n Hombre solitario, reinventó la poesía como crónica


El poeta Jaime Reyes inició con su muerte un viaje a la luz

Hermann Bellinghausen n Su viaje fue para salir de lo oscuro hacia la luz. Hoy resulta obvio que el título de su primer libro (Salgo de lo oscuro, 1970) enunciaba lo que sería su constancia poética: la lucha de las tripas y del corazón con la existencia. Así fue como produjo una de las obras poéticas más intensas de nuestra literatura. Con violentas pinceladas que venían, si de alguien, de José Clemente Orozco, la poesía de Jaime Reyes nace para salir de la rabia, del dolor, de la podredumbre, de la injusticia, de la derrota.

Tal vez sea suyo el poema más tremendo, el testimonio más demoledor de la generación del 68: Los derrotados. Aparecido en 1976, su libro Isla de raíz amarga, insomne raíz dejó a todos con la boca abierta. Hacían diez años del contundente corte de caja de Poesía en movimiento (aquel nocaut de Octavio Paz, et. al. y la tradición de ruptura a nuestra poesía) y parecía que nadie después de José Emilio Pacheco estaba escribiendo cosas que de veras importaran. Hasta que apareció ese libro admirable y, para muchos, sin duda incómodo.

El amor, la ciudad, las semillas, los ríos. La vida y la muerte. ƑDe qué otros temas puede hablar la poesía?

Hombre solitario, pero muy marcado generacionalmente, silencioso las más de las veces, con frecuencia cubierto por un ceniciento velo de sombra, propio de los artistas que sienten "de más", también podía ser un conversador apasionado, convincente, brillante. Era más maestro de lo que él mismo se reconocía.

Sindicalista universitario, y acompañante conspicuo de las luchas campesinas, en su tercer libro, La oración del ogro, reinventó el poema como crónica, a partir de un reportaje de Carmen Lira para el viejo Unomásuno sobre los campesinos, la represión y la resistencia en la Huasteca.

Miles de jóvenes ceceacheros se iniciaron en la lectura literaria guiados, sin saberlo, por Jaime Reyes, quien durante muchos años elaboró antologías y cuadernos de lectura para el CCH de la UNAM. Ediciones modestas, pero dispensadoras de un gusto privilegiado.

Su vocación de compromiso lo condujo también a Chiapas, para apoyar y aportar ideas a los indígenas rebeldes.

Tuvo tiempos oscuros. Quiero decir, de veras oscuros. Su departamento en la calle La Castañeda, no lejos de donde estuvo el célebre frenopático del mismo nombre, por épocas era la buhardilla del artista huraño, hirsuto, al parecer inabordable, en que se había transformado Jaime. Entraba tan poca luz, aun de día, que era difícil ver el reinado allí del polvo.

Su poesía lo acompañó en ese viaje para adentro. A sus amigos y sus lectores les dio la sensación de que su escritura se había vuelto incomprensible. Barrocos, densos versos largos.

Pero su paciencia y sus ganas de generosidad se vieron recompensadas con el encuentro con la medicina acupunturista. En años recientes, Jaime aprendió a curar. Eso lo transformó, le iluminó la vida descubrir que con sus manos podía curar.

ųA fin de cuentas es lo mismo que uno busca con la poesía ųme dijo la, ahora resulta, última vez que lo vi, el pasado diciembre, en una librería de la ciudad.

Después de encontrar el alivio al dolor de la vida en la curación de los otros, lucía cambiado, sano, alegre. Muy conciente del poder de sus manos y de su voz. La escritura había pasado a un segundo plano; quería seguir aprendiendo acupuntura.

ųAhora tengo muchos pacientes ųdijo, como decir "tengo muchos amigos". Jaime Reyes salió de lo oscuro. Un viaje difícil pero redondo, que lo había dejado listo para el futuro.