Sobre el Papa van cámaras y corazones, anuncios y denuncias, dineros y plegarias. Sobre el Papa pesan responsabilidades y olvidos, indulgencias y castigos, llantos y risas. Sobre el Papa giran buitres y palomas, ángeles y demonios, injusticias y esperanzas. Todo esto, destacadamente hoy y en México. Mañana, nadie lo sabe.
Sobre el Papa hay mucho y nada que decir. Su investidura lo puede, pero también lo debe todo. Inhibe y, a la vez, alienta. Sobre el Papa se vuelca la más alta espiritualidad junto al más bajo mercantilismo. Ahora mismo parecen romperse todos los récords así en capitalización publicitaria de la visita papal como en fervor religioso. Sobre el Papa, pues, se tejen paradojas e interrogantes de lo más complejo.
El derrumbe del socialismo, que para muchos fue la última utopía de carácter terrenal. ¿es la penitencia previsible a un proyecto que, queriéndolo o no, antepuso la materia al espíritu? ¿De qué tamaño es el vacío espiritual provocado por tal derrumbe? ¿Quién y cómo lo habrá de llenar? ¿Del ``opio de los pueblos'', la religión pasó a ser ya el oro de los cielos? ¿Toda, ninguna, o cuál religión es saludable? ¿Es más humano el mundo posterior a aquella utopía?
Sobre el Papa también deambulan interrogantes más mundanas. ¿Deben o no ser castigados, en cualquier buen tribunal de este mundo (y no sólo en el infierno), criminales de lesa humanidad como Pinochet? ¿Son o no también crímenes de lesa humanidad masacres como la del pueblo iraquí a cargo de la ``única potencia'' en el mundo de la posguerra fría, Estados Unidos? ¿Debe o no ser pareja la globalización de la justicia? ¿Puede convivir ésta con la globalización del egoísmo, de los dineros, del consumismo, de los despojos y, en suma, del libertinaje mercantil que predomina en este mundo saneado ya de utopías terrenales?
Y ya que está en México, del Papa sería muy bueno saber si ante la actual globalización del infierno terrenal para muchos y del cielo anticipado para pocos es o no justificable una insurrección como la de los indígenas zapatistas en Chiapas. ¿Es equiparable o no a la insurrección de Jesucristo contra los mercaderes del templo? La insurrección zapatista, ¿condensa o no el grito de dolor y la sed de dignidad de todos los crucificados por la infernal globalización en curso? ¿Merece esa insurrección más muerte y barbarie como respuesta? ¿Merece masacres como la de Acteal y todo aquello que tanto se parece a un genocidio disfrazado de ``estrategia de paz''? ¿Cuántos crímenes de lesa humanidad alimenta tal estrategia? ¿Deben o no castigarse? ¿Aquí y ahora, o mañana en el purgatorio?
Sobre el Papa, en consecuencia, también rondan las preguntas que darán cuerpo a la consulta del próximo 21 de marzo, y con la cual se busca, una vez más, reencauzar una solución tan pacífica como democrática a la guerra en Chiapas (no por silenciosa, menos guerra). En atención a la alta investidura del Sumo Pontífice, conviene presentar esas preguntas conforme a su trasfondo universal: 1) ¿Debemos o no sumarnos todos al desarrollo de la humanidad, incluyendo a los marginados de todo el mundo?; 2) ¿Hay que reconocer y respetar derechos a esos marginados?; 3) Al no hacerlo, y si se rebelan, ¿hay que responderles hasta con el yugo de la militarización?; y 4) ¿O hay que responder con una genuina democracia en la que, para empezar, los gobernantes acaten el mando de los gobernados? (Aquí los marginados es sinónimo de indígenas zapatistas, y el yugo, de la militarización ¿incluye a su excrecencia paramilitar?
Sobre el Papa, pues, penden muchas preguntas de gran calibre. Si junto con su bendición nos iluminaran sus respuestas, seguramente San Pedro y el propio Jesucristo también se lo agradecerían. Pero sí no hay respuestas, preferimos no hablar del Papa y simplemente decirle: bienvenido a ésta, su casa; buena suerte para todos hasta el derrumbe de la próxima utopía terrenal, que seguramente la habrá. Y tal vez esta vez bien sincronizada con la utopía celestial.
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