n Luis Hernández Navarro n
Indianidad y catolicismo
La exhortación apostólica Ecclesia in America ha hecho evidente la ventaja relativa que la Iglesia católica tiene sobre las élites dirigentes del continente en torno a la cuestión étnica. Su comprensión de lo que está en juego es mucho mayor que la existe en los circuitos de la política institucional. Su reconocimiento de que los pueblos indios son los pueblos originarios, y su invitación a respetar sus tierras y los pactos contraídos, están en sintonía con el programa del movimiento indígena.
En la hora de los derechos, de la movilización política sobre bases étnicas y de la gestación de un pensamiento político propio del mundo indio en América Latina, la institución eclesial tiene un arraigo social y un diagnóstico que la colocan en un terreno privilegiado para comprender el nuevo fenómeno. En cambio, las clases dirigentes del continente se encuentran demasiado comprometidas con las políticas de ajuste y estabilización, y ancladas en una visión del mestizaje como destino final de los pueblos que forman Hispanoamérica, como para entender lo que está en juego en la nueva lucha india.
Las relaciones entre el mundo indio y la Iglesia católica distan de ser sencillas y armónicas, y los religiosos que han procurado modificar de raíz esa situación han sido frecuentemente criticados dentro de su institución. Una parte de las nuevas dirigencias indígenas considera que la labor evangelizadora es etnocida, pues atenta en contra de la cosmovisión, las creencias, los hábitos sociales y las formas de organización de sus pueblos.
El propio papa Juan Pablo II ha sufrido en carne propia ese desencuentro. Durante su visita a Perú en 1985, un grupo de indígenas le devolvió la Biblia y le dijo: "En cinco siglos no nos ha dado amor, ni paz, ni justicia. Por favor tome su Biblia y devuélvala de nuevo a nuestros opresores, porque ellos necesitan sus preceptos morales más que nosotros. Porque desde la llegada de Cristóbal Colón se impuso a la América, con la fuerza, una cultura, una lengua, una religión y unos valores propios de Europa".
En el mundo indio se ha desarrollado en las últimas cuatro décadas un pluralismo religioso inusitado. Al lado del catolicismo han florecido distintas iglesias cristianas, denominaciones paracristianas y se han recuperado las religiones tradicionales. El celibato de sus sacerdotes no ha ayudado a mantener viva la llama del catolicismo en culturas en las que la autoridad está asociada al cumplimiento de las responsabilidades familiares. Los profundos cambios que han vivido las comunidades indígenas como resultado de la acción de los mercados, los medios de comunicación, la construcción de carreteras, la escolarización y la reforma agraria han encontrado en el terreno de la religiosidad un espacio privilegiado para expresarse. La influencia de la Iglesia católica en esas poblaciones ha disminuido.
En la gestación de ese nuevo movimiento indígena, la institución eclesial ha desempeñado un papel muy relevante. La conversión de catequistas en animadores y organizadores populares es un fenómeno que rebasa las fronteras de la diócesis de San Cristóbal de las Casas. Antes del impulso a la teología de la liberación, el trabajo social de distintas parroquias había ya construido los cimientos de organizaciones reivindicativas. Sin embargo, la mayoría de esos movimientos se han laicizado, al punto de que, sin renunciar a su fe, los dirigentes indígenas actúan por fuera de la autoridad eclesial, son una fuerza autónoma.
La Iglesia católica sufrió también una transformación significativa durante estos años. Entre la segunda Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, celebrada en Medellín, Colombia, en 1968, y la cuarta conferencia efectuada en 1992 en Santo Domingo, se produjo un gran cambio en su visión de lo indígena. Los indios dejaron de ser quienes tenían que ser liberados de su prejuicios y supersticiones, de sus complejos e inhibiciones, de sus fanatismos, de su incomprensión temerosa del mundo y de su desconfianza y pasividad, y pasaron a ser base de la cultura actual, impulsores de un proyecto de vida que debe ser conocido e impulsado, como ejemplo a seguir, para aprender de ellos su modo de vivir en sobriedad, su sabiduría en cuanto a preservación de la naturaleza, su mentalidad sobre el valor de la tierra. Los indígenas son, a partir de Santo Domingo, interlocutores en la Iglesia, con quienes se debe mantener un diálogo intercultural entre iguales.
La vigorosa emergencia del protagonismo indígena de gran aliento es el dato central que explica las transformaciones dentro de la doctrina y la estructura de la Iglesia católica. Aunque las resistencias al cambio se mantienen, algunos jerarcas de la institución se han dado cuenta de ello. No sucede así con la mayoría de los políticos latinoamericanos. Ellos siguen anclados a una visión del Estado-nación decimonónica.