Tengo la impresión, y creo compartirla con mucha gente, de que la élite panista todavía no se ha dado cuenta de las implicaciones de haber fundido sus votos con los del núcleo duro del neoliberalismo. No solamente convalidaron ese fraude monumental a la ciudadanía que se llama Fobaproa, antes incluso de conocerse el resultado de las auditorías, sino además, copiando ya el cinismo de los ``neobárbaros'', se mandaron pagar, con nuestros impuestos, una vergonzosa campaña publicitaria intentando inútilmente hacernos creer que sus diputados habían votado en el sentido diametralmente opuesto al que lo hicieron (``rechazamos el Fobaproa'', rezaban en inserciones pagadas a plana entera y en el más alto rating televisivo).
Pero cuando de plano rebasaron al zedillismo y al partido oficial fue cuando se negaron, por segunda ocasión consecutiva, a otorgarle a los habitantes del DF los fondos municipales a que tenían derecho y pretendieron castigar ejemplarmente a Cárdenas no permitiéndole contraer deuda pública equivalente a los intereses que debería pagar la ciudad por los préstamos que la regencia priísta le heredó al nuevo gobierno.
¿Por qué pensarán los panistas que es un buen negocio convertirse en los herederos universales de diez años de desprestigio neoliberal? ¿Habrán pactado algo importante, algo realmente grande? Por más que le da uno vueltas, el enigma permanece. Y es que para que un pacto tenga sentido tiene que haber alguien que responda por lo pactado y ninguna figura política en el poder, menos aun la del Presidente, parece ser capaz de dar órdenes válidas para todos sus subalternos, una verdad que se amplificará en este año de la sucesión.
Han castigado presupuestalmente a los 12 millones de mexicanos que habitamos el Distrito Federal con el argumento de que los perredistas, la segunda fuerza parlamentaria de México, han optado por el radicalismo por no convalidar el ``salvamiento'' bancario sin que el destino de esos fondos se aclarara. ¿Pues qué no se trataba, según los postulados fundacionales del panismo, de educar a la opinión pública dándole los elementos de juicio para castigar a la corrupción, que es nuestro gran flagelo y de fortalecer así a la sociedad civil?
El PAN, de plano, cambió su programa político, traicionó a Gómez Morín. En lugar de convertirse en una tercera opción, en una opción de fortalecimiento social, convalida a este sistema, se suma al modelo neoliberal más bárbaro del planeta; el que reúne a los más grandes capitales (no sólo bancarios) de aquí y de afuera, a los medios de comunicación y al Ejército, a todo el aparataje de la dominación: desde gobernadores que llegan al poder con ayuda del narco, hasta caciquillos que reciben apoyos increíbles para organizar bandas paramilitares o para comprar decisiones de magistrados en todos los momentos y en todos los niveles; un modelo que basa sus expectativas de continuidad en la producción acelerada de miserables sin escolaridad, masas manipulables que también el PAN está aprendiendo a engañar, a juzgar por su flamante campaña publicitaria.
Hoy, como resultado de esos actos, queda fuera el panismo como una opción por lo social, una pedagogía política de fortalecimiento de la sociedad civil, y nos acercamos a la confrontación entre sólo dos proyectos de futuro. Las concertacesiones terminan increíblemente en el radicalismo y en la más pura confrontación. ¿Pero, qué creerá el PAN que está haciendo?