Bernardo Barranco
México y la geopolítica del Vaticano
(Tercera y última)
Los papas que mayor influencia han tenido en México durante el siglo XX son Pío XI (1922-1939) y Juan Pablo II (quien inició su papado en 1978). Ambos han intervenido en la política interna mexicana y negociado con un gobierno que ha tenido la habilidad de reconocer en la Iglesia católica no sólo a una institución local sino a un interlocutor internacional. El papa Pío XI puede ser considerado como un pontífice ``mexicanista'': negoció con los gobiernos de Calles y Cárdenas las condiciones de paz que garantizaran la estabilidad institucional tanto del Estado como de la Iglesia mexicana, después de los cruentos enfrentamientos de la guerra cristera. Este pacto, le llevó al pontífice a sacrificar a numerosos grupos católicos radicalizados. En cambio, con Juan Pablo II los principales ejes de negociación han sido el reconocimiento jurídico de la Iglesia mexicana y el establecimiento formal de relaciones entre los dos Estados, siendo un factor fundamental la presencia de su santidad en nuestro país en tres ocasiones anteriores, en las que desplegó convincentes muestras de convocatoria masiva e identificación popular. Otro factor singular, ha sido el hecho de contar con un eficaz ejecutor de la política vaticana, en manos del ex nuncio Jerónimo Prigione, un personaje que duró casi 20 años como enlace entre el Vaticano y Los Pinos; es el hombre quizá más importante en la Iglesia mexicana en el último decenio.
Las visitas del pontífice polaco a nuestro país han tenido profundas implicaciones políticas. La fuerza del Papa es su carisma y su arrastre entre la población mexicana. La segunda visita, de 1990, tuvo como objetivo confirmar el reconocimiento jurídico y el establecimiento de relaciones diplomáticas bajo la administración de Carlos Salinas de Gortari, quien cambió legitimación por reconocimiento. Bajo el gobierno de Zedillo, las relaciones han sido grises y hasta opacas. Quizá el momento de mayor relieve fue la accidentada visita del primer mandatario mexicano a Roma, en febrero de 1997, cuando sin más el Papa le recomendó, respecto de los programas de estabilidad económica: ``...procuren que los sectores más desprotegidos de la sociedad -como son los de menos recursos económicos, los campesinos, los indígenas, los jóvenes y los desempleados- no carguen con la parte más gravosa de los reajustes económicos y así puedan vivir de manera más digna''. Este, junto con Chiapas, es uno de los escollos mayores que enfrenta el presidente Zedillo, no sólo frente al Vaticano sino ante la Iglesia mexicana.
El Papa habla a América, pero los ecos retumbarán con fuerza en nuestra realidad doméstica. La deuda externa e interna, el narcotráfico, la situación indígena, Chiapas, la corrupción, las migraciones, los valores, etcétera. Ante la actual visión geopolítica del Vaticano, México es un país clave, es puente cultural entre las Américas, es dique de contención frente a los nuevos movimientos religiosos y frente al new age; según la Santa Sede, este país está llamado a jugar un papel determinante en la nueva evangelización, con base en su religiosidad popular. La Iglesia mexicana es otra, está lejos de los tiempos de los años 60 y 70, cuando estaba aislada y un tanto ausente de las reformas conciliares y las batallas internas de Medellín y Puebla. Habrá que seguir de cerca el desempeño de la Iglesia mexicana, de su jerarquía en este nuevo entramado americano y esta nueva visión internacional de la curia vaticana.