n Alberto Aziz Nassif n

La ola papal

Como en las ocasiones anteriores, la visita del papa Juan Pablo II genera un clima especial: el Distrito Federal ha detenido muchas de sus actividades para ver y escuchar al visitante, y el resto del país lo ha seguido mediante las transmisiones de radio y televisión. Lo que hace 20 años fue una novedad --la primera visita de un pontífice a México y su imponente capacidad movilizadora--, ahora, después de que el Papa ha recorrido el mundo y visita nuestro país por cuarta ocasión, resulta un ritual conocido. Los medios masivos amplifican ese clima, pero no lo crean. Puede haber muchas razones para explicar el movimiento de la ola papal: el carisma del personaje, uno de los hombres más importantes del siglo XX; la cultura católica masiva, la necesidad de esperanza en un mundo difícil o ser representante de Jesucristo en este mundo. Todas juntas u otras pueden ser resortes para entender por qué el Papa llena el espacio público y privado del país.

La ola papal interrumpe de forma momentánea el juego cotidiano de todos actores políticos y económicos y abre un paréntesis durante el cual se quiere llevar agua al molino propio. La energía masiva y la pasión popular que alimentan estas visitas papales se complementan con los mensajes y representan una oportunidad de oro para fortalecer posiciones de todo tipo. En la Exhortación Apostólica Postsinodal Iglesia en América se establecen los llamados ''pecados sociales'' (narcotráfico, lavado de dinero, terrorismo, corrupción, armamentismo, racismo, ecocidio, desigualdad), es decir, casi todas las amenazas con las que vivimos en México en este fin de siglo. En este contexto se han tocado también temas difíciles y el Papa ha dicho su mensaje dentro de los códigos de la diplomacia; declaraciones muy sabidas y compartidas por amplios sectores de la sociedad, como que en Chiapas la solución se tiene que buscar mediante el diálogo, que las políticas neoliberales son condenables por el daño social que han producido, que el respeto a los derechos humanos se tiene que fortalecer (La Jornada, 23 y 24 de enero).

La función que ha desempeñado el gobierno en México ha merecido juicios encontrados: que ha sido poco republicano y que ha lastimado su carácter laico o, por el contrario, que ha estado a la altura y ha tenido expresiones de modernidad, con lo cual se gana el respeto de los creyentes; que si Cárdenas aprovechó la situación o si se comportó como estadista; que Zedillo ha estado muy atento al mensaje del Papa, lo cual no quiere decir que modifique su política económica o su postura sobre Chiapas.

Sin embargo, como suele suceder en estos actos, la situación más problemática se presenta en la misma Iglesia católica, que en voz del cardenal Norberto Rivera ha pronunciado palabras ácidas que van a generar un elemento más de tensión al complicado escenario nacional. De esta forma, si alguien se subió a la ola papal y aprovechó el momento, quizá hasta el punto de cruzar la frontera entre la oportunidad y el oportunismo, ha sido el cardenal Rivera. Con un tono que se sale de lo que acostumbra, y con temáticas que entran de lleno en el plano de la política, lanza acusaciones fuertes y ambiguas: el pueblo de México ''está pasando por situaciones difíciles, ha sido engañado y la pobreza lo invade (...) Ha sido presa de los intereses económicos del mundo y de la deshonestidad interior''. Las palabras no sólo son significativas porque el emisor tiene un lugar destacado en la sociedad, sino también por el momento en que se dicen. Es evidente que la Iglesia de México quiere mejorar su posición ahora que se generaliza la crítica al actual modelo económico, para lo cual se sube a la ola papal.

Cuando pase la visita del Papa y cada actor recupere su papel, veremos qué pasa con ese discurso de denuncia, que en México normalmente es adoptado por los sectores progresistas y minoritarios de la Iglesia, y no por la parte del aparato jerárquico, la cual tiene posturas mucho más conservadoras. La ola papal dejará mucho material para el análisis de la nueva función que ha empezado a desempeñar la Iglesia católica en México.