La Jornada Semanal, 31 de enero de 1999



Jorge Ruiz Dueñas

Palabras para Alvaro Mutis

Historias de barcos en alta mar, de fatigosos cabotajes, de puertos entre la niebla del Mar del Norte, de los resplandores del Mare nostrum y de la exaltada luminosidad del Caribe... marineros, el Gaviero único, capitanes que recuerdan a Whitman; casas en la selva húmeda, princesas bizantinas... Jorge Ruiz Dueñas nos orienta por los caminos y las rutas marinas de Alvaro Mutis, poeta mayor del idioma, navegante en el mar de la prosa.

La literatura, como la magia, es el reino de lo posible. Si la distinción entre lo real y lo imaginario es una convención del método, en la obra de Álvaro Mutis se cumple el aserto de Eugenio Montale, para quien la diferencia entre la prosa y la poesía era una pregunta viciada por la hipótesis improbable de que la poesía ha de estar escrita en verso. Su verbo, arborescente, pero no cautivo del artificio métrico; intenso, más distante del torrente emocional, enigmático como la creación de nuestra especie en los libros sagrados, es la palabra diestra y claroscura que se colma con las grandes aguas y desastres sensoriales, a imagen y semejanza del olvido. Y todo eso sucede allí, donde la pequeña historia de hombres y mujeres sostiene la historia del mundo, y el hedor vegetal avanza denso en una floresta inabarcable. Así, la emergencia de los cafetales abrumados por aguaceros persistentes, entre aforismos y salitre; el husmo de la carnalidad, las cábalas de la memoria, los vestíbulos de la muerte, alcanzan otro orden que trasciende, muy a su pesar, la desesperanza y el destino inexorable de los visionarios malditos.

``Cuando soy narrador sigo siendo poeta'', ha dicho Mutis. Esto es así, porque advertido de que el flujo de la poesía, como la luz, puebla todos los espacios, no pretende que el relato se conforme con la visión objetiva de un destino personal y, a la manera de Valéry Larbaud, su narrativa y poesía alcanzan un cosmopolitismo cultural, más que físico. De esa visión del poeta, del gaviero escrutador -arcángel de buenas y malas nuevas-, de esa encarnación de nuestra íntima inclinación aventurera, nace Maqroll; inmerso en tramas que apuntan a la desintegración de un universo donde se contienen pasiones y aun virtudes, jamás ajenas a nosotros; y conocedor de capítulos europeos sepultados por el calcio del tiempo. Ese personaje que deambula se desliza entre los textos, altera la unidad de los poemarios, respira, degusta brebajes con su autor, y le dicta, en las zonas del sueño, los susurros de pecadores y moribundos. Mutis, cosmógrafo atento al movimiento estelar en el territorio de la noche, descifra pacientemente los mensajes, deslía cartas, diarios, notas inconclusas, y finca el prestigio de Maqroll, siempre agobiado por deudas insolutas, como Ordóñez de Montalvo a Amadís de Gaula. El poeta ha dicho que el Gaviero cumple una parte del destino no cumplido por él, pero en su itinerario de gran viajero, en fragmentos articulados de su propia existencia, seguramente encuentra recuerdos no vividos y ha compartido escepticismos.

Y si el Gaviero está dispuesto a todos los oficios en la maleza de los grandes ríos de la América caliente, agobiado por deudas insolutas y el azar, Alar el Ilirio, Estratega de la Emperatriz Irene -epicentro de una de las más elevadas prosas en lengua castellana-, en las dudas de la fe y la lealtad sin límite, se aproxima a los héroes de Heliodoros y de Aquiles Tatius, maestros de la novela bizantina. Bien diría Borges, que La muerte del Estratega era una de las más bellas historias de amor que había leído. Su don de lenguas, la recurrente lectura de la Historia, su formación literaria, han propiciado a çlvaro Mutis una biografía literaria donde no sólo rugen las aguas broncas y rojizas, entre helechos y abismos de perpetuas brumas y tierras propicias para el nuevo origen, sino que sus antihéroes deambulan también por los puertos del Mare Nostrum y del Mar del Norte, con la precisión y agilidad de credos indecibles. Y desde ahí, minerales o marinos, sus motivos literarios elevan las letanías poéticas: rutinas interiores de la más oscura navegación para aplacar las fuerzas húmedas; o quejidos del viento en los laberintos de las galerías, donde los hedores telúricos se lían con las potencias oceánicas.

Es así que la circularidad de los avatares resulta de la previsión del poeta, pues se requieren versiones múltiples del universo para conformar los condicionamientos, el humor, la perspectiva de los observadores de la realidad múltiple. La paráfrasis del infierno en la Tierra se corresponde con los relatos sobre lo anhelado, lo inasequible, y el sistema de las oposiciones. Por ello, este esquema periférico de Mutis revela el soporte de la existencia ante la bestialidad latente y el frenesí; probablemente porque nos encontramos ante nuestras propias huellas, senderos cruzados que llevan al obligado recorrido del hombre hacia una verdad que precede a la Historia. ``Cuando el narrador es el viajero -dice Claude Kappler-, se observa que lo mágico se encarna, penetra la vida, como la vida penetra en lo mágico, formando así una entidad que no cesa de afirmar la unicidad de su doble naturaleza.'' La noción misma del mal absoluto está vinculada a una estética de la muerte y del peligro, y el poeta se adhiere al pensamiento de Rilke, lo suscribe y hace que sus personajes construyan su propia muerte.

Porque toda empresa de la fortuna está impulsada por episodios y penalidades, el camino hacia lo desconocido, bien lo sabemos, es consustancial a la naturaleza humana, la misma que çlvaro Mutis comparte con esa corte mítica de seres que no se preguntan si son modelos del comportamiento humano, porque la concepción del mundo y de la justicia, ciertamente, son ejercicios complementarios del intelecto. Los personajes de Mutis, como su poesía, toman todo de la vida. Así como los textos sagrados acusan una interpretación histórica moral y mística, la ficción que encarnan sus profetas vagamundos es sujeta a la insuficiencia del juicio humano y está, por ello, cerca de otros pobladores de los bajos fondos literarios. Kalidasa en la India, Li-tai-po en China, Arquíloco en la Hélade, fueron precursores de otros geniales granujas como Bernart de Ventadorn, Marcabrú, Von Wolkenstein, Franois Villon, y Marlowe; todos ellos tunantes hasta la esencia. Todos ellos, creadores y criaturas, emparentados en una pirandélica eclosión de los cantores de la libertad y el libertinaje, que incluye a Ilona -máscara de lo femenino-, encantadora hada digna de los prostíbulos de Heine o de las bohemias de Musset. No es el caso de una amoralidad como alguna extraviada académica acaso ha sugerido, sino la exposición de una moral sustentada sólo en la condición humana y en el hondo conocimiento de Mutis sobre las religiones reveladas y sus intolerancias. Los sueños incumplidos y el sentido trágico de la vida tienen una raíz común. Por eso el poeta sabe que la meta de sus impulsos se resume en la imagen de:

Una caravana (que) no simboliza ni representa cosa alguna. La caravana agota su significado en su mismo desplazamiento. Lo saben las bestias que la componen, lo ignoran los caravaneros.

...Y esto lo afirman Mutis y Maqroll, con el mismo temple que Omar-Al-Khayyam lo confirma en el Rubaiyat: ``Esta ruinosa caravanserai llamada mundo, es el lugar donde alternativamente se hospedan los días y las noches.''

La prestidigitación literaria de Álvaro Mutis felizmente augura aún espectáculos sin límite. La angustia, el irreconocible trayecto hacia la nada, pueden ser menos fatigantes con una poesía que las incluye y supera al tiempo sin renegar de él. Acaso entre el sueño y la verdad está siempre Maqroll para repetirnos, a pesar de nuestra irritación e inquietud: ``La nostalgia es la mentira gracias a la cual nos acercamos más pronto a la muerte. Vivir sin recordar sería, tal vez, el secreto de los dioses.''

De la espectral caligrafía de Mutis emergerán con sospechosos atributos otras letanías blasfemas de Maqroll, porque no execra ni exculpa a sus maravillosas invenciones, ni les reprocha falta original alguna, ni les amenaza con el delito de la irrealidad. Nadie sabe si en el zoológico abierto del pensamiento, la causa de los prodigios y las miserias coinciden con la gloria o la cólera de Dios. Quizá por eso, Mutis no cesará de hacer surgir su palabra de las aguas pardas, de los cuartos vacíos nutridos por los espectros de húsares y afiebrados gambusinos; de las batallas inextinguibles como el canto de las aves al recorrer la sombra de plantaciones decadentes, donde serpientes del color del amianto y textura serosa. De las grietas saldrá su palabra que tiene citas contraídas con la angustia y los pregones hospitalarios; del ruido de los mansos rumiantes que observan desde el fango de sus ojos el paso denso de los príncipes, y de espadas herrumbrosas en los cadalsos secretos; de alcazabas doradas al sol estimuladas por espectros victoriosos, y de la vid cantada a la manera de un mester. De las migraciones, del desamparo que anida en los puertos ecuatoriales, y el pulso áspero de doncellas evanescentes como el vaho de los objetos, de la materia invisible de la sospecha, de la pulpa de los frutos desmayados por el látigo de la tarde. De la vida, de la vida misma que en silencio prospera y tiene en ese poeta mayor a su emisario, y en su poesía otra forma de plegaria.