Con cara de qué, cariacontecido, cargó su sillita y salió para averiguar si eso ``ya va o ya viene''. Expectante y emocionado, involuntario Charlot, si fuese mirable y mirado despertaría en los transeúntes pequeñas simpatías.
Así lo conocemos de siempre los vecinos. Contra toda esperanza, Manuel Ruvalcaba, llamado el Manito espera eso. Se ilusiona con cualquier mínima señal, como niño, y ahí anda luego con su Selecciones enseñando donde dice que sí se puede. Y sí Manito, ándale, cómo no.
Ya está viejo ``para qué seguir esperando'', le decíamos, pero su optimismo es a toda prueba. La vida le ha pasado enfrente y él, hasta antes de hoy, no le atrapaba ni la punta de las greñas.
Los datos que se conocen de su vida, setenta años estrechos y escasos, son un muestrario de pequeñas miserias y solidaridades inusuales. Dejado por su esposa a las tres semanas de casado hace cosa de medio siglo, frecuentemente timado por los engatusadores y vividores, siempre le tocaba al primer recorte de personal en los sucesivos trabajos que lo han traído del tingo al tango desde antes de llegar a vivir aquí, y de eso ya tiene años. Sin embargo, es la única persona que conozco a la que nunca le he oído decir que la vida es una mierda.
Nadie lo pelaría, ni en buena ni en mala onda, si no fuera tan generoso, desinteresado y disponible. Si hay que bajar del 8 el piano, allí están sus brazos y su asesoría. Si se tapó la cañería de Chila, él hace el primer intento, y si nada, va por el plomero y lo asiste -hasta desesperarlo, a veces-. O les ayuda a los niños con la tarea. Sabe muchas cosas (``y las que no, las inventa'', opina el de la tienda, que lo estima menos que nosotros, ha de ser que siempre le queda debiendo, porque es difícil no fiarle a alguien tan de a tiro de confianza).
A saber de dónde sacó que eso iba a pasar. Y que precisamente en la esquina de Morena y fue así que agarró su sillita y se puso. ``Así, cuando pase eso, me trepo y lo veo mejor''.
Andale Manito.
Se ha sabido que de joven no era así sino más normal y hasta estudió la secundaria. Fue de que se casó y lo dejaron hecho un Gutierritos. ``Es lo malo de ser bueno'', dice Chila, que lo quiere más de lo que ella misma se queja cuando lo regaña, pues siendo la vecina inmediata le tiene que aguantar tarugada y media, sobre todo las noches que se le espanta el sueño y sale con que se oyen pasos en la azotea, que alguien anda queriendo forzar la chapa del zaguán, o que se metió un murciélago al cubo de luz del edificio.
-Qué te picó Manito -le dicen los desvelados que llegan de madrugada y lo encuentran a medio pasillo, en bata, pijama, una escoba y sus desvencijadas pantuflas de becerro nonato que le regalaron, no lo van a creer, cuando se casó. O sea, hace un montón.
La especie se regó como pólvora que lleva lumbre, se metió debajo de todas las puertas, llegó a la tienda, a la pollería, al de los tacos y hasta se enteró el periodiquero que vive dentro de su quiosco y no se entera de nada, a solas se emborracha con los periódicos de ayer todas las noches, así que cuando le traen el del día, el repartidor lo agarra siempre crudo.
Las señoras de los distintos pisos salieron al chisme con el chongo a medias o la cabeza cogida de cuetes y tubos, pues a estas horas ninguna está lista. Los niños se fueron a la escuela. Si no, el alboroto sería mayor.
El primero en enterarse fue el portero, y es que vio de lejos que algo pasaba y corrió a ver a la esquina.
El Manito había agarrado su sillita y la hacía pedazos encima de eso. Lo vio venir, derechito, tal como le habían dicho que vendría, y tuvo una reacción inesperada, pues ni él mismo pensó que al ver eso, en vez de alegrarse o emocionarse, se rebelaría y lo agarraría a sillazos.
Debió ser un espectáculo memorable: la trepidante liberación de alguien que no parecía tener para cuándo.
Entró al edificio, yo apenas bajaba la escalera hecho la bala, y me dijo, sin jadear, ven, te invito un cigarro. Sacó sus Casinos, me ofreció y tomé uno por el falso filtro que tienen los de esa marca. Le vibraba la voz:
-Cómo ves que lo hice pedazos. No era mi intención, pero fue como si otro yo se hubiera apoderado de mí. Y no te lo voy a negar, me sentí aliviado. Haz de cuenta que en la briaga, y la sillita ya era pura astilla y yo le seguía dando a eso, cada vez más fuerte el golpe, y cada vez más fuerte yo. Se acabó, manito, ya no más esperar así nomás. Ya estuvo.
-Si Manito, te felicito -le dije, y la verdad se lo decía con gusto, bastaba verlo para sentirse contento, por él, y por qué no, también por todos nosotros.
-Hoy es mi primer día de después de eso -celebró al despedirse con buen pretexto, pues Chila lo invitó a comer. Le preparó mixiotes y hasta mandó traer un pastel del Globo como si fuera su cumpleaños. Pero es más que eso.