No sé si fue el exceso de información y la enorme mercantilización que se hizo de la visita del Papa, pero de su estancia en México no quedó nada, ningún mensaje que moviera a la reflexión, a diferencia, por ejemplo, de su viaje a Cuba. De este último quedó que Juan Pablo II estaba en contra del neoliberalismo y a favor del respeto a los derechos humanos y a la disidencia. En México se ratificó lo mismo, pero ya no fue noticia, como tampoco que reiterara su rechazo al aborto. Vino y se fue y, a lo más, su estancia en México sirvió para que cientos de miles de católicos pudieran vivir una muy breve catarsis y para que les quedara de recuerdo una foto junto a la efigie de cartón tamaño natural del pontífice. Vaya, ni siquiera fue una visita de aliento y de esperanza para los pobres, pues gracias a los organizadores los únicos que alcanzaron sus bendiciones fueron los ricos de México, los que sí pueden decir que vieron al Papa de cerquita.
Con la visita del Papa los presos políticos de la Sección 9 del magisterio no salieron de la cárcel, el neoliberalismo sólo mereció ratificaciones por parte del poder, el conflicto en Chiapas continúa tal y como estaba y nada ocurrió que no hubiera pasado si el Papa no hubiera venido a México, ni siquiera las interrupciones del tránsito capitalino. Peor aun: los cientos de miles de mexicanos que quisieron ver al Papa no tuvieron voz para pedirle que abogara por ellos, por su salud, por su bienestar, por una vida mejor, demostrando al mundo que el espíritu de sacrificio del pueblo de México es ejemplar y que el poder puede hacer lo que quiera pues nadie protesta. Viva el conformismo.
La pasividad y el conformismo del pueblo, representado por millones de personas que se movieron para seguir a su pastor ``espiritual'', tienen significados políticos y sociológicos, y establecen un precedente de singular importancia. Este precedente es que pueden reunirse más de 20 veces las personas que en momentos de efervescencia llenan el Zócalo del Distrito Federal, y no pasa nada, nadie cuestiona siquiera la manipulación de que fueron objeto para medio dormir en el suelo en una noche fría o para soportar el inclemente sol para no ver nada de lo que fueron a ver. Zedillo puede estar muy contento al constatar que la concentración de millones de personas no es un peligro en nuestro país y que esos millones de personas no tienen sentido social ni mucho menos conciencia de la fuerza potencial que tendrían por el mero hecho de poderse reunir. La fe mueve montañas, se dice, pero es evidente que la fe no da conciencia social ni política, por lo que las montañas siguen donde estaban y ahí seguirán. Qué diferente es cuando la fe es promovida por las corrientes progresistas de la Iglesia católica, por los defensores de la teología de la liberación o por lo que se ha llamado la Iglesia de los Pobres. Pero el Papa reprueba a estas corrientes, las descalifica y las combate a través de la perversa y nada cristiana asociación de los intereses del Vaticano y de las fuerzas económicas y políticas que hacen más pobres a los pobres y más ricos a los ricos. Y nadie protesta. Ovejas en tierras de lobos.