En la reunión mundial de economía, que se celebra desde hace unos cuantos años en Davos, Suiza, se reúnen ministros de finanzas, directivos de las mayores empresas trasnacionales, así como algunas de las máximas luminarias de la economía. Por consiguiente, no es extraño que los ciudadanos del planeta esperen que de este tipo de cumbre emerjan algunas grandes estrategias para el futuro en lo que se refiere a desarrollo, inversión y comercio internacionales.
Sin embargo, en esta ocasión no ha existido más que decepción, en particular por la pobreza de las propuestas que llevó la delegación estadunidense a la palestra. El vicepresidente Albert Gore llegó con un mensaje que enfatizaba la necesidad de liberalizar el comercio mundial de alimentos. Su discurso sonaba tan simple como si estuviera abogando por las demandas de la empresa multinacional de plátanos Chiquita, en la que está actualmente enfrascado en una lucha con la Comunidad Europea para lograr una reducción de tarifas sobre sus productos. Gore también afirmó que era importante proporcionar una reducción de la deuda externa de los países más pobres de la tierra, pero de nuevo sus comentarios no fueron singulares, sino reflejo de los más originales que formuló, hace unas semanas, el canciller de Alemania.
Considerando la gravedad de las crisis financieras que siguen debilitando a las economías del Sudeste de Asia, a Rusia y a Brasil, se esperaba que el secretario del Tesoro de Estados Unidos, Robert Rubin, hiciera alguna propuesta para reformar la arquitectura financiera internacional. Pero se limitó a indicar a los países menos desarrollados que deben portarse bien, reducir sus déficits públicos y aguantar.
En realidad, como argumenta el economista Barry Eichengreen, ya existe un consenso de que a nivel mundial los ministros y banqueros no pueden ni deben intentar más que reformas limitadas, en su mayoría referentes a una mejor y más rigurosa supervisión de la banca y de los préstamos. Es claro que ello no responde a las demandas de la vasta mayoría de la humanidad que habita en condiciones de pobreza. Lo que en verdad se observa es una falta de voluntad de los países más ricos --y en particular de Estados Unidos-- para aumentar los fondos para el desarrollo. Y tampoco parecen dispuestos a considerar las propuestas formuladas recientemente por un equipo de especialistas de Naciones Unidas para crear nuevos fondos de contingencia a través del Fondo Monetario Internacional. En otras palabras, en la estrategia de las grandes potencias existe una falta de ideas y de voluntad de cambio. En esencia en Davos se estaba diciendo que no hay visión de futuro para los pobres del mundo: eso se reserva para los ricos.