La Jornada lunes 25 de enero de 1999

Miguel Concha
El Papa y los derechos humanos

Al hablar en la Basílica de Guadalupe del Evangelio de la vida con el que los católicos, en congruencia con su fe, deben estar comprometidos, y con el regocijo de todos los presentes, el Papa tomó con vigor una singular posición contra la tortura y otras formas de abuso, y se pronunció explícitamente contra la pena de muerte. ``There must be -dijo en inglés- an end to the unnecessary recourse to the death penalty!'' ``Tiene que ponerse fin -traduzco yo- a la pena de muerte''. Como había sucedido ya hace algunos meses, y de lo cual La Jornada se hizo eco en uno de sus editoriales, sus palabras a este respecto sonaron felizmente más radicales de lo que expresa en la misma Exhortación apostólica postsinodal sobre la Iglesia en América, y desde luego, de lo que todavía se enseña en la edición de 1992 del Catecismo de la Iglesia católica.

Dice en efecto literalmente el Papa en el número 63 de su última exhortación apostólica, citando el punto 2267 del catecismo mencionado y refiriéndose al apartado 56 de su encíclica El evangelio de la vida, de 1995, que no puede ignorar el recurso no necesario de la pena de muerte, cuando otros ``medios incruentos bastan para defender y proteger la seguridad de las personas contra el agresor (...)''. Pero por su parte añade que hoy ``teniendo en cuenta las posibilidades de que dispone el Estado para reprimir eficazmente el crimen, dejando inofensivo a quien lo ha cometido, sin quitarle la posibilidad de arrepentirse, los casos de absoluta necesidad de eliminar al reo son ya muy raros, por no decir prácticamente inexistentes''. En la homilía, en cambio, que le escuchamos el pasado sábado en la Basílica de Guadalupe, se pronunció sin ambages contra la pena de muerte, lo que en México debería hacer pensar a muchos que, diciéndose católicos, demandan en ocasiones remedios bárbaros y simplistas contra el aumento del crimen.

Como en su homilía en el Tepeyac, en su exhortación apostólica el Papa también se pronuncia sin reservas a favor de los derechos humanos de todos, ``incluidos -dice literalmente en el número 19- los del procesado y del reo'', respecto de los cuales añade: ``no es legítimo el recurso a métodos de detención y de interrogatorio'', que son lesivos a la dignidad humana, y explícitamente dice que concretamente está ``pensando en la tortura'' (punto 19). Lo que igualmente debería hacer reflexionar, sobre todo en México, a personalidades que fuera y dentro incluso de la propia Iglesia afirman erróneamente, haciéndose eco de los peores intereses sociales, que los organismos de derechos humanos defienden a delincuentes.

Retomando por su cuenta y de manera exacta lo que los obispos del continente dijeron en el Sínodo de 1997, el papa Juan Pablo II afirma con claridad en este mismo número que ``el estado de derecho es la condición necesaria para establecer una verdadera democracia'', lo que también debería hacer pensar en nuestro México a muchos funcionarios que, sintiéndose católicos, y a lo mejor hasta ansiosos por encontrarse junto con su familia con el Papa, tergiversan y violan la ley, y encubren el delito. Y se muestra, por el contrario, muy complacido porque en el continente crece la implantación ``de sistemas políticos democráticos y la progresiva reducción de regímenes dictatoriales''.

``La existencia de un estado de derecho -sentencia el Papa, como si tuviera ante sus ojos nuestra quebrantada realidad nacional-, no puede estar desvinculada de la verdad''. Y refiriéndose una vez más a lo expresado por los obispos del continente, dice que ninguna autoridad puede trasgredir los derechos humanos ``apelando a la mayoría o a los consensos políticos, con el pretexto de que así se respetan el pluralismo y la democracia''.

Es realmente notable que en dos ocasiones, al hablar del encuentro con Jesucristo en el hoy de América, y al tratar del encuentro con Jesucristo como camino para la solidaridad, en su exhortación apostólica el Papa hable de los derechos humanos, y se alegre porque en el continente crece la conciencia de la necesidad de respetar los derechos humanos, aunque aceptando con realismo que queda todavía mucho por hacer, ``si se consideran las violaciones de los derechos de personas y grupos sociales que aún se dan en el continente'' (número 57).

De particular importancia para los creyentes de América Latina es su afirmación de que ``todo atropello a la dignidad del hombre es atropello al mismo Dios, de quien es imagen'', asumiendo también por su cuenta el Mensaje a los pueblos de América Latina de la tercera Conferencia General del Celam, celebrada en Puebla hace exactamente 20 años, es decir, en 1979.