El desprestigio del gobierno mexicano es de tal magnitud que casi cualquier personaje público que lo critique tiene buena prensa. La crisis de confianza ciudadana hacia la clase gubernamental se la tiene bien ganada la élite conformada por los Harvard-Yale-London School of Economics boys. No pretendo salir en defensa de quienes han sumido al país en una prolongada crisis económica y social que pauperiza a la mayoría de la población, sino resaltar la importancia de que la opinión pública sea más cautelosa a la hora de reconocer motivaciones democráticas a profetas tardíos y acomodaticios que hoy se quieren autoproclamar paladines de las causas justas.
En la intervención que tuvo el cardenal Norberto Rivera Carrera ante Juan Pablo II (domingo 25, en el Autódromo Hermanos Rodríguez), el prelado lanzó varias aseveraciones que fueron celebradas tanto por los dirigentes panistas como por los del PRD. Ante el máximo líder de la Iglesia católica y miles de asistentes al acto religioso, Rivera Carrera sostuvo que el pueblo de México ``está pasando por situaciones difíciles, ha sido engañado y la pobreza lo invade, la violencia y los modelos de vida extraños a su idiosincrasia lo están minando... Ha sido presa de los intereses económicos del mundo y de la deshonestidad interior''. En varios puntos la crítica puede ser compartida por quienes trabajamos en hacer de la mexicana una sociedad más generosa, incluyente y democrática. Otra cosa es dejarse embaucar y no sopesar quién y desde dónde hace los señalamientos acerca del México engañado. ¿Acaso el proyecto de sociedad que tiene en mente Norberto Rivera es el mismo, o coincidente en gran medida, que el impulsado por las fuerzas democráticas desde hace más o menos tres décadas?
En cuestiones políticas importa de igual manera el contenido de la crítica y el historial del personaje o la fuerza que la hace. En ese sentido, bien harían tantos entusiasmados por el discurso del cardenal, especialmente el sector que compone la nebulosa izquierda, en hacer un repaso al currículum democrático del clérigo. Además, no sobraría que se adentraran en los contenidos de la doctrina social católica, para evaluar el tipo de sociedad al que aspira la alta jerarquía romana. Si lo hacen encontrarán que la utopía católica, la del ala dominante en la que se adscribe Norberto Rivera, consiste en restaurar una concepción de Estado al servicio de las particulares concepciones ético-políticas del Vaticano. En esto la Iglesia católica sigue presa de un modelo inaugurado en el siglo IV, el constantinianismo, que se caracteriza por la aplicación de las autoridades seculares de las directrices emanadas desde la cúpula clerical.
¿Tiene el cardenal Rivera una trayectoria que avale sus críticas? ¿Dónde estaba él cuando se gestó la magna operación de engaño a México? ¿Qué juicios emitió por la manera en que Salinas de Gortari asaltó el poder? ¿Llamó a conducirse con la verdad a los empresarios que se beneficiaron de la sui generis privatización salinista? ¿Cuál es la manera en que ejerce el poder eclesiástico al interior de la institución en la que es príncipe? ¿En qué términos se refiere a los que tienen una opinión diferente en los temas que la Iglesia católica considera de suma importancia? Estas y otras preguntas no tienen nada que ver con un jacobinismo trasnochado ni aspiran a encerrar a los jerarcas como Rivera en sus templos, son cuestionamientos simples que deben tener cabida en una sociedad que aspira a dirimir sus contradicciones democráticamente. El cardenal pretende con las aseveraciones en el autódromo borrar la contribución clerical en la construcción del régimen neoliberal por excelencia: el de Carlos Salinas de Gortari. La mejor crítica al engaño es la práctica de la verdad. ¿Cómo señalar con dedo flamígero la pobreza que nos invade y, al mismo tiempo, tener como patrocinadores de la visita del Papa a un buen número de empresarios favorecidos por un régimen económico que se critica?
Distintos observadores y analistas señalaron en su momento (este articulista lo hizo en las páginas de otro diario en el que antes colaboraba) que el modelo económico bosquejado por Miguel de la Madrid, desatado por Salinas y continuado por Ernesto Zedillo iba a ser devastador para la mayoría de mexicanos. Rivera no es un precursor en las objeciones al modelo macroeconómico impuesto por los gobiernos del PRI. No fue un profeta predicando en el desierto, es, más bien, uno que se suma a condenar lo evidente cuando otro(a)s mucho antes se atrevieron a desafiar en el esplendor de su poder a los hoy debilitados neoliberales. Al contrario de los profetas bíblicos, que advertían a tiempo al pueblo sobre los peligros de seguir una cierta dirección, Rivera Carrera es un profeta tardío que lanza invectivas desde su poltrona.