La Jornada Semanal, 31 de enero de 1999



José Angel Leyva

Artes visuales

El humor de la cruz

Con trece cuadros de gran formato, a la manera de un viacrucis carnavalesco, Leonel Maciel ha montado su más reciente exposición, sin duda una de sus más ambiciosas aventuras plásticas, Al margen de los Evangelios, en la Hacienda San Gabriel de las Palmas, a una media hora de Cuernavaca. El lugar es paradisiaco, cierto, pero no es el punto donde pueda transcurrir con facilidad un público deseoso de conocer la obra. Sin embargo allí está, esperando desde el 28 de noviembre de 1998, hasta fines de enero de 1999, a quien desee apreciarla, o para que suceda lo más difícil, que algún personaje importante la promueva en los círculos oficiales de las artes plásticas mexicanas y haga posible que los amantes de la pintura tengan un encuentro menos azaroso con el trabajo de uno de los pintores nacionales con mayor vitalidad.

La serie de pinturas que componen Al margen de los Evangelios es un audaz y bien logrado despliegue de estilos, de técnicas y me atrevería a decir que de heteronimias que charlan entre sí sobre el tema de la crucifixión, sin que nieguen ni acusen mutuas influencias y concordancias. Maciel nos ofrece trece discursos con diferente humor sobre el símbolo religioso de occidente de estos últimos dos mil años. El hiperrealismo de un primer cuadro sirve de acceso a los terrenos de lo imaginario y lo fantástico, a lo que no se ancla en la pura dimensión de la destreza y la imitación de la realidad. Lo apolíneo le resulta demasiado fácil, incómodo por su tendencia conservadora, embalsamadora. Detener el gesto, la belleza, el signo, es simplemente rendirle homenaje a la muerte. Leonel busca lo contrario, pretende restarle seriedad a lo inevitable y evidenciar que, si unas cosas se detienen, otras continúan su marcha. En sí, no hay nada permanente en la naturaleza humana. Eso, para él, como creador, tiene mucho de comicidad y de humor festivo. La cruz no es lo que pesa...

De la pintura casi fotográfica, en blanco y negro, en la que los personajes constituyen la simbología y la composición expresiva del cuadro, Leonel pasa a un nivel de realismo disuelto en la acción de los elementos, en la concurrencia de sus dinámicas que lo vuelven menos representativo y más imaginario. Es el caso de un cuadro donde el banderillero es crucificado sobre la arena con tenedor y cuchillo, y en cuyo rostro cetrino hay un gesto acongojado, o mejor aún, acojonado por el color sangriento que fondea la escena. El espectáculo se completa con la presencia de una bailarina y un practicante de las artes marciales. La estética del deseo y de los instintos que Francis Bacon cultivara descarnadamente, es enfundada por Maciel en traje de luces.

El realismo evoluciona hacia el desfiguro, hacia lo grotesco: ``la degradación de lo sublime'', según Bajtin. Recordemos que en el siglo XV fueron descubiertas unas pinturas murales en los subterráneos de las Termas de Tito, en Roma. La decoración de los muros consistía en formas fantásticas de la naturaleza, hombres, animales y vegetales en un solo monte imaginario. La metamorfosis implícita en sus existencias eternamente inacabadas e imperfectas es parte de su razón de ser. Las pinturas fueron llamadas grottescas, palabra derivada del italiano grotta (gruta), por el lugar donde fueron halladas. Lo grotesco era sinónimo de un juego ornamental y de libertad artística en la que no se perseguían las proporciones de la naturaleza ni la imagen clara del mundo de los objetos. Lo grotesco fue empujado hacia su propia caricatura, pero ni así pudo ser eliminado; por el contrario, cada día se parece más a la realidad. En Maciel, es inevitable el descubrimiento interior de lo fantástico y de lo festivo.

En un cuadro titulado Ay padre, por qué me abandonaste en manos de esta bola de cabrones, fechado en 1971, Leonel comenzó a concebir varias de las imágenes de su viacrucis carnavalesco, o de la Risa Pascual, como llamaban en la Edad Media a las recreaciones festivas e irreverentes de las sagradas escrituras. Ahora, un Cristo apenas figurado o desfigurado, hasta casi desaparecer en la abstracción del color y la textura, es el que evoca con mayor fuerza a aquella masa de óleos que estrujan la mirada y sobrecogen al espectador, sin importar si entiende o no sus significados, pues el efecto inmediato es en los sentidos, directo en el corazón. Con una factura distinta, el pintor resuelve la atmósfera ósea de otra crucifixión emparentada con los zompantlis de los mexicas. A base de óleo y polvo de mármol da relieve a la figura del personaje negro que yace en posición de cruz. Como el pan de muerto, en forma de fémures y tibias, Maciel logra imprimir al esqueleto una ambigüedad de sepulcro y de repostería. El patetismo de la figura oscura sobre el rojo intenso se desborda en el exceso de las calaveras a los lados y en los huesos que asoman en la superficie. El horror se trueca en suculencia.

Quienes conocemos a Leonel sabemos que su mundo, más que anárquico, es libertario, nació artista y se hizo artista. El arte está por encima de él. En ese sentido, el tiempo y el trabajo no existen cuando la actividad consume días, meses, años; es la creación, el trance de la luz, el trazo, la revelación del color y de la imagen. Como Gauguin, intenta pasar por buen salvaje, pero su avidez por la lectura y el gusto refinado por los placeres gastronómicos, por la charla, por la puntualidad y la palabra, por lo formal, confirman sólo su gusto por lo anecdótico y el mito. Leonel es un personaje, es cierto, con acento local, costeño, pero es un artista culto, cuya obra tiene una dimensión universal, una personalidad cosmopolita.

La Pasión de Leonel, no puede negarse, transita por muchas lecturas y asomos a la historia del arte, en particular de la pintura. Doré, Brueghel, El Bosco, Goya, Durero, Dalí, Gauguin, los muralistas mexicanos ¿cuál de ellos no ha sido visitado? Pero ninguno tiene la intención de transfigurar el símbolo más opuesto a la risa, la cruz, en un movimiento de resurrección constante, de revitalización perpetua, y que la carne torturada ya no sea tal, sino la forma y el recipiente festivo de los humores. Como Rius en su libro contra las mentes cerradas, Con perdón de Doré, Leonel ha elaborado, con perdón de la Semana Santa, su propia versión jocosa de los acontecimientos: Al margen de los Evangelios.