n José Antonio Rojas Nieto n

La industria eléctrica a debate

Desde hace varios años, y prácticamente en todo el mundo, comenzó un severo proceso de reestructuración y reorganización de la industria eléctrica. Hay que decir severo porque una industria concebida tradicionalmente como monopolio natural, es decir, en la que un sólo productor, un sólo transmisor y un sólo distribuidor (las más de las veces integrados verticalmente); podían abastecer de electricidad de forma más eficiente y a menor costo, se la reconceptualiza con la introducción de formas de libre competencia compatibles con la naturaleza del suministro de electricidad, no sólo ųse diceų para garantizar mayor afluencia de capitales para su desarrollo, sino más eficiencia, menores costos y, por consecuencia, precios más bajos.

Tradicionalmente se postulaba que, en una zona, en una región, incluso en un país, una sola compañía eléctrica integrada (pública o privada) era lo mejor para proveer el servicio eléctrico. Se pensaba también que resultaba conveniente la integración vertical de la industria, justamente para aprovechar las economías de escala. Con estos dos supuestos se organizaban los sectores eléctricos para determinar sus tarifas reguladamente, es decir con una supervisión gubernamental (tanto sobre las empresas públicas como sobre las privadas) para que los precios del suministro atendieran realmente al comportamiento de los costos marginales, los que se determinan considerando los requerimientos que se exigen en las diversas horas del día, en los días de la semana, en los meses y estaciones del año, y en las diversas regiones, en cuanto a plantas, combustibles, materiales y mano de obra para la generación eléctrica, y en cuanto a líneas, subestaciones, equipos de control y de medición y mano de obra para su transmisión, distribución y comercialización.

Actualmente en muchos países se piensa en la conveniencia de que concurran muchos productores de electricidad, públicos y privados, nacionales y extranjeros, federales, estatales y municipales, pequeños y grandes. Asimismo se plantea la necesidad de someter a concurso contínuo la electricidad que éstos producen, en orden a seleccionar con base en costos, la que se recibirá en la red central de transmisión cada hora, cada día, cada mes, cada estación del año, en cada región de suministro, y de ahí enviarla a los distribuidores locales quienes la entregan a los consumidores finales. También se piensa en la necesidad de garantizar el libre acceso de productores y consumidores a esa red central, a esas grandes líneas de alta tensión para que, precisamente, pueda haber acuerdos entre generadores y grandes consumidores, los que tendrían que pagar un derecho de peaje o tarifa de transmisión al propietario (o a los propietarios ) de la red central de transmisión, para no obligarlos a servirse de la energía que le surte el distribuidor más cercano, y con ello, evitar precios más altos derivados de acciones monopólicas. Por eso, precisamente, bajo la nueva orientación no sólo existen precios por hora, precios por día, precios por semana, precios por mes, precios por estación del año ųaunque ciertamente hay contratos de corto, medio y largo plazosų, sino también precios de compra a generadores, precios de transmisión, precios de venta a los distribuidores y precios a usuarios finales.

Sin embargo, como puede desprenderse del análisis preliminar que muchos especialistas han hecho de las experiencias en Inglaterra, en el País de Gales, en Estados Unidos, en Japón, en Noruega, en Nueva Zelandia, en Argentina y en Chile, entre otros, ésta nueva visión de la industria eléctrica en el mundo resulta ser una compleja mezcla de elementos progresivos y elementos regresivos. No siempre es cierto que bajen los precios de la electricidad; tampoco que se logren las mejorías en los niveles y características previstos; menos aún que se garantice que fluyen los capitales en los montos y costos esperados hacia esas reestructuradas industrias, liberando a los gobiernos de respaldar las inversiones para esta industria tan importante.

Ciertamente se reconoce que en algunos casos se superan algunos viejos vicios de las organizaciones eléctricas sustentadas en la concepción del monopolio natural, de la integración vertical y de la propiedad y control o la regulación estatales. No en todos, ni de la misma manera. En cambio, se generan nuevos problemas que si bien no han llevado a cancelar el cambio, han obligado a un balance más minucioso de la conveniencia o no de las formas de desregulación implantadas y de las formas de apertura a la competencia en esa delicada industria, cuya producción debe coincidir instantáneamente con el consumo, so riesgo de los llamados ''apagones''.

Para el debate que ahora se intensifica en México, en virtud de la iniciativa gubernamental de privatizar la industria eléctrica mexicana, es imprescindible tomar en cuenta no sólo lo anterior, sino que el sector eléctrico en México ha actuado de manera cada vez más eficiente; con altos niveles productivos en cuanto a tiempo de interrupción por usuario, regulación de voltaje y control de frecuencia; que ha desarrollado esquemas modernos y transparentes de fijación de tarifas; que hoy no recibe ningún combustible con subsidio; que cuenta con obreros, técnicos y profesionistas de primer nivel en todas las fases de la industria. Pero lo más importante, que sus estados financieros son cada vez más sanos. No olvidar, asimismo, que atrás de la argumentada insuficiencia presupuestal para financiar parte de la expansión eléctrica está una débil estructura fiscal que exige modificación. Menos aún, olvidar las razones esenciales por las que se postuló en nuestra Constitución que sólo corresponde a la Nación generar, transmitir y distribuir una electricidad que no sólo es una mercancía más, sino que junto con el petróleo, constituye expresión de nuestro proyecto de Nación. Ni más ni menos.