instituyan consejos monetarios.
Reducir al mínimo el tamaño y campo de acción de los gobiernos. Considera que este es el mayor reto de la economía mundial y no el establecer controles como los que plantean los consensos internacionales cada vez más repetidos.
Evitar cualquier reglamentación sobre los especuladores, debido a que ellos desempeñan un importante papel de estabilizadores automáticos.
Cancelar (definitivamente) a las instituciones financieras internacionales que hoy conocemos, debido a que han hecho más mal que bien.
Lo sorprendente es que el mismo Banco Mundial, otrora apóstol del conservadurismo económico, junto con el FMI, acaba de aceptar hace dos días que la crisis asiática y las políticas de ajuste aplicadas han generado 20 millones de pobres.
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