En mi artículo anterior la persona encargada de editar -y que sustituye al desaparecido tipógrafo de antaño- dio un salto casi olímpico entre unos renglones y otros con el resultado de que el inicio se convirtió en un galimatías. Palabras más, palabras menos, mi intención era referirme a los dramaturgos contemporáneos que plantean cosas profundas en tono de farsa y de comedia para irritación de las personas serias que los califican de ligth. Esto viene a cuento porque siempre es bueno subsanar los errores propios y ajenos y porque se representa Aitestás, delicado ejemplo de cómo la clownería puede devenir en poética propuesta tragicómica. Es la tercera ocasión en que el Teatro Sunil se presenta en México y segunda en que Daniele Finzi hace pareja con Dolores Heredia, que lo es en la vida real; para su estreno mundial el grupo suizo eligió la Muestra Nacional en Monterrey y ahora lo presenta en el Helénico en breve temporada.
Daniele Finzi plantea su espectáculo como ``el mensaje en una botella'' hacia los hijos que la pareja espera tener. Y así está armado. Pequeños momentos, en apariencia desarticulados, nos narran una historia, la de Delirio y Presente, que es contada por su cuarta hija, Jamás. Pero a su vez los padres rememoran lo que sus antecesores han hecho, sobre todo Delirio que habla de cómo ella, al igual que su madre y su abuela eran capaces de hacer llover, como una prueba de amor. Aitestás -neologismo inventado por ellos que cobra significado por su parecido fonético con el modismo mexicano ``Ahí te estás''- es una historia de amor y ese es el primer mensaje en la botella a los hijos futuros. Pero existen también otras líneas en el mensaje-historia.
Como Dolores y Daniele, Delirio y Presente pertenecen a dos pueblos con historia y tradiciones distintos, pero a diferencia de sus creadores, los países de los personajes están en una cruenta y estúpida guerra cuyos orígenes ya nadie recuerda aunque tienen evidentes connotaciones fundamentalistas. Los sacerdotes del pueblo de él victiman a sus prisioneros y les arrancan el hígado como sacrificio a Dios, que está de su parte. Los sacerdotes del pueblo de ella cortan la cabeza a sus prisioneros como sacrificio a Dios, que está de su parte. Cuando ambos logran librarse de la reja que es la frontera que los separa, forman una pareja trashumante que no desea establecerse en ningún lugar (Ainotestás) porque son libres y de todas partes al igual que su cauda de hijos.
La historia empieza con Delirio y Presente aislados, cada uno bajo un cenital, que exponen sus temores de lo que le pueden hacer en el pueblo del otro, mientras ya, desde un principio, se sacuden simbólicamente la tierra de las manos. Termina con Jamás siguiendo la tradición de su madre en las bodas. En el medio, fragmentos de sueños, de evocaciones, que hilan pasado y presente, ambos imaginados, en pequeñas escenas en que se mezclan lo grotesco con lo sutil y poético. El sentido especial de la clownería que imprime Finzi a sus espectáculos hace que el horror de los sacrificios que ambos amantes relatan se convierta en algo pueril y gracioso: las cabezas que ella exhibe y coloca en las rejas, la víscera que él le entrega y que ella en principio rechaza para guardarla con amor y utilizarla como pañuelo de adiós.
Los campos de cada uno se van delimitando. Es verdad que un técnico interviene y los mueve como marionetas, pero en el contaminado personaje de madre recordada e hija que recuerda que incorpora Dolores Heredia la parte grotesca se va difuminando -empezando por su vestuario- hasta quedarle casi únicamente los momentos más poéticos y fantasiosos. En cambio, el personaje a cargo de Daniele Finzi, a cargo del cual quedan casi todas las rupturas cómicas (aunque tiene también sus momentos mágicos, como el vuelo, como el sueño azul perseguido entre las dunas), se perfila más hacia lo cómico. Está la graciosísima escena de las botellas de agua con las que simula desangrarse por una herida -momento, por otro lado, de fuerte sabor onírico. O esa otra, dentro de la tradición clownesca, del técnico que le pega con una tabla cuando dice algo inconveniente.
Finzi sostiene que este espectáculo, con el que celebra los quince años del Teatro Sunil, no cuenta una historia. Y sin embargo yo alcanzo a otear una, plena de ternura y cuyo falso candor, como ocurre con las propuestas que le conocemos, enmascara un arduo trabajo y una gran destreza.