Sergio Zermeño
Tránsito a la confusión

Hoy los mexicanos no necesitamos consultar a Chomsky, Bobbio o Sartori para darle un sentido mínimamente racional a lo que es obvio en nuestro entorno: vivimos avasallados por la manera en que está siendo manejada la información, las ``noticias'' sobre los sucesos nacionales.

Es verdad que hemos sido largamente preparados para soportar esta sumisión cibernética desde que los neoliberales López Portillo y De la Madrid cedieron el gobierno a los ``neobárbaros'' hace diez años. Pero lo que ha pasado últimamente escala un peldaño desproporcionado en esta historia. Y es que en los últimos días el desconcierto informativo ha cobrado dimensiones paralizantes. Los ciudadanos, incluidos los mejor informados, estamos siendo sometidos a un proceso que nos ha hecho perder toda certidumbre para tomar posiciones, para actuar y que, en consecuencia, nos paraliza.

En efecto, hace quince días, al fin, fue condenado a 50 años de prisión Raúl Salinas de Gortari por el asesinato de su ex cuñado. Según las encuestas, la opinión pública quedó desconcertadamente satisfecha. Como muchos analistas lo han señalado, pudo haber sido inocente o culpable, pero de todos modos los mexicanos no sabemos a ciencia cierta cuáles fueron los móviles y las circunstancias, cómo se fraguaron esos acontecimientos, en qué escenario y qué otros actores formaron parte de la trama... Lo sorprendente fue que inmediatamente se dejó saber que el veredicto podría ser reconsiderado, entre otras cosas porque el juez no pudo esclarecer el motivo del delito y, para acabarla de amolar, unos días más tarde el asesino material de Ruiz Massieu declara en telenoticieros de alto raiting y a ocho columnas que los verdaderos responsables fueron el ex presidente Salinas y otros funcionarios de alto rango, y que el móvil fue evitar que el occiso pudiera chantajearlos pues sabía que ese mismo núcleo duro del salinismo era culpable del asesinato de Colosio. Pero 24 horas más tarde el sicario declara que él no es el autor de semejante revelación, que la revista Time y todos los medios de comunicación nacionales se apoyaron en documentos falsos y la Procuraduría General de la República apoya y promueve tal deslinde. Se trata, como se dijo en el editorial de La Jornada (enero 30), de ``prácticas truculentas para confundir a la sociedad'', y que terminan, agregamos, deslegitimando la condena de Raúl Salinas.

Vayamos al otro ejemplo de nuestros días: un grupo de diputados del PRD promueve su quehacer político repartiendo la famosa leche ``Betty'', argumentando que de esa manera llenará en algo el hueco dejado por la retirada de Conasupo. La Procuraduría Federal del Consumidor (Profeco), dirigida por un ex presidente del PRI en el DF, asegura que el producto es nocivo para la salud, pues contiene heces fecales; TV Azteca amplifica esta declaración hasta convertirla en tema ``triple A'' durante tres días. La Facultad de Química de la UNAM entrega un resultado totalmente distinto y considera que el producto reúne las normas de calidad, pero el propio rector de la UNAM, ex director de esa facultad, desvaloriza dichos resultados.

¿De todos estos enredos qué debemos concluir? En primer lugar, que la ciudadanía está siendo conducida por un desfiladero de incertidumbre que priva a cada individuo de los elementos probatorios para participar en los asuntos públicos; en consecuencia, que lo recluye y lo paraliza, que lo encierra en su vida privada produciéndole apatía y desconfianza sobre cualquier afirmación, que lo incapacita para adherirse a una corriente determinada de opinión. Agréguese a esta confusión la parálisis provocada por el ascenso de la violencia y la delincuencia y el caos al que quiere ser empujada nuestra gran ciudad, alegremente promovido por oscuros grupos radicales y confesos dirigentes priístas.

Nos espera un año terrible, y los ejemplos citados nos permiten ya poner al desnudo a los actores que llevarán hasta sus últimas consecuencias esta ``cibernética del desconcierto''; grandes aparatos del poder político y económico reforzarán sus complicidades con los medios de comunicación más influyentes (TV Azteca, la campeona absoluta), con el sistema de ``procuración'' de justicia, con los centros de investigación científica y humanística, y con un actor que pasará a ser central: las agencias de opinión y de ``intención'' del voto.

En esta perspectiva, gran responsabilidad han contraído el Instituto de Investigaciones Sociales y el rector de la UNAM al haber puesto en marcha una Unidad de Estudios de Opinión, en clara competencia con el ya célebre Centro de Estudios de Opinión de la UdeG.