La Jornada Semanal, 24 de enero de 1999



Eduardo Milán

TERCERA COLUMNA

De acuerdo a una lógica evolutiva de las formas poéticas, el impacto fundamental de las vanguardias históricas de principio de siglo reside en la desconstrucción de las formas poéticas heredadas del siglo anterior. "Forma", aquí, es un concepto amplio que delimita no sólo estrategias poéticas materiales sino también motivos y temas poéticos. Parece obvio que el rechazo de la práctica poética del siglo pasado preparó a la poesía contemporánea para una revisión radical del quehacer poético. La alianza poética no fue ya con una nueva estética. Fue una alianza con una promesa de cambio en el mundo, lo que supondría la emergencia de una nueva manera de poetizar. La crisis sobreviene con el desencanto poético respecto de aquella promesa de cambio. La poesía, testigo privilegiado del "espíritu de la época", se vuelve sobre sí misma, sobre su propio quehacer al enfrentar el desencanto respecto a la historia, vista una vez más como el territorio de la desolación, del dolor y de la muerte. Esa vuelta sobre sí misma de la poesía se corresponde con una tematización de lo poético por sobre cualquier otro tema. La poesía como tema pasa a ser un tópico caro por entenderse que la poesía es, como lenguaje, una forma de la verdad no codificable y mucho menos ideologizable. Al amparo de esta verdad se asiste al desarrollo de una búsqueda constante de renovación del lenguaje poético, que se vuelve sinónimo de "verdad", "conducción", "iluminación". La ruptura (me refiero a esta ruptura como tendencia insistente del discurso poético occidental) con la historia, vista como motor de cambios sociales, parece irreversible. El diálogo poético con la historia se sustituye por un diálogo de lo poético consigo mismo. El lenguaje poético sufre desdoblamientos y desprendimientos insólitos que están, hay que decirlo, en el germen de lo poético como posibilidad. La cuestión de la univocidad del habla poética adquiere la dimensión de lo epifánico, de lo revelador. La emergencia de esas zonas "oscuras" de la poesía constituye algo así como el hallazgo poético del siglo, si dejamos de lado lo que hubiera sido el verdadero hallazgo: el diálogo de lo poético con la posibilidad de creación de un nuevo hombre. Se crea una retórica del hallazgo como ensimismamiento, por la posibilidad de creación de una nueva temática: la del lenguaje poético como mundo (casi) autoabastecido, con zonas, niveles, superficies y moradas que serían propias de ese universo germinal llamado poesía, invocado y convocado con la orfebrería mayor (o menor) del talento personal. Una suerte de "culto" a la materia poética en ciernes, para no llamarla un intento de "sacralización" de lo ya suficientemente secularizado en el siglo anterior (me refiero al impacto contundente de la revolución industrial sobre la conciencia de los poetas del siglo XIX) produce el deseo de revincular el lenguaje poético a una dimensión mítica que estaría en los límites del lenguaje poético mismo (la ausencia de dioses como posibilidad de diálogo ya estaba suficientemente puesta al día por Hšlderlin). La palabra poética se vuelve superficialmente simbólica en relación a los estratos materiales del poema: la creación de un "más allá, aquí", en el signo o a partir de él, produce el espejismo de la revinculación simbólica. En términos de "caída" del poeta (forzando la conceptualización del poeta en un nivel mítico-simbólico) habría que hablar de su soledad frente al mundo y ante el lenguaje. Los grandes temas poéticos (el amor, la muerte, los cambios, las demandas de solidaridad, "el otro", "lo otro") siguen siendo los grandes temas pero ahora en el ámbito específico del lenguaje. Este derrumbamiento del universo mítico-simbólico de la poesía, verdadero "mal poético" del siglo XIX -que Rilke impecablemente expuso en las Elegias de Duino y Adorno y Horheimer en Dialéctica del Iluminismo- amagó tener un nuevo cauce con la emergencia de las vanguardias históricas como punta de lanza de creación de un nuevo lenguaje. La negación del vínculo histórico, la consumación del abismo por rechazo del mundo entre poesía y sociedad, convirtieron al lenguaje poético en el lenguaje de la separación, de la soledad y de la autocomplacencia. En el siglo XIX se trató de la pérdida del mito por parte de la poesía. Bien podría decirse que en el siglo XX (salvando las honrosas excepciones de rigor: en nuestra lengua, Vallejo, Huidobro, Neruda, Westphalen, Girondo, Valente, Gelman, Martínez Rivas, para nombrar algunas grandes excepciones) se trató de la pérdida del mundo como solidaridad.