Imposible soslayar la presencia del Papa en nuestro país. Un líder mundial de su estatura tiene, evidentemente, peso específico y sus declaraciones repercuten sobre la realidad social del país que visita. Durante la estancia del llamado vicario de Cristo en México, a pesar del tono respetuoso y cordial empleado, su actitud frente al conflicto de Chiapas movió las fibras de los actores políticos y sociales, por cuanto la entidad es noticia desde el 1o. de enero de 1994.
En nombre del pueblo mexicano, con gran mesura e institucionalidad, el presidente Zedillo dio la bienvenida al pontífice externándole que la nación cree en el porvenir y nutre su esfuerzo y su perseverancia a fin de multiplicar las oportunidades y disminuir las desigualdades que lastiman, y lograr una vida digna para todos. El Papa exaltó la búsqueda de concordia entre los mexicanos e invitó a todas las corrientes de pensamiento y cultura a que conjuguen sus actitudes y reflexiones mediante el diálogo, el desarrollo sociocultural y, sobre todo, la voluntad de construir un futuro mejor. Juan Pablo II recordó que México tiene una profunda raíz, cuya realidad presente contiene circunstancias muchas veces opuestas, diferentes, aunque complementarias. Su opinión no puede considerarse como una actitud de injerencia ante la soberanía estatal.
El mestizaje, la raíz indígena, multiétnica, la base espiritual que el pueblo mexicano tiene como parte fundamental del alma nacional, fueron puestos de relieve por el visitante. Obviamente se manifestó por el respeto a los pobladores primigenios, dueños de la tierra chiapaneca, aunque precisó que en México prevalece un Estado democrático constitucional, donde las dificultades son resueltas por medio de normas legislativas. ``Con las leyes de este Estado deben ser resueltos también los problemas entre los no indígenas y los indígenas'', resaltó.
Lo interesante de su postura: advertir a fieles y no creyentes los riesgos de transformar la teología marxista de la liberación en una corriente que considere la ``teología indígena''. La tarea evangelizadora es de solidaridad, de justicia, de respeto a los derechos humanos y de consuelo para quienes permanecen marginados por las complejas circunstancias sociales. Sus deseos son oportunos: que nuestro país llegue al próximo milenio con bases seguras y ``espaciosos caminos de progreso''.
La fe de la razón debe imponerse, no las actitudes beligerantes, so pretexto de la religión y del consuelo a los indígenas. En este sentido, es valiosa la propuesta papal, por lo que se espera tenga la repercusión necesaria. En este mismo sentido, Juan Pablo II puso nuevos cimientos entre sus feligreses, puesto que en México se concilian un cristianismo arraigado en el espíritu nacional, debido a la evangelización durante la conquista, y la moderna racionalidad de corte europeo que tanto ha querido enaltecer la independencia y la libertad, según sus particulares expresiones.
México, ciertamente, es fiel a sus tradiciones, a su idiosincrasia, a sus valores como país respetuoso y orgulloso de sus raíces. La fe de la razón debe imponerse, no las posturas violentas ni las verdades a medias. México, en efecto, atraviesa por circunstancias difíciles, y eso todos lo sabemos. La sociedad en su conjunto trabaja para superar esos rezagos, por lo que nadie puede llamarse a engaño. El pueblo mexicano empieza a alcanzar la madurez, con espacios democráticos pluripartidistas y propuestas viables, lo que se traduce en una cultura de mayor tolerancia e inclusión, donde conviven creencias e ideologías. Y esto hay que saber valorar.
*Senador de la República