La Jornada Semanal, 31 de enero de 1999



Fabrizio Mejía Madrid

TIEMPO FUERA

Deconstruyendo a Bogart

No me sorprendió ver que el 23 de enero La Jornada publicara una plana completa con la foto de Humphrey Bogart sobre la leyenda: ``Hoy cumple 100 años''. Y digo que no me sorprendió porque, a pesar de haberse equivocado por once meses -Bogart nació el 25 de diciembre de 1899 en Nueva York-, el error es la sustancia de la que está hecho Humphrey De Forest. Emblema de su propio personaje, el duro, individualista, inexpresivo aventurero que esconde cierto idealismo detrás de un exterior inmóvil, pasó de ser la imagen masculina surgida de la segunda guerra mundial a una imposibilidad: hoy nadie podría ponerse los ropajes de Bogart sin exponerse al error y la parodia. La masculinidad cool, propia del valiente solitario (George Raft, Clark Gable, John Wayne), no tiene dimensiones, aplana a quien la pretende invocar, lo banaliza, lo hace inverosímil.

Sacándole los ojos

Tomémoslo por las solapas de su gabardina. En Bogart todo sirve para esconderse: la gabardina proviene de la cueva ambulante del marginal, el humo del cigarro encubre las emociones, la barba sin rasurar es su lejanía. Los ojos de Bogart no tienen más movimiento que entrecerrarse o acompañar a un par de cejas arqueadas. Es indiferente: en la primera escena de Casablanca, vemos, antes que su cara, su mano tirando la ceniza, escribiendo ``OK Rick'' al pie de un recibo por mil francos marroquíes, jugando ajedrez consigo mismo. Cuando, finalmente, la cámara llega a su rostro, su inexpresión lo convierte en trasfondo del único personaje: el cigarro. ``Blaine'', el apellido del dueño del café Rick's, es una mezcla entre ``ciego'' (blind) y ``culpa'' (blame): Casablanca, una película producida para precipitar el apoyo de los Estados Unidos a la Resistencia de De Gaulle, fue trasmitida en la víspera del Año Nuevo de 1943 en la Casa Blanca. En la escena en la que el pianista Sam responde a la pregunta de Bogart (``Si en Casablanca es diciembre de 1941, ¿qué fecha es en Nueva York?'') con el famoso: ``Se me ha parado el reloj'', y Bogart agrega: ``Seguro que en América todos están durmiendo'', Roosevelt se indignó. Era un comentario político a la neutralidad de los americanos. Pero, al final de la proyección, el mismo Roosevelt estaba llorando: ``Es que los himnos patrióticos y las tragedias amorosas me hacen llorar'', dijo. Diez días después, volaba a Casablanca para firmar con Churchill un acuerdo diplomático que culminó, en agosto, con el apoyo de los Estados Unidos a De Gaulle. Como Bogart, Roosevelt odiaba tanto a los nazis como a los milicianos de Francia libre. Pero también estaba harto de que se pusiera en duda su valentía.

Abriéndole la boca

Es sabido que Bogart tenía una rigidez en el labio superior por un accidente: durante su servicio en la marina en la primera guerra mundial, una astilla se le incrustó, dejándole muerto el nervio, y una cicatriz vertical. En referencia, Jean Paul Belmondo, en Sin aliento, se restriega los labios con el pulgar para decir: ``Aquí, mirándote, babe'', la frase que Rick Blaine le repite a Ilsa en París. Sin embargo, no hay más que ver cualquier actuación de George Raft, el actor al que Bogart sustituyó en Casablanca y El Halcón Maltés, para saber de dónde copió esa voz soplada entre dientes. Y, como a Ava Gardner, la boca debió apestarle a nicotina con bourbon.

Quitándole las orejas

Se frotaba el lóbulo de la oreja, pensativo: tenía un absceso de grasa que no podía dejar de pellizcar. En Casablanca no quiere oír As Times goes by y jamás dice ``Play it again, Sam'', como inventó Woody Allen. Es Ingrid Bergman la única que pronuncia algo parecido a la que sería la más famosa de las frases que nunca existieron: ``Play time goes by''. Y Sam, que en la vida real no sabía tocar el piano y a quien el director Howard Koch estuvo a punto de cambiar por una mujer, toca Avalon. Cuando finalmente escuchamos As Times goes by, resulta que la canción asegura que el amor siempre triunfa sobre el paso del tiempo. Una mentira: al final, como sabemos, Bogart deja ir a Ilsa con Lazlo, y decide unirse a la Resistencia en Brazzaville con Louis Renaud, el cínico jefe de la policía local, aliado, al principio, con los ocupadores nazis. Prefiere ``el comienzo de una gran amistad'' con un policía truculento que a Ingrid Bergman. Después de negarse durante toda la película al patriotismo, Rick intercambia el honor por el amor. No en balde Woody Allen decidió que Bogart era tan sólo un nebbish, un ``nerd'' en yiddish.

Apagándole los cigarros

Bogart fumaba como soldado: entre el medio y el pulgar, envolviendo el cigarro con el interior de la mano. No es un fumador que seduzca, su intención es, más bien, ocultar sus miedos, fumar para guardar la compostura, aparentar valentía, dureza, y terminar el cigarro creyéndose su patética mentira. Es el soldado del siglo XX, asustado de su propio miedo, convencido de que su ``deber'' es una elección propia. A lo largo de los años, el Bogart como demostración de una masculinidad escenográfica, fue superado, una y otra vez, por el tembloroso James Dean, o el cálido Mastroiani. Ahora, a casi cien años de su nacimiento, pocos cambiarían a Ilsa por la guerra de su esposo.