Olga Harmony
Guía nocturna

La lejanía hace que no siempre sepamos de todos. Desde luego, la bien cimentada fama del Centro de Artes Escénicas del Noroeste (CAEN), que dirige Ignacio Flores de la Lama, ha permitido que conozcamos su labor a través de sus publicaciones y de algún montaje que Angel Norzagaray -el más importante director bajacaliforniano y fundador del centro- hizo con egresados de su diplomado. CAEN se ubica en la conflictiva ciudad de Tijuana y es un pequeño mentís para quienes piensan en esa localidad norteña como la sede del vicio y el crimen. Pero mucho de lo que se hace dentro y fuera de CAEN escapa al conocimiento del resto del país, lo que es usual en el no siempre bueno teatro en los estados. Por ello, encontrar calidad en un teatrista desconocido para nosotros -hablo por mí y a lo mejor por muchos otros- es una excelente sorpresa.

Tal sería el caso de Edward Coward, mexicano aunque tenga un nombre que no es de origen español, poeta, actor y dramaturgo bajacaliforniano con una buena trayectoria a pesar de su juventud. Coward ha sido una excelente sorpresa, para quienes no lo conocíamos, en la pasada Muestra Nacional y ahora en la breve temporada en la ciudad de México en que presenta Guía nocturna de su autoría y bajo su dirección. Basada en la primera de las Cartas a un joven poeta, de Rainer Maria Rilke -temática, aunque no literalmente, puesto que no cuenta la historia del joven Kapppus y su correspondencia con el poeta mayor- la obra refleja las reflexiones que esta carta suscita en un escritor, Mauricio, que muy bien puede ser el alter ego del propio Coward, su destino y de una manera soslayada del de sus dos amigos de adolescencia, Sam y Dominga.

En esta primera carta Rilke da dos consejos fundamentales. Uno, que por chata que al escritor le parezca su vida cotidiana, aun ``cuando estuviese en una prisión cuyas paredes no le dejaran oír ninguno de los rumores del mundo'', siempre puede volver su sensibilidad hacia la riqueza de la infancia. Mauricio, ya adulto, la hace de alguna manera. En la soledad de un cuarto de soltero y en que masturbatoriamente ve algún video porno, los recuerdos de adolescencia lo asaltan y perturban. ``El pasado es como una casa enorme... Cuyos pasillos nunca queremos cruzar...'' afirma al principio de una historia que es contada con el tiempo como lanzadera, yendo de un momento a otro y una vez cruzados los pasillos, topamos con la poesía en escena.

El otro, y más importante consejo rilkeando es que sólo se debe escribir si existe una necesidad interna, un debo escribir sin hacer caso de las críticas. Por extensión, el consejo puede convenir a cualquier aspirante a crear arte, así sea pintar, como Sam, o cantar, como Dominga. No sabemos qué dosis de talento tenga cada uno de los amigos -a pesar de que Mauricio recita un bello poema que ha escrito- pero sí el grado de compromiso que cada uno contrae con su arte. El de Mauricio, está visto, es entero y determinante. Sam ve truncas sus posibilidades por las drogas, como tantos otros adolescentes. La frívola y ``fresa'' Dominga aspira a un éxito instantáneo. Su actitud durante la lectura de la carta, que es el punto central del espectáculo, no sólo es una ruptura chispeante de la solemnidad, sino que perfila toda su conducta futura. El trágico accidente que Mauricio no quiere recordar tuerce la no muy definida vocación de la muchacha.

Las escenas son momentos discontinuos de la historia y esta discontinuidad se acentúa en la dirección. Al parlamento inicial de Mauricio adulto suceden una serie de momentos que casi parecen ejercicios de expresión corporal de los tres actores aislados que poco a poco se reúnen para formar el grupo que iniciará, todavía sin parlamentos, la escena de la playa. Después vendrá el momento en que los tres se conocieron, la lectura de la carta, la expresión de sus sueños y la escena del presente, con Mauricio y Dominga, ya adultos tras su separación. Coward da el horror del accidente casi al final, para terminar con un parlamento apagado y cotidiano, muy lejos de lo vivido.

A Alicia Martín, la excelente actriz joven que incorpora a Dominga, ya la conocíamos de Guadalajara, en ese otro entrañable espectáculo que fue El lugar del corazón, dirigido por Ricardo Delgadillo. Ahora, como el autor y director y sus también excelentes compañeros de reparto, Carlos Valencia como Mauricio y Héctor Jiménez como Sam, cursan un diplomado en CAEN. Pero más allá de los estudios que realicen, hay grandes dosis de talento en ellos que nos hacen esperar la oportunidad de volver a ver un espectáculo de La divina fauna, el grupo que dirige Edward Coward. Ojalá no se dejen seducir por el centralismo y los atractivos de la capital, porque en los estados se está urgido de buen teatro. Y ellos, a juzgar por este botón de muestra, lo hacen.