La transposición de la universidad
Armilde Rivera Huízar y José Luis Pinedo Vega
El talón de Aquiles de las universidades públicas es el insuficiente aprovechamiento de los estudiantes, problema que tiene profundas repercusiones sociales, culturales y productivas. De manera general, sólo un número reducido de alumnos es autónomo, estudia regularmente, cumple con tareas y demuestra un interés propio por su formación profesional. La mayoría sólo estudia para los exámenes; cuando cumple con las tareas, en una buena medida son copiadas, y en general no tiene o no le inquietan las exigencias familiares, mucho menos las sociales.
Gravita ante todo la cultura social, en la que el desdén o la desvalorización de los estudios es muy generalizada. A la universidad pública ingresa una población en la cual el nivel de conocimientos previos, el interés por estudiar y el apoyo y las exigencias familiares son muy heterogéneos.
Las familias en general no están al pendiente de la asistencia a clases y mucho menos del aprovechamiento de sus hijos; la mayoría no tiene capacidad de orientación o influencia en ellos, o no valora el papel de la universidad. Social e institucionalmente, se ha adjudicado a los estudiantes la responsabilidad de sí mismos, responsabilidad que está más allá de la capacidad de la gran mayoría.
Ante una población estudiantil tan heterogénea y sin grandes exigencias académicas, salvo honrosas excepciones, el desdén por el trabajo académico se implanta con naturalidad. Como es muy difícil conquistar la disposición para estudiar, con el fin de presentar una "buena eficiencia terminal", se ha tenido que flexibilizar las evaluaciones. Ello implica, justamente, una gran distorsión del papel de la universidad.
La universidad se ha adaptado a la realidad de sus estudiantes, debido a una inesperada confluencia de intereses. Por una parte, los eslogans de la universidad de masas se adoptan con una gran distorsión; por otra, el sistema necesita el mayor número posible de jóvenes en la universidad, aunque sea con poca o nula disposición para el estudio, en lugar de tenerlos en las calles o exigiendo trabajo. La universidad juega un papel de regulación social.
Afortunadamente, a pesar de que el rendimiento promedio de los alumnos es bajo, existen condiciones para que los buenos destaquen. El grueso de los estudiantes de doctorado en el extranjero proviene de universidades públicas, lo que significa que en México es posible alcanzar un nivel de conocimientos suficiente para insertarse en universidades del Primer Mundo. Pero, evidentemente, no basta con unos cuantos egresados brillantes.
Aumentar el nivel de aprovechamiento de los estudiantes implica romper su estatus actual ųde ser dejados a su libre albedríoų. Habrá que insistir en el convencimiento y la motivación para conquistar mayor disposición para el estudio. Pero dado el carácter proteccionista de nuestra sociedad, es ineludible involucrar a las familias en alentar y dar seguimiento ųen la medida de su competenciaų a la formación profesional de sus hijos. Está demostrado que la influencia familiar es determinante en el rendimiento de los estudiantes. La universidad no tiene por qué ser el sector que asuma íntegramente la responsabilidad de su formación.
Pero, ciertamente, el aprovechamiento no es el único problema. En el mundo entero, las licenciaturas son insuficientes para asegurar una formación al tenor de la ciencia actual o de las nuevas tecnologías. Faltan rigor y formalidad académica a las formaciones profesionales actuales en las instituciones públicas o privadas. Tan esencial es el rigor científico como el crecimiento numérico. Sin embargo, ambos ingredientes son inadmisibles en nuestro sistema. En el discurso se podría concluir que lo prioritario es la calidad. Pero imaginemos: si en la universidad imperara el rigor científico y la formalidad académica...(!)
En la historia de la universidad en México se suceden grupos importantes de profesores comprometidos con ese rigor y esa formalidad académica. Evidentemente, son antagónicos al sistema, y en particular a la inercia de los estudiantes. Desafortunadamente, están desarticulados y son insuficientes para definir del rumbo de la universidad. Sin embargo, nadie los enfrenta. En contraparte, un sinnúmero de alumnos practica el slalom universitario, deporte que los faculta a esquivar a esos profesores que insisten en que los estudiantes mexicanos pueden y deben cumplir estándares internacionales.
No es nada evidente la resolución en México de los problemas del bajo rendimiento en la educación superior y la insuficiencia de cuadros científicos y técnicos.
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