Ť Exhortación apostólica postsinodal


El modelo neoliberal margina

a los más débiles, señala el Papa

David Aponte y José Antonio Román Ť La deuda externa de América Latina es ''fruto'' de políticas financieras especulativas, de corrupción y de la irresponsabilidad de algunos gobernantes, con el agravante de que grandes sumas han sido destinadas, a veces, al enriquecimiento de personas, sostuvo el papa Juan Pablo II.

En la exhortación apostólica postsinodal Ecclesia in América, criticó el modelo económico neoliberal, porque causa la marginación de los más débiles. ''De hecho, los pobres son cada vez más numerosos (y) víctimas de determinadas políticas y de estructuras frecuentemente injustas''.

Consideró también que el narcotráfico es uno de los desafíos más apremiantes de la humanidad. Incluso, compromete el prestigio internacional de algunas naciones latinoamericanas, según el documento de 30 cuartillas que el pontífice suscribió la noche del viernes en la nunciatura apostólica y que ayer fue hecho público de manera íntegra.

El amplio documento, entregado ayer durante la celebración religiosa en la Basílica de Guadalupe, contiene un análisis de la situación que vive el continente en todos los ámbitos. Sobre todo destaca la ''enorme desigualdad entre el Norte y el Sur''. Pero también traza las grandes directrices de la Iglesia católica en el hemisferio, en el umbral del tercer milenio.

Así, están presentes los temas de derechos humanos, globalización, creciente urbanización, deuda externa, corrupción, comercio y consumo de drogas, ecología, carrera armamentista, secularismo, el papel de los laicos y el proselitismo y avance de las sectas, así como la formación de los futuros sacerdotes en un mundo cambiante.

Respecto a los pueblos indígenas y los americanos de origen africano, el Papa advierte que si la Iglesia desea recorrer el camino de la solidaridad, debe dedicar una ''especial atención'' a aquellas etnias que todavía hoy son objeto de discriminación. En efecto, dice, hay que erradicar todo intento de marginación contra las poblaciones indígenas.

''Ello implica, en primer lugar, que se deben respetar sus tierras y los pactos contraídos con ellos; igualmente, hay que atender a sus legítimas necesidades sociales, sanitarias y culturales. Habrá que recordar la necesidad de reconciliación entre los pueblos indígenas y las sociedades en las que viven. Quiero recordar ahora que los americanos de origen africano siguen sufriendo también, en algunas partes, prejuicios étnicos que son un obstáculo importante para su encuentro con Cristo''.

Al abordar el tema de la globalización, señala que este fenómeno debe ser analizado a la luz de los principios de la justicia social, respetando la opción preferencial por los pobres, que han de ser capacitados para protegerse en una economía globalizada, y ante las exigencias del bien común internacional.

''A través de este prisma se pueden valorar las cuestiones que se refieren a la deuda externa de las naciones, a la corrupción política interna y a la discriminación dentro de la propia nación y entre las naciones''.

Juan Pablo II llamó a la Iglesia en América a promover una mayor integración entre las naciones, contribuyendo de este modo a una verdadera cultura globalizada de la solidaridad, así como a colaborar con los medios legítimos en la reducción de los efectos negativos de la globalización, como son el dominio de los más fuertes sobre los débiles, especialmente en el campo económico, y la pérdida de los valores de las culturales locales en favor de una mal entendida homogeneización.

Sobre los derechos humanos, reconoce que en los últimos años, en toda América ha ido creciendo la necesidad de respetarlos, sin embargo todavía queda mucho por hacer, si se consideran las violaciones de los derechos de las personas y grupos sociales que aún se dan en el continente.

A lo largo del extenso documento se insiste en tener una visión global de los problemas de todo el continente, como uno de los factores que unen a la región. Entre los problemas que no puede ignorar la Iglesia, se afirma, está el de la deuda externa, ya que afecta a la vida de muchas personas.

Se pide a los cristianos hacerse voz de los pobres del mundo, y se propone el jubileo del año 2000 como un tiempo oportuno para pensar, entre otras cosas, en una notable reducción, si no en una total condonación, de la deuda internacional.

Incluso, el Papa expresa su deseo de que la Secretaría de Estado del Vaticano busque, con representantes de países desarrollados y con responsables del Banco Mundial y del FMI, vías de solución para el problema de la deuda externa e impida la repetición de tales situaciones en ocasión de futuros préstamos.

En relación con el problema del narcotráfico, dice que la Iglesia en América puede colaborar eficazmente con los responsables de las naciones, los directivos de empresas privadas, las organizaciones no gubernamentales y las instancias internacionales para desarrollar proyectos que eliminen este comercio que amenaza la integridad de los pueblos en América.

De igual forma, propone que esta colaboración se extienda a los órganos legislativos, apoyando las iniciativas que impidan el ''blanqueo de dinero'', favorezcan el control de los bienes de quienes están implicados en este tráfico y vigilen que la producción y comercio de las sustancias químicas para la elaboración de drogas se realicen según las normas legales.

Pero también señala que se debe ayudar a los agricultores pobres para que no caigan en la tentación del dinero fácil, obtenible con el cultivo de las plantas de las que se extraen drogas.

Más adelante, denuncia que en América, como en otras partes del mundo, parece perfilarse un modelo de sociedad en la que dominan los poderosos, marginando e incluso eliminando a los débiles.

''Pienso ahora en los niños no nacidos, víctimas del aborto; en los ancianos y enfermos incurables, objeto a veces de la eutanasia, y en tantos otros seres humanos marginados por el consumismo y el materialismo. No puedo ignorar el recurso no necesario de la pena de muerte, cuando otros medios incruentos bastan para defender y proteger la seguridad de las personas contra el agresor''.

En el tema estrictamente religioso, el documento postinodal suscrito por el Papa se refiere de manera especial al desafío de las sectas y nuevos movimientos religiosos, los cuales desarrollan una acción proselitista en muchas partes de América, constituyéndose en un obstáculo para el esfuerzo evangelizador.

''La palabra proselitismo tiene un sentido negativo cuando refleja un modo de ganar adeptos no respetuoso de la libertad de aquellos a quienes se dirige una determinada propaganda religiosa. La Iglesia católica en América censura el proselitismo de las sectas y, por esta misma razón, en su acción evangelizadora excluye el recurso de semejantes métodos''.

El papa Juan Pablo II concluye su mensaje con una invitación a todos los católicos a tomar parte activa en las iniciativas evangelizadoras que se vayan suscitando a lo largo y ancho del continente, tan lleno de posibilidades y esperanzas para el futuro.

Exhorta a las familias católicas a ser ''iglesias domésticas'', donde se viva y se transmita a las nuevas generaciones la fe cristiana y donde se ore en común. ''Si las familias católicas realizan en sí mismas el ideal al que están llamadas por voluntad de Dios, se convertirán en verdaderos focos de evangelización''.