México es un pueblo de memoria y de fe. No olvida, tampoco pierde sus creencias, sus convicciones. Esta cuarta visita de Su Santidad el papa Juan Pablo II corona una historia de grandes encuentros y renueva la esperanza de millones de mexicanos y latinoamericanos en todo el continente.
Como en sus anteriores visitas a nuestro país, el Papa ha encontrado un pueblo desbordante de fe y pletórico de júbilo.
Misionero incansable, ubicuo de la prédica, restaurador de la esperanza, el enorme recorrido de Juan Pablo II por casi 120 naciones, en más de 80 viajes, da muestra de un hombre de espíritu y fe inagotables con un compromiso social infranqueable.
Su misión ha sido el mundo. Lo conoce bien; colaboró, por años, a redefinir su perfil bipolar. Aunque por todo el orbe lo precede su vocación peregrina y misionera, Juan Pablo II es mucho más que el Papa viajero; su enorme obra al frente de la Iglesia católica trascendió ese ámbito.
A su célebre fama de caminante de la fe, aúna su enorme sensibilidad política, gracias a la cual el arzobispo de Génova, Giuseppe Siri, lo bautizara como Príncipe Político, en notoria referencia a la intensa labor del papa Wojtyla en defensa, tanto espiritual como terrenal, de los más necesitados, de los oprimidos, de los enfermos.
Juan Pablo II es un hombre de espíritu que sintió en ``carne propia'' los avatares por los que atraviesa cualquier trabajador: acaso por ello, su obra encíclica reúne reflexiones profundas y, a la vez, de alto compromiso no sólo en lo espiritual, sino en el ámbito social y, particularmente, laboral.
Para Su Santidad está claro que los caminos de la fe pasan por los derroteros de la razón, de la justicia, de la solidaridad y de la compasión; que si bien puede ser leído éste como un mensaje religioso, nadie podría negar, por otro lado, sus beneficios para un orden civil y laico.
Sobre esa base de fe y razón, plena de humanismo, en su Encíclica Laborem Excercens, de septiembre de 1981, Juan Pablo II escribe: ``Si el trabajo --en el múltiple sentido de esta palabra-- es una obligación, es decir, un deber, es también a la vez una fuente de derechos por parte del trabajador. Estos derechos deben ser examinados en el amplio contexto del conjunto de los derechos del hombre que le son connaturales...''.
Sensible al dolor de los pueblos, Su Santidad ha disertado, con profundidad y rigor, sobre cuestiones económicas: en la Encíclica Sollicitudo Rei Socialis, de diciembre de 1987, señala: ``Es necesario denunciar la existencia de unos mecanismos económicos, financieros y sociales, los cuales, aunque manejados por la voluntad de los hombres, funcionan de modo casi automático, haciendo más rígidas las situaciones de riqueza de unos y de pobreza de los otros... Debería ser una cosa sabida que el desarrollo o se convierte en un hecho común a todas las partes del mundo o sufre un proceso de retroceso aún en las zonas marcadas por un constante progreso. Fenómeno éste particularmente indicador de la naturaleza del auténtico desarrollo: o participan de él todas las naciones del mundo o no será tal ciertamente''.
Fue en este mismo sentido y similar tono que, el pasado sábado en la Basílica de Guadalupe, el Papa habló como está acostumbrado a hacerlo: con la verdad.
En el documento Exhortación apostólica, que contiene las conclusiones del Sínodo de los Obispos de América, fustigó la globalización que, en sus propias palabras, ``ha traído consecuencias negativas a la región... la destrucción del ambiente y el aumento de la diferencia entre ricos y pobres, con la competencia injusta en que coloca a las naciones pobres en una situación de inferioridad cada vez más acentuada''.
De nuevo, para laicos y creyentes, esta visita arroja diversas enseñanzas y certeros mensajes: el mensaje papal abre el nuevo milenio, y lo hace hablando con la verdad y lleno de esperanza, para quienes hoy es lo único que les queda.