n El Santo: de las salas piojo al culto planetario n

Raquel Peguero n El 6 de febrero de 1984 la cabeza principal de Alarma! lamentaba: ''Se nos fue El Santo al cielo". Las palabras ondeaban en letras enormes, coronando la foto de una plateada figura masculina encapotada y enmascarada y a ello le seguía una explicación memorable: ''San Pedro le aplicó sus llaves (ahora) luchará contra el mal en el más allá".

La noticia ųdifundida en todos los mediosų anunciaba el fin de una etapa heroica: la muerte del adorado/admirado/deseado/inmaculado Enmascarado de plata, quien encontró a la parca salvando al Pelón Solares de las garras de unos locos maniáticos que lo perseguían en el foro del teatro Blanquita.

El Santo murió con las botas puestas, valientemente, como lo había sido en el ring no sólo de la tradicional Arena México, sino en la del celuloide, en las 56 películas que protagonizó a lo largo de dos décadas. Un ataque al corazón acabó con su existencia, mañana hará 15 años, y esa fue su única aventura que casi lo deja tirado en la lona frente a su público.

 

Muerta la leyenda queda la historia

 

A su sepelio, en Mausoleos del Angel, concurrieron miles de personas para despedirlo, ovacionarlo y recordarle que no lo olvidarían, como se lo habían gritado, con ese mismo llanto dos años atrás cuando se retiró de las luchas. Lo hizo, en una ''monumental y extraordinaria función de homenaje y despedida al máximo ídolo de la lucha libre", como rezó el cartel que anunciaba la contienda del domingo 5 de septiembre del 82, y en la que apareció con El Huracán Ramírez, el Gran Hamada, Leopardo Negro, El Charro de Jalisco y Rocambole, entre otros. Ese, también, fue el año en que participó por última vez en una película, La furia de los karatecas, bajo las órdenes, por sexta ocasión, de Alfredo B. Crevenna, el director que lo hizo enfrentarse con marcianos, sacerdotisas vudús y ''bestias del terror".

Muerta la leyenda sólo queda la historia. Rodolfo Guzmán Huerta era el hombre oculto tras la máscara de plata. Originario del estado de Hidalgo, luchó durante 44 años consecutivos en 15 mil combates, en una carrera que eligió silenciosamente y sin ayuda en 1935, y que lo llevó a debutar, en una arena de pacotilla allá por Molino del Rey, bajo el nombre de Rudy Guzmán. Un año más tarde volvió a subir al cuadrilátero, esta vez enmascarado y con una nueva personalidad: El Hombre Rojo, que después sustituiría por El Murciélago II. Entonces era uno de esos luchadores rudos, cochinos, que gustaba de aplicar la llave ''de a caballo" que le enseñó Gory Guerrero, y dar patadas en los güevos de sus contrincantes para salir victorioso.

Fue en 1942, un 26 de julio, cuando nació El Santo, como lo bautizó Jesús Lomelín, el primer réferi de la lucha libre mexicana. En el nombre llevó la penitencia: se volvió un luchador ''limpio" que le sirvió, sin pensarlo, para dar el salto a otros rings, primero al comic y luego al celuloide y así estar acorde con la imagen que se le dio en pantalla, y que venía arrastrando desde principios de los años cincuenta, en que una historieta, Santo, El enmascarado de plata, creada por José G. Cruz, lo mostraba como ''un embozado semidiós protector de las víctimas de la pobreza (...) un héroe atómico, el supermán del subdesarrollo que vela por los hijos del arrabal", como lo describen Juan Manuel Aurrecoechea y Armando Bartra en su libro Puros cuentos.

El Santo contaba 40 años cuando ingresó al celuloide. El productor Alberto López vislumbró el potencial que tenía con su papel de héroe de historieta, y lo hizo firmar un contrato de exclusividad por 15 mil pesos, que en cuatro años subió a 30 mil. Sin ser actor, poseía algo más importante, la cualidad de mito que explotó desde su primera cinta, Santo contra los cerebros del mal (1958), en la que fue dirigido por Joselito Rodríguez ųdespués lo haría, ese mismo año, en Santo contra los hombres infernalesų. El Santo, sin embargo, lo abandonó en 1962 porque el productor pretendía seguir pagándole un sueldo que no iba con su estatura deportiva, a todas luces estelar. En ese lapso realizó siete películas, entre ellas, la que lo convirtió en objeto de culto mundial: Santo contra las mujeres vampiro, que hizo bajo las órdenes del recientemente fallecido Alfonso Corona Blake.

Esta película abrió puertas insospechadas hacia sesudos estudios de un cine que en otras latitudes se veía como surrealista y fantástico, pero que en México no rebasaba la etiqueta de cuarta categoría, a pesar de que durante casi dos décadas acaparó la taquilla de los mercados no sólo nacionales, sino de Centro y Sudamérica. Las producciones nunca superaron las cintas de relleno ni cuatro semanas de rodaje, si bien les iba, y con directores reconocidos por sus churros de fácil digestión popular. Como las películas porno, sufrieron el estigma de ser proyectadas en salitas piojo, a donde las personas acudían gozosas, aunque no engabardinadas y a escondidas, como en las primeras.

 

Botín de productores

 

El tremendo éxito que tenía lo convirtió en botín de productores que se peleaban porque luchara en sus películas. Al no conseguirlo, algunos, como su descubridor, no se detuvieron en tratar de opacarlo, lo mismo con campañas en su contra por medio de los diarios, que metiendo a sus contrincantes en sus propios filmes. Lucrativo al fin, el cine de luchadores nació, merced a El enmascarado de plata, y legó una saga de películas, donde otros enmascarados como Blue Demon y Mil Máscaras, hasta galanes como Jorge Rivero, aparecieron en pantalla para tratar de apagar su chispa, sin conseguirlo.

Como rey indiscutible de las luchas, a ninguno de sus espectadores parecía importarle la incoherencia de las tramas de sus cintas ni la arbitrariedad de los conflictos que se resolvían, por supuesto, en un ring. ''Suceden tantas cosas en las películas de El Santo, que no se desprecia el gusto de nadie, y todas las reacciones y reflexiones están permitidas", escribió Jorge Ayala Blanco en La búsqueda del cine mexicano, donde agrega que quizá ''la necesidad de El Santo sea la mejor garantía de su consumo. Es el ápostol de la justicia que enderezará inocentemente las malvadas desviaciones de la ciencia y proporcionará sensaciones cotorras, impactos y catarsis seguras a tres por un peso en la atestada sala de El Teatro del Pueblo, inspirando nobleza vindicadora a los niños lúmpenes de Latinoamérica (...) El Santo vela por nosotros, dentro y fuera de nuestra ultrajante realidad de todos los días".

Y así fue. No existió estrangulador, villano, marciano, jinete del terror, Frankenstein o Brácula; bruja viva o muerta, asesino o secuestrador que no enfrentara nuestro temerario héroe. Con la capucha siempre puesta, pues así se bañaba, hacía el amor y aparecía en sus credenciales de celuloide, fue apuesto galán ųmerced a que le doblaron la voz para que sonara absolutamente varonilų, detective secreto, agente de la Interpol que apareció en pantalla al lado de beldades enfundadas en ropas provocativas, como Lorena Velázquez, Norma Lazareno, Ana Bertha Lepe, Sasha Montenegro, Gina Romand y Meche Carreño, a las que a veces combatía y en ocasiones enamoraba.

 

Aniversario luctuoso número 15

 

La mochez de la censura mexicana impidió, sin embargo, que las apariciones de estas guerreras del más allá, muy ligeras de ropa, llegaran a verse en nuestras salas, como sí lo hicieron en versiones internacionales donde realmente mostraban sin pudor sus encantos vislumbrados. No es un secreto que Ana Martín renunció a aparecer en Profanadores de tumbas (1965), cuando descubrió que en el extranjero su personaje aparecería con desnudos adicionales, filmados por Meche Carreño.

Sus escenarios fueron lo mismo las pirámides de Teotihuacán que la azotea de cualquier céntrico edificio capitalino; el sótano de las viejas construcciones de la colonia Roma, que las tétricas paredes guanajuatenses que albergan momias tipo egipcio, que no aztecas, a las que combatió en dos películas de los años setenta, Las momias de Guanajuato (Federico Curiel) y La venganza de las momias (René Cardona Jr.). Anduvo hasta en La Atlántida (Julián Soler, 1969), donde combatió al lado de Blue Demon, y develando El misterio de las Bermudas (Gilberto Martínez Solares, 77). Fue tras Los cazadores de cabezas (René Cardona, 69), luchó contra El átomo viviente y Los asesinos de otros mundos (ambas de Rubén Galindo, en el 70). Estuvo Frente a la muerte (Fernando Orozco, 69) y hasta, en un gesto sin precedentes, luchó contra el campeón del humorismo blanco, Gaspar Henaine Capulina, tan querido en esos años del 68 por la gran familia mexicana.

Aunque el género sobrevivió hasta principos de los años ochenta, a mediados de los setenta el cine de luchadores sufrió una merma de público que hizo unir a todos los héroes del cuadrilátero que pululaban en las pantallas. Era una suerte de apuesta al cartel múltiple que se ofrecía en la Arena México y que ofertaba a todos por el precio de uno. Atrás quedaban los tiempos cuando en el Líbano se levantó un cine con el nombre de Santo, El enmascarado de plata o la idea aquélla, que se sostiene en la revista Somos (junio/1995) dedicada al Otro cine mexicano: ''El Santo llegó a ser considerado, junto con Pedro Infante y la mismísima Guadalupana, como uno de los tres grandes mitos mexicanos". Para cuando El Santo se despidió de las luchas tenía cerca de 80 años, cifra resguardada en su memoria porque decía no saber en qué año nació; ''he nacido muchas veces: para mí el calendario, el tiempo, no ha contado". Mostraba todavía su torso desnudo y fuerte, su condición de atleta no bebedor, totalmente sano.

Convertido en leyenda, fue motivo de inspiración para canciones, como la que le dedicó Botellita de Jerez, y de varios filmes, entre ellos Adiós, adiós ídolo mío, que aborda su decadencia, y La leyenda de una máscara (ambas de José Buil). Esta última, aunque inspirada en El enmascarado de plata, no pudo ser la relatoría/homenaje que el cineasta buscaba, porque ya muerto los derechos de uso sobre su personaje se elevaron a precios inalcanzables y pleitos legales sin fin. También dio pie a un libro sui generis sobre el cine de luchadores que escribió Nelson Carro, quien, antes de que estas películas aparecieran en video, se dedicó a cazarlas en la televisión, su ámbito natural, desde que desaparecieron de las pantallas grandes. Todo sea por El Santo.

Mañana se conmemora un año más, el número 15, sin nuestro superhéroe de carne y hueso, quien sin poderes mágicos jamás desistió de combatir el mal: El Santo ha muerto: šviva El enmascarado de plata!