Miguel Concha
La exhortación apostólica
El documento que el Papa firmó ayer en la nunciatura apostólica, y que hoy entregará a los pastores y fieles de la Iglesia católica en el continente americano, tiene características peculiares. Es en primer lugar fruto de un sínodo de obispos, es decir, de una consulta amplia hecha por Juan Pablo II a los pastores de las iglesias particulares del llamado Nuevo Mundo.
A pesar de las reservas que los críticos puedan tener respecto al modo como se llevó a cabo esa consulta episcopal, pues la estrategia de la Curia Romana tendía al principio a no propiciar la expresión espontánea de los pastores del norte, centro y sur americano; puede afirmarse que el documento actual recoge ampliamente la voz pastoral de nuestro continente.
Esto es así porque la mayoría de los obispos hizo a un lado la camisa de fuerza que se les quiso imponer, y hablaron libremente de los ``gozos y esperanzas, de las tristezas y angustias de todos, pero especialmente de los más pobres'' de la tierra.
Esta Exhortación Apostólica del Papa tuvo además como redactores a una comisión que los mismos Padres Sinodales designaron para ese fin, y que Juan Pablo II avaló plenamente, añadiéndole dos o tres nuevos redactores.
Esta no es una práctica común en la Iglesia desde la celebración en 1974 del Sínodo sobre la Evangelización del Mundo Contemporáneo, pues normalmente el Papa, después de escuchar a los obispos reunidos en Sínodo, asume personalmente sólo aquello que considera pertinente recoger en un documento que después elabora a su manera. No es el caso de esta Exhortación. El documento que hoy se entrega es básicamente el mismo que la comisión redactora elaboró.
De modo que lo que tendremos en la mano es fruto de un acto colegiado de la Iglesia. Roma, o la Santa Sede, únicamente está legitimando lo que fue producido desde las iglesias particulares. Con ello se está volviendo a reeditar una práctica pastoral y docente de la primitiva Iglesia, cuando la periferia jugaba un rol decisivo para la configuración de toda la Iglesia.
Este modo de proceder de Juan Pablo II es consecuente con lo que expresó en su primer viaje apostólico, precisamente a México, en 1979, al señalar entonces que venía a fortalecer el caminar de estas iglesias del continente: ``Vengo a esta porción viva eclesial, la más numerosa, parte vital para el futuro de la Iglesia católica... El Papa quiere estar cercano a esta Iglesia evangelizadora, para alentar su esfuerzo, para traerle nueva esperanza a su esperanza, para ayudarle a discernir sus caminos, robusteciendo o modificando lo que convenga, para que sea cada vez más fiel a su misión'' (discurso en el aeropuerto de Santo Domingo, 25 de enero de 1979).
Por ello este actuar del Papa es también un acto de reconocimiento a la importancia que tiene América en su conjunto para la Iglesia de hoy. Nosotros no somos una porción cualquiera del catolicismo romano. Somos 60 por ciento de la feligresía católica mundial y aquí ciertamente vive y trabaja la mayor parte de su episcopado. Somos quizás también la Iglesia más rica, dinámica y creativa pastoralmente hablando. Otra característica particular de esta Exhortación Apostólica es el hecho de que se promulgue precisamente en el Tepeyac. Ello porque los Padres Sinodales, entre los que también se cuenta a los de Estados Unidos y Canadá, casi unánimemente decidieron que aquí se hiciera la promulgación, y así lo solicitaron al Papa, quien lo aceptó gustosamente por ser profundamente mariano y guadalupano. No olvidemos tampoco que fue el 12 de diciembre de 1997 cuando se clausuró en Roma el Sínodo Especial de los Obispos de América, con una misa solemne en honor de la Virgen de Guadalupe.
Pero sobre todo no hay que olvidar que el Tepeyac es el espacio de la religiosidad popular más acendrada de México y del Continente. No hay una fuerza religiosa y moral más grande, que unifique a tantas personas, precisamente por lo que representa. Es un símbolo mariano, es cierto, pero tiene además connotaciones que están más allá de lo que la institución eclesiástica maneja en sus doctrinas. Guadalupe es producto de la síntesis que hicieron los pobres del aporte cristiano, amasado con la carne de las tradiciones religiosas indígenas más antiguas, y por ello, como ha repetido el Papa, tenemos en ella un ejemplo de evangelización inculturada.
Venir hoy al Tepeyac para proclamar desde aquí el compromiso de la Iglesia de cara al tercer milenio, es asumir la trayectoria de lucha de quienes, como Juan Diego, son portadores de las pocas flores de vida que aún se conservan en este invierno crudo que se impone sobre la humanidad.
Desde esta perspectiva habrá que leer la Exhortación Apostólica Postsinodal que el Papa nos entrega hoy, recreándonos es verdad en la fragancia de las relucientes y variadas flores que contiene, pero aceptando con honradez las espinas que también existen.