No cabe duda de que vivimos un momento político sin antecedentes y, por otra parte, enormemente divertido.
Falta un buen tramo para que se inicien formalmente las campañas de los precandidatos a la Presidencia de la República y a muchos meses de distancia contamos ya con un elenco que violentaría aquel inolvidable dicho político de que la caballada estaba flaca. Hoy no parece flaca pero sí que es abundante.
En los tiempos que ojalá lleguen a ser remotos, el respeto institucional (y revolucionario, por supuesto) a la decisión presidencial era absoluto. No salía en la foto ?decía el inolvidable don Fidel? el que se moviera. En la sucesión al presidente Miguel de la Madrid, las cosas cambiaron un poquito con el famoso sexteto y aquel anuncio desconcertante que proponía a un candidato estupendo, Sergio García Ramírez, quien con enorme intuición política no se dejó llevar por las apariencias y se mantuvo en un plano más que discreto, a pesar de lo aparatoso del anuncio.
El dedo, no de Dios, que escribió la siguiente candidatura, volvió a las viejas tácticas y yo siento en el alma que la señal haya caído en un hombre al que traté muy poco pero lo suficiente para admirarlo y estimarlo mucho. A Luis Donaldo Colosio le costó todo. Ernesto Zedillo no parecía muy satisfecho, al principio, de esa responsabilidad inesperada.
Hoy, la alegría de Vicente Fox y la réplica pinturera de Manuel Bartlett le han puesto la sal y la pimienta a esta ya larga etapa preliminar. ¡Fuera máscaras! Y las máscaras han desaparecido del marco político. Para salir en la foto hay que moverse y abundan ya los nombres con pretensiones, unos más que otros.
Me fascinan los desplantes de Porfirio Muñoz Ledo, dotado de una inteligencia monumental y un saber hacer político que causa envidia. También me llama la atención la nueva agresividad de Esteban Moctezuma, demasiado pronto en la secretaría de Estado de mayor responsabilidad, pero hoy ya es hombre de experiencia. Y admiro el freno autoimpuesto de dos hombres con responsabilidades políticas mayores: Cuauhtémoc Cárdenas y Francisco Labastida, precandidatos evidentes. No pasa inadvertido José Antonio González Fernández. Sin olvidar a mi antiguo amigo (y pasante en tiempos no tan remotos), Roberto Madrazo, a quien no le faltan tamaños para manifestarse claramente en el campo de las precandidaturas. ¡Cómo recuerdo a su padre!
Hay, por supuesto, las posibilidades de los aún amarrados por los candados (esos que andan por el cielo de los números), cuyo destino no puede ser, por lo mismo, tan manifiesto. Y no faltan, en la penumbra, hombres de calidad más que suficiente para en un momento, dar la sorpresa. Porque, por lo menos, cumplen el requisito que el PRI, en aquella famosa asamblea ordenada por Santiago Oñate Laborde, fijó como condición indispensable: haber sido elegido alguna vez para un puesto de elección popular. Y si eso ha ocurrido varias veces y por distintos rumbos, como diputaciones y gubernaturas y, además, funciones exitosas, pues mucho mejor.
La oposición es más previsible. En el PAN, sin duda la delantera la lleva Vicente Fox y no parece que nadie quiera competir con él. Felipe Calderón, discreto, anuncia a sus amigos un retiro académico. Francisco Barrio no parece animarse y Diego, creo que lo pensaría dos veces.
En el PRD parecería repetirse el encuentro de candidaturas para el gobierno del Distrito Federal. Difícilmente habría un tercer candidato que acompañara en la aventura a Cuauhtémoc y a Porfirio.
Lo más divertido del caso, desde mi muy personal punto de vista, es que todos los precandidatos, declarados o evidentes, son mis amigos. En diferente medida, por supuesto. Y me da la impresión de que lo mismo les pasa a todos ellos entre sí. No podría explicarse de otro modo (sólo por razones institucionales) la larga charla entre Paco Labastida y Cuauhtémoc Cárdenas, después de un pleito más o menos sonado. Cualquier día Vicente y Esteban se van juntos al cine.
Como dicen en el box: que gane el mejor. Yo ya tengo al mío.