Hermann Bellinghausen
Tres cortesanas

La escena es única y tiene los rasgos esenciales de la antigüedad. Los lujos, que los hay, son pocos y sobrios, salvo el fastuoso lecho donde Sonia pasa la mayor parte de los días y las noches, y que se extiende sobre una plataforma de corales.

Junto a la cabecera, un busto resalta su perfil y sí, su busto, pero la delicadez del mármol no compite con la perfección natural de su nariz jónica.

Dos varas arriba, Dinorah asoma, recogiendo los pliegues de su hopalanda, hacia el valle de la ciudad. Suspendió su lectura. Ella, ha de saberse, es la intelectual del grupo.

Tierra en las uñas, y enfundada en un overol, Estasia sube y baja, afanada, con la pala y las tijeras en acción, mimando y podando las malvas, las rosas y las mandrágoras que adornan los bordes de la atalaya. Es la rústica del cuadro.

Sonia: Ay, ¿qué pasa allá? Ese ruido zumbón que viene de la ciudad, ¿son los plebeyos? Dime, qué es.

Dinorah: Sin asomarte no lo sabrás. Yo sólo puedo ofrecerle versiones. Mujer, necesitas más curiosidad para satisfacer tu curiosidad. Deja un poco tu lujuria y vente a asomar. Me asombra la inmovilidad de tus ondas concéntricas, mírate nada más. Un regalo a la vista son tus muslos, ya sabemos. Vestida de seda, en las partes que vistes; qué levedad. Vas de tu aspecto al placer, y de regreso al cuidado de tu aspecto. Qué obscenidad.

Sonia: Dime y no me amonestes, ¿qué pasa afuera que no sepa yo?

Dinorah: Calla. Déjame esta pizca de sal. Al menos escucha bien el rumor, identifícalo. Te diré. Un tumulto va en vilo y a rastras a la vez, como almas y como reses, que se sublima, empuja y estorba: la humanidad.

Estasia: Un verdadero asunto de actualidad.

Sonia: Qué sé yo de campañas, carnavales y levas, de bandos y sublevaciones. Yo sólo conozco los destinos de la carne. De mi carne amorosa y amada, que aun ustedes envidian.

Dinorah: ¿Cómo puedes ser así?

Sonia: Soy reina.

Dinorah: Casi

Sonia: Con eso me basta.

Dinorah: Ustedes las cortesanas, ¿nunca se cansan de ser hermosas?

Sonia: Para serlo estamos, querida, y soy la mejor, la más complaciente y satisfactoria de todas.

Dinorah: Por un tiempo.

Sonia: Nadie en el mundo tiene más o menos tiempo que yo.

Estasia: Trajeron noticias los criados a las lomas, y no son contradictorias, como otras veces. En las calles de humo y tierra, donde las piedras son rugosas, un pontificante anda suelto.

Sonia: Eso quiero saber, qué sucede.

Dinorah: Si te alzaras del lecho y subieras al reclinatorio de la atalaya verías lo que preguntas, la muchedumbre como una víbora en trance.

Sonia: Cuéntame, no me hagas ver. Después vendrá mi señor, me contará su versión, y yo fingiré que le creo con tal de que me favorezca. Qué quieres, no me mires así, así soy.

Dinorah: Insaciable, de seguro insatisfecha, tú qué sabes de nada.

Sonia: Me basta sentir. Y siento. He desarrollado una feliz capacidad de sentir al hombre, y sentirme a mí misma, que me hace olvidar de la Tierra. No sé nada, pero conozco el cielo.

Estasia: Una noción de cielo francamente caducable.

Sonia: Que no lo es. Una noche de amor bien vale morir.

Dinorah: Atrévete. Acepta el mandato de tu curiosidad y ven acá, aprende por tus ojos un poco de realidad.

Estasia: El fuego inmola las mariposas que lo rozan. Dejemos a Sonia arder en esa llama que la llama y la deja tendida, llena, sudando y con ganas de más.

Dinorah: Está debe conocer, no puede ser tan ignorante.

Estasia (a Dinorah): Envídiale su estrecho presente, su frívola disponibilidad. Mira cómo Sonia envidia lo que tus ojos pueden mirar. Mas no te reclama más que una respuesta. Dársela, a ti nada te habrá de costar. Dile lo que ves, y ya. Convídale de tu pizca de sal.