Es cierto que la visita del papa Juan Pablo II transformó a la ciudad de México en un magnífico escenario en el que transitó una electrizante vitalidad ciudadana.
Pero es cierto, también, que estos espacios abiertos y las vivencias acumuladas constituyen una gran experiencia social que muy probablemente habrá de continuar y proyectarse en el plazo inmediato y posiblemente en los años venideros, incluidas las elecciones del año 2000.
Queda el claro registro de que la ciudadanía está ávida de participar y todavía mantiene la esperanza del cambio y de un mejor futuro, a través de la armonía, la solidaridad y el buen gobierno.
Esta realidad, que fluyó más en el ámbito religioso, entraña ya un enorme reto en el orden político, que debe encararse pronto a fin de encauzar y organizar la impresionante y magna energía social aquí mismo, terrenalmente, para acercarnos y conseguir los grandes cambios que queremos hacia la democracia, la justicia y la prosperidad compartida.
Si se determinó que la Guadalupana proyectara su profundo significado religioso, su identidad mestiza y su fuerza cultural hacia los confines latinoamericanos, México podría igualmente, en la acción laica, iniciar un liderazgo a nivel continental para reducir o anular la impagable deuda externa, que en el plano global el norte ha impuesto al sur. Así podríamos avanzar en otros campos para combatir lo que en un lado llaman pecados sociales y en otro injusticias, pero que son, en cualquier caso, factores que frenan el desarrollo humano y social de los pueblos. Ahora hay que dar respuestas concretas a preguntas como las siguientes: ¿quién aplicará la penitencia a los Estados Unidos, el gran pecador en el consumo de droga? ¿Cómo erradicar y redimir la pecaminosa acción del narco? ¿Cuándo cambiará el modelo neoliberal que da mucho a pocos y nada a muchos?
Igualmente, en estos días se hizo referencia a los medios de comunicación y ahora el compromiso de cumplir su función social es mayor, pues así como fue factible enlazar momentáneamente a la ciudad de México con otros capitales y países latinoamericanos, ¿porqué no hacerlo periódicamente en el plano del intercambio cultural, en su más amplia acepción?
Los contenidos fundamentales del mensaje del papa Juan Pablo II, con sedimento humanista, son aceptables y benéficos, como también las denuncias del cardenal Norberto Rivera en sus referencias a la corrupción, la pobreza y el engaño. Pero la Iglesia tiene entonces que anexar al discurso nuevos hechos que comprueben y reiteren su llamado genuino y su compromiso irreversible.
Y más allá de las creencias personales, e independientemente de si se es católico o cristiano o librepensador, la prioridad es el avance social, político y económico del país, y tiene que darse al unísono en todos los frentes, con miras a lograr nuevos pactos y acuerdos con beneficios reales, especialmente para las mayorías marginadas.
La ciudad se conmovió y es factible que este impulso benéfico permanezca en otros ámbitos, con el sentido cívico y laico vinculado a la realidad cotidiana, la participación social, la exigencia a los gobernantes y, en general, con el cambio democrático, la equidad y el progreso común.
De ser así, la otrora Ciudad de los Palacios no se reducirá a la capital de las vallas, sino será la metrópoli comunitaria, ese ``alto valle metafísico'' que soñó Alfonso Reyes y que ahora lo entenderíamos con más espacios abiertos, encuentros fraternos, relaciones solidarias, beneficios recíprocos y futuro para todos.