En su reciente gira de trabajo por Baja California Sur, el presidente Zedillo expresó la necesidad de que el turismo no contribuya a crear pobreza y marginación de las poblaciones que participan en los proyectos vinculados con dicha actividad. Por el contrario, dijo, debe servir para elevar su situación económica y calidad de vida. Los mismos días, el secretario del ramo, Oscar Espinosa, tocó otra arista del asunto y afirmó que preservar el entorno natural garantiza el éxito de los proyectos turísticos porque ``la gente lo que viene a ver y disfrutar es el medio ambiente, playas y aguas limpias, fauna diversa y flora rica en diversidad'', por lo que los primeros interesados en no destruir la naturaleza deben ser los inversionistas y prestadores de servicios.
Lamentablemente, hay un abismo entre lo que dicen ambos funcionarios y la realidad. Un buen ejemplo es lo que sucede en la pretensiosamente llamada Riviera Maya, los 120 kilómetros costeros que van de Cancún a Tulum, en Quintana Roo.
Bien sabida es la preferencia que el presidente Zedillo tiene por el Caribe mexicano, donde gusta practicar su deporte favorito: el buceo. De igual forma, el licenciado Espinosa lo visita como parte de sus tareas. Sin embargo, todo indica que a los dos les ocultan lo que pasa en tan importante zona, hoy principal competidora de Cancún, ciudad que con sus 23 mil cuartos de hotel y sus casi 500 mil habitantes, es muestra de lo que no debe ser un polo de desarrollo turístico, debido a las desigualdades sociales y económicas que arrastra.
En los últimos años la Riviera Maya registra un crecimiento económico pocas veces visto en el país, al grado que cuenta ya con casi 10 mil cuartos de hotel, comercios, restaurantes, servicios de apoyo y obras que van del lujo extremo a lo indispensable. Con incontables atractivos naturales, la zona es cada vez más conocida y atrae visitantes e inversionistas; se calcula que en el 2000 habrá duplicado su actual capacidad hotelera.
Un centro urbano, Playa del Carmen, es el eje de todo este explosivo crecimiento, que en menos de una década dejó de ser pacífico poblado de pescadores para convertirse en una ciudad con más de 60 mil habitantes. Es tal el dinamismo económico que la distingue, que un visitante desprevenido pensaría que en México no hay crisis, que el modelo neoliberal funciona, y muy bien. Mas es un espejismo: en la Riviera el deterioro ecológico va de la mano de la marginación y la pobreza, representadas en especial por los indígenas que llegan en busca de trabajo en la construcción y en las empresas de servicios, pero también por quienes obtienen un ingreso como empleados de comercios, camaristas de hoteles, jardineros, meseros, ayudantes de cocina, etcétera, etcétera.
Las condiciones de vida desfavorable para miles de personas se expresa en la falta de servicios públicos, violencia, inseguridad, alcoholismo, drogadicción, y remata con niños que van de mesa en mesa cantando dos líneas de Cielito lindo o de Guantanamera mientras venden baratijas a cambio de una moneda.
Los atractivos naturales que todavía existen atraen a muchos visitantes, pero no son consecuentes con la infraestructura que haga placentera su estancia: resaltan los baches, la basura, la carencia de servicios públicos, la insalubridad en la mayoría de los restaurantes, puestos callejeros y expendios de comida, la falta de reglas mínimas de planificación municipal. Quienes desde el gobierno y la iniciativa privada convirtieron la zona en el polo de atracción que hoy ocupa el segundo lugar nacional como generador de divisas turísticas, no hicieron el mínimo esfuerzo por crear cuadros administrativos capaces de enfrentar los problemas del crecimiento, dejando todo en manos de improvisados y, frecuentemente, corruptos servidores públicos, de caciques locales y regionales.
Como en Cancún, hoy la Riviera Maya crece a costa del ambiente y la calidad de vida de la inmensa mayoría de la población. Se impone la ocupación salvaje del territorio por medio de grandes capitales nacionales y extranjeros, no pocas veces de oscuro origen y que hacen resaltar aún más los contrastes entre riqueza y miseria. Ni el gobierno federal ni las estancias estatales y locales han hecho su tarea para evitar que sigan aumentando los desequilibrios en todos los frentes, para detener el crecimiento anárquico y desbordado de hoteles y negocios conexos, y para que el éxito de la zona no sucumba por la falta de visión y de acciones políticas y técnicas oportunas. Aquí se están repitiendo en grande los errores que aún hoy se cometen en Cancún.
Lamentablemente, el futuro no es nada halagüeño si nos atenemos a la pobreza de miras de quienes buscan la gubernatura de Quintana Roo, las presidencias municipales y demás cargos de elección. Pese al enorme desprestigio de la actual administración, todo indica que, nuevamente, el atraso político favorecerá el triunfo del candidato del PRI. Su programa de gobierno y su campaña electoral muestran que solamente le preocupa ganar con el acarreo, ahora también de los empresarios; conservar las formas corporativistas que permiten todo, hasta el abuso desde el poder; garantizar que nada cambie. Si el presidente Zedillo, el secretario de Turismo y la titular del medio ambiente visitaran la zona como simples mortales, verían el otro lado de la moneda.