n Carlos Bonfil n

Perdita Durango

Perdita Durango, la cinta más reciente del español Alex de la Iglesia (Acción mutante, 1993; El día de la bestia, 1995), se presenta finalmente en México luego de su estreno comercial en España, único país donde ha podido ser vista sin cortes. Lo que aquí se presenta es una versión "internacional" a la que los distribuidores estadunidenses han amputado algunas escenas de ritos de santería. A juzgar por lo que queda, y por lo que anteriormente se ha visto del director, esta censura es totalmente absurda. ƑAlguien pensó en cortarle escenas de violencia gore a tantas otras cintas comerciales? En cuanto a mutilarla debido a su duración original de poco más de dos horas, Ƒpor qué no tuvo que amputársele nada a ƑConoces a Joe Black?, que dura tres horas? Sería absurdo atribuir los cortes a un supuesto carácter de cinta subversiva o maldita. Perdita Durango está muy lejos del delirio kitsch de Acción mutante, donde un grupo de discapacitados físicos se rebela contra la tiranía de los modelos "perfectos" de calendarios y revistas, y tampoco tiene el ritmo sostenido de comedia irreverente de El día de la bestia, donde un cura hace hasta lo imposible por contactar a Satanás en los lugares más "cutre" de Madrid y evitar así la llegada (inminente) del Anticristo.

En Perdita Durango, Alex de la Iglesia propone, según sus propias palabras, una película con "40 por ciento de acción, 20 de historia de amor, 15 de western fronterizo, 15 de comedia, 5 de alegoría religiosa y 5 de terror muy fuerte". La clasificación refleja muy bien las limitaciones y tropiezos de la cinta. Cuatro guionistas (el propio realizador, el autor de la novela original, Barry Gifford ųPerdita Durango, editorial Anagramaų, David Trueba y Jorge Guerricaechevarría) pretenden ofrecer un coctel explosivo, pero sólo acumulan desaciertos en el manejo de la trama. No coinciden jamás en un punto de vista sólido, desplazan el interés por la protagonista Perdita (Rosie Pérez) hacia el de su figura acompañante, Romeo Dolorosa (Javier Bardem), desdibujan personajes secundarios muy atractivos, y multiplican situaciones confusas en una historia, de sí muy saturada, que combina ritos de santería, sacrificios humanos, violaciones sexuales, educación sentimental y tráfico de fetos para la industria de cosméticos estadunidense.

Alex de la Iglesia propone una historia de amor protagonizada por dos personajes oscuramente románticos que se encuentran en una garita fronteriza: Romeo, latin lover fascinado por la película Veracruz, es el "nagual" taciturno, el macho fanfarrón e ingenuo que se enamora de Perdita, nueva mexican spitfire, seductora tex-mex, con cejas que se despliegan como serpientes, convencida de que los dos placeres máximos de la vida son el sexo y el crimen. Las primeras observaciones del director son interesantes. Al universo higiénico y artificial de la cultura estadunidense (las familias a lo John Waters) opone el mundo arrabalero de los pueblos fronterizos mexicanos, de Tijuana (estupenda secuencia inicial) a Nogales, con todo ese folclor de supersiticiones religiosas y gandallería narco que la propia Perdita califica de "mierda latina". La historia original que fascinó a Gifford fue el caso de Sara Aldrete, joven nacida en Matamoros que se liga con el santero cubano Alfonso de Jesús Constanzo, para involucrarse después en los crímenes de los llamados narcosatánicos, capturados hace ya más de diez años en la ciudad de México. Gifford tomó el caso como mero pretexto para describir el itinerario de una pareja criminal latina a lo largo de la línea fronteriza, con apuntes sobre la cultura popular local y la presencia del mal en una sociedad en vías de descomposición moral.

Por su lado, Alex de la Iglesia se desentiende de cualquier fidelidad a la historia real y prefiere reflejar el espíritu surrealista de la novela, se aventura en un terreno muy difícil, dado el antecedente notable de Los creyentes (The believers, 1987), de John Schlesinger, ilustración más convincente del asunto de la santería, y no toma distancias suficientes con la moda estadunidense de ultraviolencia chic (Tarantino, Oliver Stone, Robert Rodríguez), que después de revivir paródicamente en Jackie Brown el subgénero de la blaxplotation (sexo y violencia para la comunidad negra), parece encontrar hoy entre los latinos un folclor inagotable para un humor negro políticamente incorrecto, aunque en ocasiones frívolo y muy autocomplaciente.

A pesar de ser una cinta dispareja, con fastidiosos flash-backs y explicación psicológica adjunta, y con inconsistencias argumentales de película amateur, Perdita Durango consigue atmósferas y actuaciones notables, pero sobre todo un tono insolente muy refrescante en el contexto de nuestra cinematografía local, tan embelesada hoy con fábulas rosas de contenido social irreprochable.