En quiebra, las revistas científicas mexicanas


Se busca patrocinio

Luis Benítez Bribiesca

El quehacer científico reclama una última etapa, sin la cual aun el más sorprendente descubrimiento quedará enterrado en el olvido. Esa etapa es la publicación de los resultados. Pero la investigación científica no puede publicarse en periódicos ni en revistas comunes, sino en impresos especializados mediante un riguroso sistema de selección por pares y en un formato en el que se relaten detalladamente el objetivo, la hipótesis, el diseño experimental, los datos obtenidos y su interpretación. Por ello, las revistas de investigación científica son difíciles de producir y generalmente muy costosas. Existen varias decenas de miles en todos los campos del saber, pero sólo algunos cientos reúnen todas las características para difundir ciencia de la más alta calidad. Las revistas científicas mexicanas no han alcanzado esos niveles ni tienen el prestigio mundial de aquéllas. Dentro de las numerosas razones que explican esa situación podrían citarse tres: a) la pequeñez de nuestra producción científica; b) la baja profesionalidad de los editores, y c) la falta de recursos financieros.

Feggo-patrocinios Respecto a la primera, hemos visto cómo en los últimos 15 años la comunidad científica tiende a crecer y consolidarse con algunos polos de desarrollo de gran calidad. En cuanto a la segunda, es interesante destacar que ya un puñado de nuestras publicaciones ha adquirido calidad suficiente como para comenzar a figurar, aunque tímidamente, en el ambiente internacional. Pero en relación con la tercera, la situación sigue siendo lamentable, y ahora que enfrentamos los drásticos recortes presupuestales, éstos amenazan con ser el tiro de gracia para nuestro embrionario esfuerzo editorial científico.

La publicación de la ciencia, además de cumplir el objetivo de divulgar los resultados de la investigación a la comunidad científica, representa una obligación para el investigador, sin la cual deja de obtener apoyo para su trabajo. La valoración del científico ya no se hace por su sólida preparación académica ni por su labor docente y menos por su cultura, sino por el número de sus publicaciones. "Publica o perece", reza el adagio con el que se alínean todos los comités de supervisión de la ciencia, sea el SIN, el Conacyt o las universidades e institutos de investigación.

El que no publica no recibe apoyos para sus proyectos ni incrementos salariales y, finalmente, es echado de la comunidad científica. A esa valoración cuantitativa se ha agregado otra muy discutible que pretende ser cualitativa y se conoce como "índice de citación". Se presume que entre más citado es un trabajo éste tendrá mayor calidad. Pero para que un trabajo científico sea citado debe ser leído, y para ello se requiere que aparezca en una revista de gran prestigio y difusión.

Financiamiento, principal limitante

A las revistas científicas se les clasifica por su impacto, es decir por el número de veces que sus artículos son citados por otros en un lapso determinado. Por ejemplo, si los artículos de una publicación reciben una cita cada uno, el impacto será de 1. Las revistas con más prestigio pueden llegar a índices cercanos a 40. La mayoría de nuestras publicaciones científicas está en cero, es decir, son ignoradas por la comunidad científica; sólo una decena empieza a figurar con algunas décimas de punto, pero sin llegar a la unidad.

Huelga decir que el esfuerzo que ha representado elevar la calidad de ese puñado de publicaciones ha sido monumental, y se debe a la labor tenaz y desinteresada de algunos investigadores, los que por cierto no reciben remuneración ni reconocimiento curricular alguno por los evaluadores de la ciencia.

Pero el principal factor limitante ha sido, sin lugar a dudas, el económico. El costo de producción, tanto por el personal especializado requerido para procesar los artículos como para imprimir y distribuir la revista, es muy elevado. La mayoría de las publicaciones internacionales obtiene su financiamiento de tres fuentes: suscripciones, venta de publicidad y aportes de agencias gubernamentales o fundaciones para el apoyo de la ciencia.

En México, la venta de suscripciones de revistas científicas nacionales es casi inexistente, pues todos esperan que se las regalen. La venta de publicidad es sorprendentemente difícil y limitada. Las grandes compañías que venden insumos e instrumentos para la ciencia por millones de dólares evaden su responsabilidad moral con la comunidad científica, a diferencia de otros países, donde son pródigos en la compra de espacios para promover sus productos.

Las agencias gubernamentales e instituciones de enseñanza superior escatiman los recursos para la revistas científicas, a tal grado que muchas de sus publicaciones existen de milagro. Una honrosa excepción es el IMSS, que financia en su totalidad una revista biomédica de corte internacional: Archives of Medical Research.

Por último, las fundaciones de apoyo a la ciencia, que en general provienen de los gigantes industriales como Rockefeller, Ford, Kellog's, Nobel, Howard Hughes, etcétera, en México son inexistentes. Los grandes consorcios nacionales como Carso, Pulsar, Televisa, Bimbo, Aurrerá y Bacardí son capaces de dilapidar millones de dólares en publicidad o hacer donativos suntuosos sólo para actividades populacheras que benefician su imagen. Con lo que gastan en un solo anuncio televisivo al año podrían financiar varias revistas científicas nacionales, pero como esa inversión no les reditúa ni en ventas ni en imagen, prefieren concentrar sus acciones en el egocentrismo empresarial.

Hay que salvar a las revistas científicas nacionales que empiezan a adquirir prestigio internacional. La comunidad científica ya demostró que puede producir publicaciones de calidad; ahora toca a los organismos gubernamentales, en particular a los poderosos consorcios industriales del país, inyectar los recursos económicos para evitar el colapso de nuestras incipientes revistas científicas. Se buscan patrocinadores. ƑAlguien responde?

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