Bernardo Barranco
México y la geopolítica del Vaticano
(Segunda de tres partes)

Elementos de la geopolítica vaticana: Muchas personas se preguntan con justa razón por qué la Iglesia, siendo una institución que promueve los valores y las prácticas religiosas, se inmiscuye en la política y en la ideología. Por qué actuó como mediadora, en 1979, en el conflicto limítrofe entre Argentina y Chile por el canal de Beagle; por qué se le atribuye a Juan Pablo II ser factor detonante de los grandes cambios en Europa del Este y, en particular, en el derrumbe del socialismo real; por qué el Vaticano fue uno de los polos más combativos en la última cumbre sobre población que se desarrolló en Egipto.

Estos son unos cuantos ejemplos de intervención y de protagonismo. La geopolítica vaticana, esto es, la lógica y campo de intervención de la Iglesia católica, que pretende inducir y obligar a los principales actores internacionales como al conjunto de los estados a contar con ella o favorecer sus posiciones, sean éstas de tipo religioso, ético, y/o fortalecer la presencia de sus iglesias nacionales. La actuación del Vaticano, como de sus iglesias locales, aportará elementos que nos ilustran sobre la frágil frontera entre religión y aspiración de ésta para construir un orden social propio, o al menos uno con sello particular. Esta demarcación no es exclusiva del catolicismo: toda religión contiene en su seno un proyecto de sociedad y de cultura.

Definitivamente la Iglesia católica ha venido ganando terreno paulatinamente en la escena internacional, tan sólo basta anotar el número de nuevas nunciaturas apostólicas, que bajo el pontificado de Juan Pablo II suman 72, llegando a 168 el total. El Vaticano combina con mucha habilidad el prestigio del pontificado con el carisma de los papas, y al mismo tiempo la prudencia y sagacidad de su aparato institucional, tanto en el plano local como internacional. Esta creciente influencia la ha venido utilizando para: a) asegurar que la institución pueda seguir desarrollando su misión evangelizadora (portadora de un código ético cristiano y de un ideal histórico), y b) robustecer las condiciones materiales, económicas, jurídicas y políticas de las estructuras sociales y políticas locales (particularmente frente a los Estados) que faciliten esta misión.

Juan Pablo II, en su discurso ante la UNESCO, del 2 de junio de 1980, cuestiona la polarización Este-Oeste. Desarrollará esta postura en la encíclica Sollicitud Rei Socialis, del 30 de diciembre de 1987, reclamando no sólo la amenaza constante para la paz, sino los excesivos gastos en armamento que ponen en riesgo el desarrollo del Tercer Mundo. Sin ningún miramiento, el papa Wojtyla establece una ``santa alianza'' con Ronald Reagan, ambos personajes tan diferentes y sin embargo hermanados en su acendrado anticomunismo, para comprometerse en una estrategia política, cultural y espiritual para apurar la descomposición del socialismo.

A partir de la caída del muro de Berlín, 1989 será un año crucial para el Papa. Así lo registra su Centesimus Annus; el problema de fondo en los escenarios internacionales es un deslizamiento de la confrontación Este-Oeste a la Norte-Sur. El Papa, vencedor simbólico del socialismo, extiende una oferta a la única hegemonía económica y militar existente, Estados Unidos, de recristianizar los valores de las sociedades modernas y apurar el desarrollo del Sur. El 5 de octubre de 1995, en el foro de las Naciones Unidas el papa Wojtyla evoca a la ``familia de las naciones'' a desarrollar lazos fraternos, sin abuso del fuerte y la armonía del amor.