Ť Dos mil personas se concentraron en Los Pinos
Y en la sede del poder laico, el Papa bendijo al pueblo en latín
David Aponte y Rosa Elvira Vargas Ť En la puerta de la casa presidencial, con su figura encorvada, Juan Pablo II levantó la mano derecha para hacer la señal de la cruz. Y en latín, desde una de las sedes del poder laico y republicano, bendijo al pueblo. El presidente Ernesto Zedillo y su esposa Nilda Patricia, que lo flanqueaban, concentraron su mirada y atención en el hombre de blanco, en el líder de la Iglesia católica.
"Para vosotros, para todos los mexicanos, que Dios bendiga a ustedes. Pater, Filius, Spiritus Sanctus''...
Dos mil personas recibían en vivo esa bendición, como premio a su larga espera en los jardines de la residencia Miguel Alemán, donde vive la familia Zedillo, en una tarde-noche fría, helada. Conmovidos, acogieron la señal del obispo de Roma, mujeres con cristos en las manos, monjas, indígenas y empleados de Los Pinos y sus familiares. Se santiguaron y en muchos rostros asomaron las lágrimas.
Nadie antes que ellos había tenido el altísimo privilegio de recibir la bendición papal en los jardines y las calzadas adoquinadas de la residencial oficial. La historia consigna que, ciertamente, Juan Pablo II ya había oficiado misa en ese mismo recinto, pero ello ocurrió en el interior de una capilla. Eran los tiempos en que gobernaba México José López Portillo. ''Fue un regalo para mi madre'', justificó entonces el mandatario.
Así, el acto republicano de bienvenida en el hangar presidencial, el viernes por la tarde, se transformó ayer, durante los primeros momentos del encuentro entre el Papa y Zedillo, en un acto religioso. Luego vino el encuentro privado de los dos jefes de Estado, y la estancia de Juan Pablo II en Los Pinos concluyó con un besamanos al pontífice.
Nuevos tiempos, nuevos marcos legales, más de seis años de relaciones diplomáticas permitieron que, sin tapujos, funcionarios mexicanos se arrodillaran ante el jefe de la Iglesia católica, para besar su mano. Así, la embajadora Carmen Moreno, subsecretaria de Relaciones Exteriores, no disimuló su fe católica y se hincó frente al obispo de Roma para besar su sortija.
Vientos nuevos en la relación entre México y el Vaticano. La jerarquía católica, el Consejo de la Presidencia del Episcopado, el secretario de Estado, cardenal Angelo Sodano, y el séquito papal contemplaron la escena en la cumbre de la escalinata de la casa presidencial.
Nuevas formas de hacer política. Los asesores del presidente Zedillo organizaron una "callejoneada" en la residencia oficial. Dos mil invitados entonaron cantos religiosos en los andadores y jardines, mientras aguardaban la llegada, que tuvo una pequeña demora, de Karol Wojtyla. Dos mil invitados sí, pero ningún reportero. Sólo fotógrafos y camarógrafos, también previa cuidadosa selección, pudieron trasponer los muros frontales de Los Pinos.
Quienes organizaron la recepción al Papa, consideraron que permitir el acceso de los periodistas a cualquiera de los lugares donde estaría el Pontífice, los ''encadenaría'' a un solo sitio, y la sabia decisión fue dejarlos ''libres'', pero en el andador exterior de la residencia, donde sólo podrían ver --como otros cientos de personas sin influencias para entrar-- la llegada del invitado a bordo del Papabus.
Durante su segundo día de visita pastoral a la ciudad de México, el obispo de Roma ofició una misa en la Basílica de Guadalupe, y entregó a los obispos de América la exhortación apostólica postsinodal, que contiene los lineamientos para la evangelización en el continente en los años por venir.
Por la tarde, acudió a Los Pinos, donde estaba previsto un encuentro privado de una hora con el jefe del Ejecutivo, y una reunión con los representantes del cuerpo diplomático acreditado en el país.
El Papa salió de la nunciatura apostólica a las 18:05 horas y llegó a la puerta uno de Los Pinos a las 18:33.
Unas tres mil personas ocuparon, desde varias horas antes, lugares cercanos al inmueble, en Constituyentes, Parque Lira y en el acceso principal de la residencia oficial para, aunque fuera de lejos, saludar, ver, al líder religioso.
En cuanto traspuso las puertas de Los Pinos, estallaron los gritos y porras. Y, algo nunca visto, funcionarios y militares del Estado Mayor Presidencial con sus familiares, esperaban adentro al Papa. Vinieron también indígenas de los estados de México, Puebla, Hidalgo, Oaxaca, Nayarit, Chiapas y Querétaro. El vehículo papal se detuvo en una de las puertas laterales de la residencia Miguel Alemán. Zedillo y su esposa recibieron a Wojtyla con un saludo de mano. Entraron en seguida los jerarcas de la Iglesia católica mexicana, con el cardenal Norberto Rivera Carrera, arzobispo primado de México, y Luis Morales, presidente del Episcopado, a la cabeza.
Nuevos aires en la relación Estado-Iglesia católica en nuestro país. Acompañado por algunos miembros de su comitiva y los anfitriones, Juan Pablo II escuchó una vez más las canciones Amigo, Cielito Lindo, Dios nunca muere y México te quiere y te canta, con la estudiantina de la Universidad La Salle.
"Doy a usted la bienvenida a esta residencia oficial de Los Pinos, que es la casa de todos los mexicanos. Hoy las puertas de esta casa se han abierto a niños y jóvenes de toda la República, a hombres y mujeres de toda condición, a familias unidas por su amor a México y por su fe en el mensaje de paz de Su Santidad", afirmó el Presidente.
Después expresó su agradecimiento por la distinción a la Guadalupana.''Quienes nos acompañan comparten el júbilo de los católicos mexicanos por el anuncio de Su Santidad de que el 12 de diciembre será día de fiesta en todo el continente''.
"Sea usted muy bienvenido a ésta, que es su casa", agregó Zedillo.
A las puertas de la casa presidencial, el invitado respondió con la bendición.
Zedillo y el Papa entraron al despacho presidencial, para tener un encuentro de 43 minutos, de los denominados "uno a uno". No se habló de Chiapas, explicó más tarde el director de Comunicación Social de la Presidencia, Fernando Lerdo de Tejada. Los jefes de Estado intercambiaron regalos, un árbol de la vida para el pontífice y un cuadro de San Jerónimo para la señora Nilda Patricia.
Al concluir la conversación privada, ambos caminaron hasta el salón Adolfo López Mateos para reunirse con los embajadores extranjeros y con la titular de la cancillería, Rosario Green; el secretario de Gobernación, Francisco Labastida, y funcionarios de la Secretaría de Relaciones Exteriores.
Siguieron los discursos y el saludo de mano de 160 diplomáticos extranjeros y mexicanos al Papa. Más allá de cualquier compostura protocolaria, muchos embajadores, incluso más que sus esposas, se postraron ante el pontífice. Daban luego un rápido saludo al Presidente y seguían su camino. Entre todos ellos --para quienes sólo por televisión pudieron presenciar la ceremonia--, resaltó la forma en que el Papa tuvo que esforzarse para alcanzar la cara del embajador de Estados Unidos, Jeffrey Davidow, con sus casi dos metros de altura.
No cabía duda, decían muchos asistentes a Los Pinos y lo consignaban cables de agencias de noticias extranjeras: la cuarta visita de Wojtyla hizo vestir de nuevos ropajes a Los Pinos.