n Teresa del Conde n
Tamayo, nuevo libro
Sobre Rufino Tamayo existe una bibliografía amplísima que describe un arco en el que Xavier Villaurrutia inicia el acomodo de las dovelas, la piedra clave la da Octavio Paz (1959), con el libro publicado por la Coordinación de Humanidades de la UNAM, y luego mediante escritos posteriores, a lo que siguen decenas y decenas de otras publicaciones contenidas en libros autónomos o en catálogos de múltiples exposiciones. En 1987, cuando se celebraron 70 años de vida profesional del pintor, el máximo homenaje lo rindió el INBA pergeñado por el Museo Tamayo y coordinado por Raquel Tibol; dejó publicaciones que se han convertido en obligados puntos de referencia. Esto por lo que se refiere a México, y otro tanto ha sucedido en el extranjero, particularmente en Estados Unidos y en Francia.
Con tanta bibliografía, la responsabilidad, que mucho agradezco de Americo Editores, de coordinar este nuevo libro se me convirtió al principio en un dilema. Había que ''deconstruir" con objeto no propiamente hablando de ''construir una alternativa", sino de proponer una visión sobre Tamayo que en la medida de lo posible contuviera interpretaciones distintas y a la vez cuestionase un discurso, en parte promovido por el propio oaxaqueño.
Este discurso se integra a lo que Ernst Kris y Otto Kurz denominaron ''la leyenda del artista". Todas las leyendas de artistas, desde Da Vinci hasta Francis Bacon, Tamayo, Tàpies, Cuevas o Toledo, contienen elementos mito-poéticos que suelen integrar contextos no sólo inamovibles, sino hereditarios. A la vez están legitimados por el solo hecho de enunciarse. Valen por derecho propio. Respecto de Tamayo en lo que todos estaríamos de acuerdo es en lo dicho por Jorge Alberto Manrique, cuando el pintor recibió el honoris causa que la UNAM le otorgó: Tamayo es un clásico del siglo XX. Por cierto, la expresión no le gustó al maestro.
En cuanto a los estudios este volumen ųfinanciado por Bital y Conacultaų no es apologético sino crítico. Para eso fueron convocadas a participar voces como las de Juan Coronel Rivera, Ingrid Suckaer y Robert Valerio (de quien los editores supieron y conocieron por mi conducto) duchos en los menesteres escriturales, muy profesionales y ųsobre todoų entusiasmados con el proyecto.
La inclusión de Fernando del Paso con el texto introductorio implicó la voz de una eminencia en el campo literario a la vez que la de un escritor que se comprometió con el tema examinando cientos de ilustraciones y dando lugar a su propia anamnesis lírica sobre el decurso tamayesco. De Xavier Moyssén diré que siempre se ha caracterizado por su compostura, por su renuencia a realizar panegíricos y por su propósito de introducir al lector fácilmente en el tema.
No es ésta la única vez que me he ocupado de Tamayo: lo hice para el Museo de Monterrey durante la gestión del recordado Xavier Martínez, para el homenaje de 1987 y en diversas ocasiones, por medio del periódico y el ensayo que inserté en un librito de mi autoría. Eludí aquí repetir todo lo que ya antes he dicho y procuré confrontar voces: por ejemplo las de Justino Fernández y Luis Cardoza y Aragón; las de José Clemente Orozco y Antonio Rodríguez con el propio Tamayo.
Al posible éxito editorial del libro contribuye que se trabajó en equipo; Azul Morris, la diseñadora, fue implacable en las reuniones que convocó, en las que participamos Juan Carlos Pereda, especialista en Tamayo, a cargo del catálogo razonado cuya sección en torno de la gráfica está a punto de concluirse; Mauricio López actuó como un Savonarola de las letras, extirpando inexactitudes no sólo sintácticas sino incluso acerca de los títulos de las obras. Sandro Landucci, de Americo Editores, estuvo presente en la mayoría de reuniones. Puedo decir que los textos se complementan, cada voz es propia, pero guarda a la vez unidad temática. Como resultado, existe un hilo conductor al tiempo que hay pocas reiteraciones.
El libro es un valioso documento visual. Con Azul Morris y Pereda fue posible incluir reproducciones de obras que en algunos casos resultan inéditas, junto a otras que han sido poco reproducidas, sin olvidar por ello los puntales prototípicos en la trayectoria tamayesca. Las ilustraciones no sólo se abocan a reproducir obra, hay muchas fotos de archivo, excelentemente seleccionadas, que exigieron una pesquisa de Pereda, Ingrid Suckaer y Azul Morris. Las nuevas fotos de obras se deben en su mayoría a Jesús Sánchez Uribe, aunque las hay de otros fotógrafos como Rafael Donís y Enrique Bostelmann. Con esos créditos termina el libro, dedicado a la memoria de Valerio, quien no lo vio publicado. Robert, además de avanzar su apreciación tamayesca, reunió con magistral sentido editorial las voces de Rodolfo Morales, Francisco Toledo, Sergio Hernández, Roberto Donis y Luis Zárate.