n 400 mil fieles, afuera
En el masivo acto, privilegios y discriminación de organizadores
José Galán n Aun cuando para los católicos mexicanos Juan Pablo II bien vale una noche a la intemperie, la organización de la masiva liturgia ecuménica en 25 polvorientas hectáreas de la Magdalena Mixhuca, que como en el resto de los actos de esta cuarta visita de Karol Wojtyla*
a México estuvo a cargo de los Legionarios de Cristo, dejó fuera de su mirada a más de 400 mil fieles, 250 mil de ellos boleto en mano, y que por más de 24 horas, desde anteayer en la noche, permanecieron en filas kilométricas que, a pesar de sus rezos, no avanzaban ni de milagro.
Adentro, sobre el páramo y en una larga y fría noche para los 2 millones de católicos que lograron el ingreso, más de 6 mil jóvenes edecanes comisionados por la jerarquía de los Legionarios de Cristo --esa grey que encumbró hace cinco años a Norberto Rivera Carrera al arzobispado capitalino-- y extraídos de entre la matrícula de los colegios por ellos controlados, despreciaron a las verdaderas víctimas del neoliberalismo: los pobres, los indígenas, los desempleados y, sobre todo, a los miembros de hábito y sotana pertenecientes a las órdenes mendicantes, quienes durmieron a 25 hectáreas de distancia de la jerarquía católica, de los príncipes de la Iglesia, esos cardenales que desde el año de 1059, cuando Hildebrando, luego Gregorio VII El Magno, decretó que la elección del Papa era responsabilidad del cónclave cardenalicio y no de los emperadores de Roma, deciden quién es el sucesor de San Pedro.
Sor Clara, de la orden de las Carmelitas Descalzas, tomó tarde la línea 9 del Metro y, al llegar el sábado por la noche a la puerta 6, se dio cuenta de la extensión de la fila, se formó y, como los laicos a su alrededor, expresó: "Debí dormir aquí. No me importa. Todo sea por Dios nuestro Señor. Pero tengo tristeza de no haber visto al Vicario del Señor. Lo he escuchado. Me voy ahora con Su Palabra".
Los esposos Claudia y Noé Raygoza, que vinieron de Morelia, Michoacán, junto con sus pequeños hijos, con la ilusión del ver al Papa, se quedaron afuera, "y es que nos recibió una mujercita rubia, que con toda prepotencia nos prohibió la entrada porque dijo que nuestros boletos de la sección rosa eran falsificados, Ƒusted cree? Pero, eso sí, dejó pasar una fila de niños bonitos, tomados de la mano, que venían de Guadalajara".
"A mí me dijeron que todo está a cargo de los Legionarios de Cristo. Y a esos ni los conozco. Pero como veo las cosas, y como dice mi comadre, más bien parecen los Millonarios de Cristo", dice en tono de queja Albina León Santiago, de 36 años, procedente de la diócesis de Oaxaca, quien boleto en mano durmió en la banqueta. "Tengo un profundo amor por el Papa, que es un hombre santo. Pero veo que su séquito no cumple con lo que a través de las parroquias ofreció".
Un joven sacerdote, que dijo llamarse Pedro Colmenero Domínguez, perteneciente a la orden de los Franciscanos, se arropó, tomó asiento en la banqueta sobre Río Churubusco, acarició su devocionario y dijo con filosofía: "Son cosas que pasan. Un acto tan grande necesariamente presenta problemas. Sé que la jerarquía hace todo lo que puede, que es mucho, para que la mayoría tenga oportunidad de escuchar a su santidad. Aquí esperaré".
Mientras tanto, los edecanes, hombres y mujeres de entre 19 y 27 años, hijos de familia, arropados en costosas chamarras de piel, bolsas de dormir rellenas de plumas de ganso, incluso algunos en ropa de esquiar, fueron colocando hasta el fondo de las diversas secciones a los más humildes, los pobres, los indígenas, obreros y campesinos que en jorongos, rebozos, cobijas y bufandas, rápidamente se tendieron a dormir entre nubes de polvo y una temperatura que en la madrugada llegó a cero grados.
En las cercas de malla ciclónica tendidas por los organizadores para dividir casi por clases a los asistentes, soldados coordinados por el Estado Mayor Presidencial --que tuvo a su cargo la seguridad al interior del terreno, incluyendo aspectos de emergencia y atención médica-- colgaron los portatrajes de su ropa de civil, para tenderse a dormir precisamente a sus pies, lo que daba una vista de camposanto a zonas particulares de las áreas donde los feligreses de todo el país esperaban la palabra del jefe del Estado vaticano.
Los edecanes, jóvenes reclutados de escuelas como el Colegio Irlandés, el Instituto Cumbres, el Colegio Oxford o la Academia Maddox, así como de la Universidad Anáhuac, todos ellos bajo la influencia de los Legionarios de Cristo, no pudieron efectuar un correcto operativo de ingreso, lo que desilusionó "a muchos de nosotros que no nos lo merecíamos. A mí, una señorita de nombre Pilar Larrea del Moral me dijo que no podía entrar, que no era la puerta que me tocaba, y de plano que no insistiera", lloraba, enfurecida, Julia Martínez Zayda. "No se vale. Yo he cumplido con mis obligaciones. Y como no soy del agrado de esa niña, aquí estoy, con mi boleto en la mano".
"Pues a mí me vale. Yo aquí me quedo. El Papa no es de unos cuantos, es de todos, aunque a esos pocos ricos no les guste", tronó Martín Salas Ricalde, de San Luis Potosí. "Los riquillos creen que pueden comprar todo, pero estoy seguro que al Papa no. Aquí me quedo para estar con él".