Cualquiera que se acerque al PRD sin prejuicio advierte que la imagen de Cuauhtémoc Cárdenas tiene un gran peso en el ánimo de sus militantes. Pero tampoco deja de advertir, aun con prejuicios, el ascendiente que tiene, con otros significados y matices, Porfirio Muñoz Ledo. Ambos son los fundadores de la corriente que se escinde del PRI y da lugar, con otros grupos de izquierda, a la formación del partido del sol azteca.
Las tensiones entre los dos líderes perredistas no son nuevas y responden a sus peculiares estilos de entender y tejer la política. Ahora estas tensiones han sido galvanizadas por la candidatura a la Presidencia, ya en la cocina del PRD y de los demás partidos políticos.
Cuauhtémoc Cárdenas cuenta, sin duda, con mayores adeptos que Muñoz Ledo: unos por convicción, otros por seguidismo y algunos en virtud de un análisis político. En sus declaraciones a Proceso, el mismo Muñoz Ledo lo insinúa. Pero que así sea no debe impedir que sus aspiraciones, ni las de ningún otro militante, se expresen con absoluta libertad.
Hasta hace poco, la posición de Cuauhtémoc parecía sobradamente segura. Pero el pronunciamiento de Muñoz Ledo --legítimo y coherente por cierto con el espíritu democrático que dio vida al PRD-- hizo ver que tal excedente no existía. ¿Es ésta razón suficiente para alarmar a quienes piensan que la competencia a la precandidatura de Cárdenas no sólo es indeseable sino perniciosa? No lo creo. Los candidatos, sobre todo los de oposición, que no sean resultado de la competencia interna irán mal armados a las elecciones del año 2000.
Si en el PRD existe un sector pequeño o grande que piense que la de este partido debe ser una ``candidatura de unidad'', flaco favor le hace a su militancia, a sus posibilidades de crecimiento y a su futuro político.
A nadie escapa que algunos de los lances y gestos de Muñoz Ledo han contado en contra suya y de la necesaria fortaleza que como partido requiere el PRD. Pero esas notas no debieran hacerlo objeto de desca- lificaciones o impedimentos previos. Y mal harían los perredistas que pretendieran orillarlo a optar por plegarse a una disciplina partidista inclinada a exhumar la que el propio PRI ya enterró (la de ceñirse al famoso reloj político y otras reliquias castrenses) o bien salirse de su partido. Eso último dividiría al PRD con catastróficas consecuencias para la próxima contienda.
Cárdenas es el primero en desestimular actitudes propensas a la reproducción en el PRD de aquello con lo que rompieron él mismo, Muñoz Ledo y otros ex priístas, y es, también, la figura con mayor solidez política y autoridad moral en México. A él, más que a nadie, se debe, como han reconocido muchos mexicanos y un sector importante de la opinión pública internacional, el grado de democracia que ha alcanzado el país.
El mérito de Cuauhtemoc es grande como también el compromiso que tiene con la democracia, empezando con la interna en su partido. Esto implica, en primer lugar, verse a sí mismo como un militante cuyos derechos son exactamente los mismos que tienen los demás perredistas. En principio, él así lo asumió al proponer, como posible candidato del PRD, a otro de sus dirigentes con fuerza propia y presencia en el país: Andrés Manuel López Obrador.
Si en el PRD se reifica el caudillismo y el derecho a manifestarse con la mayor libertad es coartado en aras de no contrariar cualquier interpretación que se haga de la voluntad de Cuauhtémoc y de una ilusoria póliza de garantía política derivada de su candidatura a priori, el partido que logró romper el duopolio mal disfrazado del PRI y el PAN no sólo no podrá competir con holgura en el 2000, sino que estará arriesgando seriamente su viabilidad como alternativa de poder.
Obviamente será decisión de los perredistas casarse desde ahora con una candidatura predestinada, en vez de impulsar un proceso de sana competencia interna, que potencie su capacidad de atraer votos en las próximas elecciones federales, pero como estrategia estaría condenada al fracaso.
Como nunca antes, en las elecciones contará la manera en que los partidos procesen sus candidaturas. Hasta ahora, la mayor dificultad para abrirse a la competencia interna y hacer de ella un factor de convencimiento para el electorado parecía ser del PRI.
¿Querrá el PRD disputarse en ese terreno la primacía?