Miguel Concha
Nuevo proyecto eclesial
Serán ciertamente muchos, y de distinto tipo, los análisis y comentarios que suscite la Exhortación Apostólica Postsinodal sobre la Iglesia en América. Muchos verán incluso en América Latina falta de continuidad o algún retroceso en algunos temas tratados por las Conferencias Episcopales Latinoamericanas de Medellín, Puebla y Santo Domingo.
Quizás algunos tendrán que referirse para explicarlo a deficiencias metodológicas en la elaboración de ese documento en Roma. Lo que es cierto es que su solemne promulgación por el Papa en la Basílica de Guadalupe, la variedad de elementos simbólicos que engalanaron esa celebración, su producción por un Sínodo especial en el que por primera vez participaron obispos de todo el continente, y más que nada, su mismo contenido; marcan una nueva etapa en la historia de la Iglesia de América Latina.
Aparte de que se refiere a temas como el de la corrupción, el narcotráfico, la globalización, el neoliberalismo, la educación cívica, los derechos humanos, la dignidad de los indígenas y afroamericanos, la exigencia de moralidad en el manejo de los asuntos públicos y la democracia, que no habían sido tratados o más desarrollados en las anteriores conferencias de América Latina; no debemos olvidar que se trata del primer documento del magisterio de la Iglesia católica en América, es decir, de todo el continente, del que el Papa en México quiso hacerse en buena medida eco.
Quizás eso además explique sus alcances, aunque también sus limitaciones, pues quienes vivieron el Sínodo pueden dar testimonio de las dificultades que experimentaban los obispos de América del Norte para comprender mejor los problemas y dificultades de sus hermanos de Centro y Sudamérica y El Caribe. Ello no quita que los frutos de ese encuentro se estén ya manifestando con el robustecimiento de la solidaridad en problemas lacerantes como el de los refugiados, la pobreza, los migrantes o las catástrofes naturales.
Son ciertamente muchas sus claves de lectura, y quizás valga la pena hacer más adelante un análisis transversal de sus contenidos. Por el momento quiero referirme a una, que es de las que atraviesan todo el documento, se encuentra desarrollada en el capítulo quinto, y en mi opinión, marca sobre todo en materia social el nuevo proyecto que propone el Papa Juan Pablo II.
Frente a la globalización de la injusticia social, el Papa propone la globalización de la solidaridad dentro y fuera de la Iglesia, mediante el conocimiento y difusión de su doctrina social y quizás, más adelante, la modificación de algunas estructuras de colegialidad episcopal en este sentido.
Dice literalmente el Papa que de la comunión del misterio de Dios uno y trino, y del Hijo de Dios encarnado y muerto por todos, se deriva para las Iglesias particulares del continente americano ``el deber de la recíproca solidaridad y de compartir sus dones espirituales y los bienes materiales con que Dios las ha bendecido, favoreciendo la disponibilidad de las personas para trabajar donde sea necesario''.
Juan Pablo II afirma que partiendo del Evangelio se debe promover ``una cultura de la solidaridad que promueva oportunas iniciativas de ayuda a los pobres y a los marginados, de modo especial a los refugiados, los cuales se ven forzados a dejar sus pueblos y tierras para huir de la violencia''. Y pide además que la Iglesia en América aliente ``a los organismos internacionales del continente, con el fin de establecer un orden económico en el que no domine sólo el criterio del lucro, sino también el de la búsqueda del bien común internacional y nacional, la distribución equitativa de los bienes y la promoción integral de los pueblos'' (No. 52).
Al hablar de la globalización de la economía, o mejor dicho de la economía globalizada, el Papa pide que se le someta a riguroso análisis, ``a la luz de los principios de la justicia social, respetando la opción preferencial por los pobres, que han de ser capacitados para protegerse en una economía globalizada y ante las exigencias del bien común internacional''. Pero añade con toda claridad, ``la Iglesia en América está llamada no sólo a promover una mayor integración entre las naciones, contribuyendo de ese modo a crear una verdadera cultura globalizada de la solidaridad, sino también a colaborar con los medios legítimos en la reducción de los efectos negativos de la globalización, como son el dominio de los más fuertes sobre los débiles, especialmente en el campo económico, y la pérdida de los valores de las culturas locales a favor de una mala entendida homogeneización'' (No. 55).
Dadas las características históricas del continente americano, y la fuerte presencia de la Iglesia católica en él, quizás sean estos los párrafos que mejor identifiquen la novedad de la Exhortación Apostólica que hoy tuvimos en nuestras manos.